Historia de Roma Libro IV la revolución Los países sujetos hasta el tiempo de los Gracos



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«IA DE ROMAIWBRO IV ,) 1 •que el máximo de capital inmueble que los Gracos habían dejado a los poseedores, estaban decididos a proclamar su conservación en manos de los ocupantes actuales, para impedir toda intentona de distribución en el porvenir. Estas tierras constituían realmente los fundos donde debían tener su asiento los treinta y seis mil nuevos lotes rurales prometidos por Druso al pueblo. Con esto se evitaron el trabajo de ir a buscar algunos centenares de miles de yugadas necesarias, y que ante todo no sería fácil hallar en los terrenos comunales de Italia, y enterraron sin forma de proceso las leyes coloniales de Libio: estas habían cumplido su misión. Quizá solo la pequeña colonia de Scilaciun debe a ellas su origen. Antes bien, según los términos de una ley propuesta al Senado por el tribuno del pueblo Espurio Torio, los cargos de repartidores fueron suprimidos en el año 635 (119 a.C.) y los ocupantes fueron obligados a pagar una cuota fija, con cuyo producto se atendió a las necesidades del populacho de Roma (parece que fue empleado para asegurar las distribuciones de la anona). Otros y más amplios proyectos, como por ejemplo el del aumento de la anona, habían sido puestos también a la orden del día. El tribuno del pueblo Cayo Mario tuvo la habilidad de ponerse en el medio, y ocho años después se dio el último paso que faltaba: una nueVa ley transformó el dominio ocupado en propiedad privada y libre de cargas. Además dispuso que en el porvenir no habría ya más ocupaciones de dominio, que en adelante se distribuiría en lotes o se destinaría a pastos comunales. Para este último caso determinaba un máximo insignificante de diez cabezas de ganado mayor, o de cincuenta de ganado menor por habitante, todo para impedir la absorción del pequeño ganadero por parte del rico propietario de rebaños. Medida sabia, sin duda, pero al mismo tiempo era la confesión oficial de los funestos vicios del antiguo sistema (volumen u, libro tercero, pág. 343). Desgraciadamente venían demasia­do tarde, pues casi todos los dominios públicos estaban ya en manos de particulares. Al mismo tiempo que cuidaba de sus propios intereses y convertía en propiedad plena todo el territorio que aún poseía a título de lotes ocupados, la aristocracia romana daba una satisfacción a los confederados itálicos. Sin llegar a imprimir el sello de propiedad privada en las tierras del dominio latino que aquellos, o por lo menos las aristo­cracias locales, disfrutaban, las mantuvo entre los privilegios que les confería la letra de los tratados. La desgracia para la oposición en Roma era que, en el terreno de las más importantes cuestiones materiales, los142

EL GOBIERNO DE LA RESTAURACIÓNintereses de los italianos estaban en flagrante contradicción con los suyos. Por lo tanto, en Roma había una alianza forzosa entre los italianos y los gobernantes, y los primeros buscaban y hallaban en el Senado protección contra los atrevidos designios de los demagogos.LOS PROLETARIOS Y LOS CABALLEROS ¡DURANTE LA RESTAURACIÓN 3Se ve, pues, que, mientras la restauración destruye las mejores semillas sembradas por los Gracos en la constitución hasta en su germen, permanece impotente por completo contra las fuerzas enemigas que sí habían desencadenado en detrimento de la salvación pública. El proletariado quedó en pie con el reconocimiento de su derecho de anona, y se con­servaron los jurados que se elegían en la clase de los comerciantes. Por penoso que fuese el yugo de tal justicia para la parte más sana y orgullosa de los nobles, y por vergonzosas que fuesen las cadenas impuestas a la aristocracia, ni siquiera intentó desembarazarse de ellas. La ley de Marco Emilio Escauro había intentado tímidamente sujetar al tirano popular imponiendo algunas restricciones al voto de los emancipados; y hay que decir que este fue el único esfuerzo que hizo el gobierno senatorial durante mucho tiempo. Cuando dieciséis años después de la creación de los tribunales ecuestres el cónsul Quinto Cepion propuso la moción de restituir su jurisdicción a los jurados procedentes del Senado (año 648), hizo ver muy a las claras de qué lado estaban los deseos del gobierno. Pero al mismo tiempo se vio cuan grande era su impotencia cuando la medida propuesta se dirigía a un orden rico e influyente, como en este caso, al no tratarse ya de enajenar locamente los dominios públicos. La moción fue desechada.1 Sin embargo, lejos de desembarazarse el poder de sus molestos acólitos con esto, las medidas o los esfuerzos hechos no trajeron consigo más que turbación y trastornos en las relaciones mal establecidas entre la aristocracia gobernante y la clase comercial y los proletarios. Estos sabían bien que cuando el Senado cedía no lo hacía más que a su pesar y por la fuerza. Ni el interés ni el reconocimiento los ligaban a aquel con un lazo durable; estaban prontos a ponerse al servicio de otro poder, si les daba más u obtenían de él más ventajas, y dejaban hacer a todo el que oponía impedimentos u obstáculos a la marcha del gobierno. En síntesis, la'43

supremacía senatorial reposaba sobre la base en que los Gracos habían fundado su poder, y como el de ellos, estaba vacilante y mal sentado. Bastante fuerte para destruir las partes útiles del edificio al aliarse con el populacho, y absolutamente débil contra las turbas y los privilegios de los comerciantes, el Senado ocupaba el trono vacante con plena conciencia de sus faltas. De esta forma, arrastrado por sus esperanzas y a la vez hostil a las instituciones de la patria, que no podía ni sabía reformar, indeciso en sus propios actos y en los que permitía que ocurrieran por todas partes, era la imagen viva de infidelidad con su propio partido y con el de la oposición. Pero además, estaba entregado a contradicciones intestinas, a la más miserable impotencia y al más vulgar egoísmo, y así era el ideal, pero ideal que nunca ha sido superado, del peor de los gobiernos.LOS HOMBRES DE LA RESTAURACIÓN MARCO EMILIO ESCAURO¿Podían suceder las cosas de otro modo? El nivel intelectual y moral había bajado mucho en toda la nación, y sobre todo en las clases elevadas. Es verdad que antes de los Gracos no se contaban por centenas los hombres de talento en la aristocracia, y que los bancos del Senado los llenaba una caterva de nobles afeminados y a veces hasta bastardeados. Pero también es cierto que aún se contaban allí los Escipiones Emilianos, los Cayos Lelios, los Quintos Mételos y tantos otros ciudadanos ilustres y capaces; y, por poca buena voluntad que se tenga, debe confesarse que el mismo Senado guardaba una cierta medida en la injusticia, y cierta dignidad en la mala administración. Pero esta aristocracia fue derribada, y, aunque se volvió a levantar muy pronto, traía ya en su frente el signo maldito de las restauraciones. Mientras que en otros tiempos y por espacio de más de un siglo había gobernado, bien o mal, pero sin encontrar oposición seria delante de sí, la crisis terrible de la víspera le había hecho ver el abismo inconmensurable que se abría a sus pies, como lo muestra el fulgor del relámpago en una noche oscura y tempestuosa al extraviado caminante. ¿Cómo admirarse, después de esto, de los furiosos rencores y transportes de terror que señalan el gobierno de los antiguos nobles? ¿Qué tiene de extraño verlos agruparse entre sí, más exclusivos y tenaces que nunca, haciendo frente a la turba de los no gobernantes, o que reviva144

EL GOBIERNO DE LA RESTAURACIÓNel nepotismo que invade la esfera política como en los peores tiempos del patriciado? Por ejemplo, ¿es para sorprenderse que se vea a los cuatro hijos y probablemente a los dos nietos de Quinto Mételo, que eran todos, excepto uno, hombres medianos y célebres la mayor parte por su debilidad de espíritu, invadir todos los cargos, llegar todos al consulado y al triunfo tan solo en quince años (de 631 a 645)? ¡Y aún no he hecho mención de los yernos! Cuanto más ardiente se muestra un aristócrata contra la oposición, más lo celebra su partido: se le perdona todo, desde el crimen más odioso hasta la más vergonzosa fechoría. ¿Por qué es extraño, pues, que gobernantes y gobernados parezcan dos ejércitos que se hacen la guerra sin atenerse a las prescripciones del derecho de gentes? El pueblo había batido a la nobleza con varas; ahora, una vez restaurada esta, lo castigaba con víboras.2 La nobleza volvió al poder sin ser más moral ni haber aprendido nada. El periodo que media entre la revolución de los Gracos y la de Cinna marca sin contradicción para la aristocracia romana la época de mayor escasez de hombres de Estado y de buenos generales. No hay más que ver lo que sucedió con Marco Emilio Escauro, el corifeo del partido senatorial de entonces. Era hijo de padres de noble cuna, pero pobres. Para abrirse paso, necesitó hacer uso de sus talentos nada comunes: subió al consulado en el año 639 y a la censura en el 645. Príncipe del Senado durante muchos años, fue también el oráculo político del partido; famoso orador y escritor célebre, ilustró además su nombre con la construcción de algunos grandes edificios públicos pertenecientes a su siglo. Pero estudiando su vida más de cerca, se ve muy pronto a qué se reducen todas sus grandes acciones. Como general, consiguió el triunfo sobre algunas aldeas de los Alpes, hazañas que le costaron muy poco. Como político, consiguió algunas pequeñas victorias con sus leyes electorales y suntuarias sobre el espíritu revolucionario de aquellos tiem­pos: su mérito no consistía en realidad más que en mostrarse incorruptible como buen senador. Fino y hábil entre todos, floreció en los momentos en que la corrupción comenzaba a ofrecer sus peligros, en que convenía aparentar austeridad y presentarse en público vestido a lo Fabricio. En el ejército aún se encuentran algunas honrosas excepciones. Hay buenos oficiales hasta entre los que procedían de las clases altas, pero, por lo común, cuando llegaban a las legiones, los nobles se contentaban con hojear a la ligera los manuales estratégicos de los griegos y los anales de Roma, para buscar en ellos materiales con el fin de hacer una bella145

arenga a sus tropas. Después, una vez en campaña, lo mejor que hacían era abandonar el mando a cualquier capitán oscuro y de una modestia experimentada. Dos siglos antes Cineas había apellidado al Senado "Asamblea de Reyes". Los senadores de hoy se parecen a los príncipes hereditarios, pues su indignidad moral y política es igual, cuando menos, a su incapacidad. Y si los acontecimientos religiosos de los que después hablaremos no eran ya para nosotros un espejo fiel donde se retrata el desarreglo confuso de los tiempos, si el profundo bastardeo de la nobleza romana no constituía uno de los principales elementos de la historia externa contemporánea, incluso entonces darían a la restauración su color y su carácter propios los espantosos crímenes que diariamente se cometían en la alta sociedad.ADMINISTRACIÓN DE LA RESTAURACIÓN >;!La administración fue, tanto en el interior como en el exterior, lo que podía ser procediendo de semejante régimen. Las ruinas sociales fueron amontonándose en Italia con pasmosa rapidez. Por todas partes se veía a la aristocracia rechazar a los pequeños poseedores, ya fuera por las compras de los bienes inmuebles en virtud de la autorización legal de que se había provisto, o por la violencia brutal, alentada por la exaltación de sus nuevas fuerzas, lo que no ocurría pocas veces. Así, el pobre labrador desapareció como desaparece la gota de lluvia en el inmenso océano. La oligarquía marchó en su decadencia a la par de su política, si es que no con mayor rapidez. En efecto, sabemos por el dicho de un demócrata moderado, Lucio Marcio Filipo (hacia el año 650), que apenas si se podían contar dos mil familias acomodadas en todo el cuerpo de los ciudadanos. Por último, y para completar el cuadro, estallaban a cada momento insurrecciones de esclavos: los primeros tiempos de la guerra címbrica estuvieron marcados por una sublevación cada año en Italia, en Luceria, en Capua o en el país de Thuriun. En este último fue tan grave la insu­rrección, que el pretor urbano tuvo que marchar contra ella a la cabeza de una legión, y la redujo, no por la fuerza de las armas, sino por me­dio de una cobarde perfidia. ¡Cosa notable! Esta insurrección tenía por jefe, n.o a un esclavo, sino a un caballero romano, Tito Vetio. Acosado por las deudas y extraviado por la desesperación, debió ser por eso que146

EL GOBIERNO DE LA RESTAURACIÓNVetio pensó en dar libertad a todos sus esclavos y proclamarse su rey. To­das estas insurrecciones constituían un peligro para Italia, y no se engañó en ello el gobierno. Son testigos de esto los reglamentos de los lavaderos de oro de Vigtumula, que desde el año 611 corrían por cuenta del Estado: primero se prohibió a los empresarios que empleasen más de cinco mil trabajadores, y después un senadoconsulto mandó parar completamente los trabajos. ¿No podían esperarse los mayores excesos con un gobierno semejante, si un día, y el caso era muy probable, un ejército de transalpinos se abría camino hasta Italia y venía a llamar a las armas a toda la población esclava, originaria en su mayor parte de estos mismos países?LAS PROVINCIAS. PIRATERÍA. OCUPACIÓN DE CILICIAMayores eran aún los sufrimientos de las provincias. Figurémonos lo que serían las Indias Orientales si hubiese en Inglaterra una aristocracia análoga a la de Roma hacia el año 650, y podremos comprender el verdadero estado de Cilicia y de Asia. Al dar a la clase de los comerciantes el poder de comprobar los actos de los funcionarios provinciales, la ley los había puesto en la necesidad de hacer causa común con los primeros. En este sentido, cerrando los ojos a los excesos de los capitalistas, los funcionarios se aseguraban a sí mismos la libertad ilimitada de pillaje y la impunidad ante la justicia. Al lado del robo oficial y cuasi oficial, se ejercía la piratería por mar y tierra. En todos los parajes del Mediterráneo, sobre todo en las inmediaciones de las costas de Asia, los piratas cometían tales excesos, que Roma se vio obligada en el año 652 a formar una es­cuadra, con buques pedidos en su mayor parte a los puertos comerciales que estaban bajo la dependencia de la República, y enviarla a Cilicia bajo el mando de Marco Antonio, pretor con potestad consular. Fueron cap­turados un gran número de corsarios y además se apoderaron de muchos puntos de refugio de los piratas, pero, no contentos con estas hazañas y para conseguir mejor su objeto, los romanos se establecieron perma­nentemente en la Cilicia ruda u occidental, principal asilo de los bandidos. De aquí datan los principios de lo que fue después la provincia de Cilicia con sus gobernadores procedentes de Italia.3 El fin era laudable, y el plan había sido bien ejecutado, pero los resultados obtenidos y el acrecenta­miento del mal en las aguas de Asia, especialmente en Cilicia, atestiguan'47

que a pesar de las posiciones tomadas no se lo había combatido sinocon medios muy insuficientes.INSURRECCIONES DE LOS ESCLAVOS SEGUNDA GUERRA DE LOS ESCLAVOS EN SICILIASin embargo, la impotencia y los vicios lamentables de la administración provincial romana no se mostraron nunca tan a las claras como en las insurrecciones del proletariado servil, que en el momento en que triunfó la aristocracia volvieron a provocar los mismos trastornos que antes. Incluso llegaron a engrosar y a tomar muy pronto las proporciones de una verdadera guerra; y, así como hacia el año 620 fueron una de las causas, quizá la principal, de la revolución de los Gracos, hoy se propagan y se repiten con una terrible regularidad. Todos los esclavos del Imperio es­taban en fermentación, lo mismo que treinta años antes. Ya hemos hablado de las reuniones formadas en Italia. Por su parte, en Ática se levantan los obreros de las minas y se establecen en el cabo Sumnio, desde donde se arrojan y talan las campiñas. Los mismos movimientos se producen en otras partes. En Sicilia, sobre todo, el mal llegó a su colmo; las hordas de esclavos asiáticos de las plantaciones se levantaron en armas. Hecho curioso y que ayuda a medir el peligro: la insurrección nació allí de una tentativa del gobierno para poner coto a las más escandalosas iniquidades del régimen servil. Su actitud en la primera insurrección había hecho ver que los trabajadores libres no eran más felices que los esclavos: una vez dominada aquella, los especuladores romanos tomaron su revancha e hicieron esclavos a todos aquellos infelices. En el año 650, el pretor de Sicilia, Publio Licinio Nerva, estableció en Siracusa, conforme a un senadoconsulto severo provocado por tales excesos, un tribunal llamado Libertad, que procedió con mucho rigor. Poco tiempo después se habían pronunciado ochocientas sentencias contra los poseedores de esclavos, e iba aumentando sin cesar el número de estas causas. Alarmados, los plantadores se trasladaron en masa a Siracusa para exigir la suspensión de estos inusitados procedimientos. El cobarde Nerva se asustó y rechazó rudamente a los que acudían suplicantes demandando justicia, diciéndoles que cesasen en sus inoportunos reclamos y, sin hablar tanto de sus derechos, se volviesen inmediatamente a casa de aquellos que se llamaban sus148

EL GOBIERNO DE LA RESTAURACIÓNseñores. Los infelices se reunieron precipitadamente y se marcharon a la montaña. El pretor no estaba dispuesto para la lucha, ni siquiera tenía a sus órdenes las insignificantes milicias de la isla, y entonces se lo vio hacer trato con uno de los más famosos capitanes de bandidos sicilianos, quien prometió hacer traición y entregar a los insurrectos, a cambio de ser indultado. De este modo fue como consiguió apoderarse de ellos. Pero como otra banda de esclavos fugitivos había batido un destacamento de la guarnición de Enna (Castragiovanni), este primer éxito valió a la in­surrección armas y soldados. Las bandas se organizaron militarmente con los pertrechos tomados al enemigo y no tardaron en contar con muchos millares de hombres. Estos sirios, transportados a país extranjero y siguiendo el ejemplo de sus predecesores, no se creyeron indignos de tener un rey, a la manera de los sirios de Asia. Así, parodiando hasta el nombre del maniquí sentado sobre el trono en su país natal, eligieron al esclavo Salvia y lo saludaron con el nombre de rey Trifon. Sus bandas, que se sostuvieron principalmente entre Enna y Leontini en campo raso, no tuvieron ya soldados que les opusieran resistencia, y sitiaron Morgancia y demás plazas fuertes. Pero un día se dejaron sorprender delante de aquella por el pretor auxiliado con las cohortes sicilianas o italianas reunidas con gran precipitación. El romano se apoderó de su campamento, que ellos no llegaron a defender; sin embargo, se volvieron e hicieron frente, y cuando llegaron a las manos, las milicias sicilianas huyeron luego de volver la espalda al primer choque. Los insurgentes dejaban huir a todo el que arrojaba sus armas, y los soldados de la República se aprovecharon de tan buena ocasión, con lo cual todo el ejército romano se desbandó inmediatamente. Morgancia estaba perdida si los esclavos del interior hacían causa común con sus hermanos, pero, como ellos habían recibido oficialmente la libertad de manos de sus mismos señores, los ayudaron con bravura a defenderse y salvaron la ciudad. Después de esto, el pretor sostuvo que la emancipación solemnemente prometida por los ciudadanos había sido arrancada por la fuerza, y la anuló.ATENION. AQUILIOEn el momento en que la insurrección tomaba grandes proporciones en el centro de la isla, estallaba otra en la costa occidental. Atenion fue su149

jefe. En Cilicia, su país, había sido un temido jefe de bandidos, lo mismo que Cleon. Una vez cautivo y esclavo, los romanos lo habían traído a Sicilia. Como sus predecesores, cautivó los espíritus con ayuda de oráculos y de trapazas piadosas, pasto anhelado por las masas griegas y sirias, pero además conocía el arte de la guerra y era muy hábil. Al igual que los demás jefes de partidas, se guardaba de armar indiferentemente a todas las turbas que se precipitaban hacia él: eligió a los mejores y más robustos, los organizó en un cuerpo de ejército y ocupó a los demás en trabajos de otra índole. Su severa disciplina contenía todo movimiento de vacilación y todo tumulto entre sus tropas: era de carácter dulce para todos los habitantes de la campiña y para los prisioneros, y sus éxitos fueron grandes y rápidos. Los romanos creían que los jefes de ambas insurrecciones marcharían desunidos, pero se engañaban por completo. Atenion se so­metió voluntariamente al rey Trifon, a pesar de su incapacidad, y se verificó la completa unión de los esclavos. Pronto quedaron dueños de todo el país llano, donde los proletarios libres hicieron causa común con ellos abiertamente o en secreto. Los oficiales romanos, que no se hallaban en estado de sostener la campaña, se juzgaron felices de poder siquiera introducir en las ciudades algunas milicias sicilianas y algunas tropas del contingente africano, mandadas con gran precipitación. La situación de las ciudades era además muy triste. Paralizada la ley en toda la isla, mandaba solo la fuerza. El agricultor de la ciudad no se atrevía a salir de puertas afuera y el campesino no se atrevía tampoco a penetrar en sus muros. Comenzaba a aparecer en todas partes el terrible azote del hambre, hasta tal punto que en el país que era el verdadero granero de Italia fue necesario que los magistrados de Roma enviasen grandes remesas de trigo para impedir que pereciesen los ciudadanos. En el interior de la isla estallaban diariamente conjuraciones de esclavos en las ciudades que las bandas de insurrectos atacaban por el exterior. Muy poco faltó para que Mesina cayese en poder de Atenion. A la sazón Roma tenía que defenderse de los cimbrios, y le era muy difícil levantar un segundo ejército, Lo hizo, sin embargo, y en el año 651 se mandaron a Sicilia, bajo el marido del pretor Lucio Lúculo, catorce mil romanos e italianos, además de las milicias transmarinas. El ejército de los esclavos unidos estaba en las montañas encima de Sciacca, y aceptó la batalla. Los romanos llevaron la mejor parte, gracias a su organización militar. Atenion había desaparecido: se lo creyó muerto en el campo de batalla y Trifon fue a150

EL GOBIERNO DE LA RESTAURACIÓNrefugiarse a la escarpada ciudadela de Triocala. Los insurrectos estaban deliberando sobre si era posible prolongar la resistencia, y prevaleció la opinión de los desesperados: se decidió resistir a todo trance. De repente apareció Atenion, que había escapado milagrosamente a la muerte, y reanimó el valor de los suyos. Durante este tiempo, Lúculo, cuya conducta es inexplicable, no hizo nada para proseguir su victoria. Hasta se pretende que, para cubrir el mal éxito definitivo de su administración, y para que no llegaran a su sucesor el provecho y la honra de una victoria que arrojaría a la sombra su nombradía, desorganizó intencionadamente el ejército y quemó su material de campaña. Que el hecho sea verdadero, o no, lo cierto es que Cayo Servilio, que fue el pretor que lo sucedió, no obtuvo mejores resultados. Ambos fueron más tarde acusados y condenados, lo cual es una prueba segura de su culpabilidad. Muerto Trifon en el año 652, mandaba solo Atenion a la cabeza de un ejército considerable y victorioso. Fue entonces cuando desembarcó en Sicilia el cónsul Manió Aquilio, que se había distinguido el año anterior bajo las órdenes de Mario en la guerra contra los cimbrios, y emprendió activamente las operaciones militares. Al cabo de dos años de esfuerzos (la tradición llega hasta asegurar que mató a Atenion en un combate singular), consiguió aniquilar la desesperada resistencia del ejército de los esclavos, y arrojó a los insurrectos hasta de sus últimas guaridas. En adelate se prohibió a los esclavos que tuviesen en su poder ninguna clase de armas, y se restableció la paz, si puede denominarse como tal al antiguo azote que reemplazaba al azote nuevo. El dominador de la rebelión fue el primero que se destacó entre los administradores más rapaces y ladrones de aquel tiempo. Quien quiera una última y más patente prueba de los vicios del régimen interior y de la restauración aristocrática, la tiene suficiente e irrecusable en la manera como principió y se condujo la guerra de los esclavos en Sicilia, y las devastaciones que trajo consigo por espacio de cinco años.LOS ESTADOS CLIENTESSi miramos ahora al exterior, vemos obrar las mismas causas y produ­cirse los mismos efectos. La administración romana no puede desempe­ñar aquí el papel más sencillo, ni sabe contener al proletariado servil. En otras partes, en África por ejemplo, los acontecimientos se encargan'5'


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