Historia de Roma Libro IV la revolución Los países sujetos hasta el tiempo de los Gracos



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LA REVOLUCIÓN Y CAYO GRACOun Estado regular debe colocar por encima de todos los partidos, o al menos fuera de ellos, se la ve envuelta con deliberado intento en el torrente revolucionario.Digamos en descargo de Cayo que estas contradicciones eran producto de su situación más que de su persona. En los umbrales de toda tiranía se presenta moral y políticamente un fatal dilema: el mismo hombre debe obrar, si se me permite la expresión, como jefe de bandidos y como el primer ciudadano del país. Este dilema ha costado caro a Feríeles, a César y a Napoleón. Cayo cometió también la falta de no ceder solo a la ne­cesidad; marchó arrastrado por una pasión funesta y obedeció a la ven­ganza que, previendo su ruina, lanza su tea a la casa del enemigo. Dio su verdadero nombre a sus leyes orgánicas de la justicia y a las instituciones creadas para dividir la aristocracia. "Son otros tantos puñales -exclama-arrojados a la plaza pública para que los ciudadanos (los más notables, se entiende) los recojan y se despedacen mutuamente."Fue un verdadero incendiario. Si es posible que haya sido obra de un solo hombre, no sostendré yo en absoluto que haya sido Cayo Graco el único autor de esta revolución secular que comienza con él. Pero lo que sí es cierto es que fue el fundador de ese aborrecido proletariado de la capital romana que, ensalzado, asalariado y gangrenado hasta la médula por la concentración de las masas verificada por la distribución de las anonas, tenía además conciencia de su fuerza y se mostró unas veces estúpido y otras perverso en sus exigencias, y que ha pesado, por espacio de cinco siglos, como una montaña sobre la sociedad romana hasta que llegó el momento en que se hundió con ella. Y, sin embargo, si Cayo fue el mayor de los criminales políticos, fue también el regenerador de su patria. Cuando venga la monarquía romana, no hallaréis en ella un pensamiento ni un órgano que no se remonte hasta el tribuno. De él es de quien procede la máxima de que el territorio de las ciudades con­quistadas entra a formar parte del dominio particular del Estado conquis­tador. Esta máxima, que tiene su raíz en el derecho tradicional de la guerra entre los pueblos antiguos, era ajena hasta entonces a la práctica del derecho público. Primero sirvió para reivindicar al Estado la facultad de sujetar al impuesto estos territorios, como hizo Cayo respecto de Asia, o de someterlos a la colonización, como hizo en África, y que más tarde fue una de las reglas fundamentales del Imperio. De él también procede la táctica que usan los demagogos para hacerse jefes de Estado: apoyarse129

4KISTORIA DE ROMA, LIBRO IVen los intereses materiales para derribar la aristocracia gobernante y sustituir la administración viciosa por una administración severa y regular; de este modo legitima lo inconstitucional de sus reformas. Cayo es el que inaugura la igualdad de las provincias con Roma, igualdad que solo la monarquía debía asentar por completo. Por un lado quiso reedificar Cartago, que ya había perdido su rivalidad con Italia, y, por otro, al abrir las provincias a la emigración italiana echó el primer anillo de la larga y bienhechora cadena del desarrollo social posterior. En este hombre extraño, verdadera constelación política, se mezclan de tal forma las perfecciones y los defectos, la fortuna y la desgracia, que la historia, a quien toca juzgarlo, se detiene sin atreverse a pronunciar la sentencia.LA CUESTIÓN DE LOS ALIADOSUna vez que Graco había edificado las principales partes de su nueva constitución, puso manos a una obra no menos difícil. La cuestión de los aliados itálicos estaba siempre pendiente. Bien a las claras se veía lo que pensaban los agitadores de la democracia al respecto. Habían intentado dar la mayor extensión posible al derecho de ciudadanía romana, no solo para llegar a la distribución de los terrenos públicos ocupados por los latinos, sino también, y ante todo, con el fin de robustecer su clientela con la masa enorme de los ciudadanos nuevos y poner los comicios completamente bajo su poder, lo que se verificaría a partir de la extensión correspondiente del cuerpo electoral. Por último, querían nivelar todas las diferencias entre los órdenes, diferencias que no tendrían en adelante significación una vez derribada la constitución republicana. Pero al hacer esto entraban en lucha con su propio partido, con las masas dispuestas siempre a decir sí en todas las cuestiones, aunque no las hubiesen comprendido. Por la sencilla razón de que la ciudadanía romana era para ellos un título, que daba derecho directa o indirectamente a beneficios muy palpables e importantes, no se sentían inclinados a ver que se aumentaba el número de accionistas. El haber desechado la Ley Fulvia en el año 629, y la insurrección de Fregela ocurrida poco tiempo después, atestiguan suficientemente la obstinación interesada de la facción dominante en los comicios y las impacientes exigencias de los aliados. Sin embargo, cuando estaba por terminar su segundo tribunado y por obedecer1130

LA REVOLUCIÓN Y CAYO GRACOlos compromisos contraídos con los aliados, Graco acometió una nueva empresa. Apoyado por Marco Flacco, que a pesar de su cualidad de antiguo consular había sido nombrado por segunda vez tribuno del pueblo para hacer que se admitiese la ley anteriormente propuesta por él, y que había fracasado, puso en el orden del día de los comicios la votación del derecho de ciudadanía a los latinos y la del derecho latino a todos los demás confederados itálicos. Sin embargo se estrelló contra la oposición del Senado y de las masas. ¿Quiere saberse en qué consistía su coalición y cuáles eran sus armas? Escúchense las breves pero exactas palabras del cónsul Cayo Fannio combatiendo la moción en el Forum. La casualidad nos ha conservado estos fragmentos. "¿Creéis, pues, -exclamaba el opti­mate- que cuando hayáis dado la ciudadanía a los latinos seréis lo que sois en este momento en mi presencia, que tendréis un lugar en los comicios, en los juegos y en las diversiones públicas? ¿No comprendéis que estas gentes lo llenarán todo?" En el siglo V, el pueblo que en un solo día hizo ciudadanos a todos los sabinos hubiera silbado e interrumpido al orador. En el siglo vil, en cambio, le parecen excelentes las razones del cónsul: creería que con ese precio paga demasiado caras las asignaciones ofrecidas por Graco en los terrenos comunales de los latinos. Ahora bien, como el Senado había conseguido expulsar de la ciudad a todos los no ciudadanos el día de la votación, era fácil prever la suerte reservada a la moción. Un colega del tribuno, Livio Druso, fue el primero en poner su intercesión: el pueblo acogió el veto de tal modo que Cayo no se atrevió a llevar las cosas más adelante, ni a tratar a Druso como su hermano había tratado a Marco Octavio en el año 620.CAYO DERRIBADO DEL PODER. CONCURRENCIA QUE EL SENADO HACE A CAYO. LAS LEYES LIVIASEste éxito había sido de gran importancia para el Senado: con él cobró valor, e, intentando un último esfuerzo para arrojar del poder al demagogo hasta entonces invencible, lo atacó con sus propias armas. La fuerza de Graco estaba en la facción de los comerciantes y en el populacho, sobre todo en este, que era un ejército real de los partidos en aquella época en que ninguno disponía de las legiones. El Senado no podía pensar en arran­car a los comerciantes o al populacho los derechos recién conquistados.

HISTORIA DEiA la menor tentativa contra las nuevas leyes de la anona o de la organi­zación judicial, se levantarían todos como un solo hombre: violencia brutal o ataque menos grosero en la forma, el movimiento hubiera barrido a estos senadores indefensos. Pero además era evidente que su mutua ventaja era la que mantenía unidos a Graco, a los comerciantes y a los proletarios. Respecto de los comerciantes, la satisfacción de los intereses materiales; respecto de los proletarios, era también bastante el tener asegurada la anona. Por lo demás, poco les importaba recibirla de manos de Cayo o de cualquier otro. Al menos por el momento, las instituciones creadas por el tribuno eran inquebrantables, salvo una sola: su poder personal. La fragilidad de su poder tenía un vicio radical: ninguna promesa de fidelidad unía al ejército con su capitán. Según la nueva constitución, todos los órganos eran susceptibles de vida, pero faltaba el lazo moral entre el que manda y los que obedecen, elemento capital sin el cual no puede subsistir el Estado. El haber rechazado la ley que confería el derecho de ciudadanos a los latinos había quitado la venda de todos los ojos. Era evidente que cuando las masas votaron por Graco solo lo habían hecho en provecho propio. La aristocracia no dejó de aprovechar la lección, y ofreció el combate al promotor de las anonas y de las asignaciones en su mismo terreno. Lejos de dar u otorgar a la muchedumbre generosidades iguales a las de Graco, distribuciones de trigo u otras análogas, quiso, y esto es muy secillo, superarlo en este camino. Por exigencia del Senado, un día el tribuno Marco Livio propuso a estos hombres, para quienes se habían creado las asignaciones de los Gracos, que los lotes fuesen decla­rados francos y libres de todo impuesto en el porvenir, y que se constitu­yeran en propiedad libre y transmisible. Al poco tiempo se propuso proveer a las necesidades del proletariado ya no con colonias transmarinas, sino mediante la fundación de doce colonias itálicas de tres mil hombres cada una, en las que el pueblo designaría a los funcionarios que debían con­ducirlas. Por último, Druso dejó aparte la comisión de familia que Graco había imaginado y renunció por su cuenta a participar de los honores de la ejecución. Los latinos eran los que iban a hacer el gasto de este nuevo proyecto, porque no existían en el resto de Italia terrenos comunales detentados que fuesen de alguna consideración. Druso había imaginado además otras innovaciones: entre ellas, para recompensar sin duda a los iatinos de sus sacrificios, se había dicho que, en el porvenir, el soldado latino no podría ser apaleado por orden de un oficial romano, sino por132

LA REVOLUCIÓN Y CAYO GRACOorden de un oficial de su nación. El plan de la aristocracia era sumamente hábil. Obra brutal de una concurrencia ambiciosa, esta alianza bizarra entre la nobleza y el populacho solo se hacía con la finalidad de abrumar a los latinos bajo el creciente peso de una tiranía común. La cuestión era muy sencilla: ¿dónde hallar en la península ocupaciones de dominios públicos necesarias para establecer doce ciudades nuevas privilegiadas y populosas? ¿Bastarían para ello los dominios itálicos, cuando ya se habían distribuido todos o casi todos? ¿Bastarían, aun confiscándolas, todas las tierras concedidas secularmente a los latinos? Y en cuanto a Druso, la declaración que hizo de que él no pondría mano a la ejecución de su ley, ¿no era una insigne torpeza, o casi una insigne locura? Pero para la caza torpe bastan malas redes. Además hubo una circunstancia desgraciada y que quizá lo decidió todo: en aquellos momentos en que su influencia personal era el nudo de la cuestión, Graco se hallaba instalando en África su colonia de Cartago. Su factótum en la capital, Marco Placeo, no supo más que ser torpe y violento, y trabajaba en cierto modo a favor de sus contrarios. El pueblo ratificó las Leyes Livias con el mismo entusiasmo que en otro tiempo había ratificado las Leyes Sempronias. Como de cos­tumbre, dio a su actual bienhechor esta ventaja, aumentada por el hecho de que el bienhechor antiguo estaba imposibilitado de emplear medios moderados. La candidatura de Graco para un tercer tribunado en el año 633 fracasó con graves irregularidades cometidas por los tribunos que dirigían la elección, y a quienes él había ofendido. Su derrota electoral era la ruina de su poder. Se le asestó además un segundo golpe con el nom­bramiento de los cónsules, tomados ambos de las filas de los enemigos de la democracia. Uno de ellos era aquel Lucio Opimio, el pretor del año 629, notable solo por la toma de Fregela. Por lo tanto, el Senado tenía a su cabeza a uno de los jefes más ardientes y menos peligroso del partido ultranoble, que tenía la firme resolución de atacar en la primera ocasión a su peligroso adversario, y esa ocasión no tardó en presentarse.ATAQUES CONTRA LA COLONIZACIÓN TRANSMARINA LA CATÁSTROFEGraco salió de su cargo el 10 de diciembre del año 632, y Opimio entró en su consulado el 1° de enero del año 633. Como es natural, el combate133

HISTOJ

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se empeñó en ocasión de la más útil pero más impopular de las medidas del ex tribuno, la reconstrucción de Cartago. A la colonización transmarina solo se había opuesto el arma indirecta de la colonización de Italia, más atractiva para el emigrante. Pero he aquí que comienzan a circular ciertos rumores; se cuenta por ejemplo que las hienas de África habían desen­terrado y volcado las piedras puestas hacía poco para señalar los límites del territorio de la nueva Cartago. Los sacerdotes romanos comenzaron a decir que estos prodigios y signos eran una advertencia manifiesta, que los dioses prohibían la reconstrucción de la ciudad maldita. El Senado a su vez se declaró obligado por su conciencia a proponer una ley que prohibiese la colonia de Junonia. En este mismo instante Graco se estaba ocupando de elegir a los futuros colonos con una comisión compuesta por sus partidarios. El día de la votación apareció en el Capitolio, donde estaba convocada la asamblea del pueblo, intentando que se rechazase la moción con al apoyo de todos los suyos. Él quería evitar la violencia, para no dar a sus adversarios el pretexto que buscaban, pero no pudo impedir que un gran número de sus amigos fuesen armados al lugar de la convocatoria, recordando el fin de Tiberio y demasiado al corriente de los proyectos de los aristócratas. En el estado de sobreexcitación de los espíritus que reinaba, debía esperarse cualquier atentado. Luego de que el cónsul Lucio Opimio hubiera quemado la víctima acostumbrada sobre el altar del Júpiter capitolino, se presentó de repente uno de sus alguaciles llevando en sus manos las entrañas sagradas y ordenó "a los malos ciudadanos" que evacuasen el templo. Parece que quiso poner la mano sobre Graco, pero uno de los fanáticos de este último sacó su espada y atravesó a aquel desgraciado. Se promovió un tumulto horroroso. En vano Graco se esfuerza por hacerse oír; en vano rechaza toda responsa­bilidad en aquel asesinato sacrilego; al alzar la voz, no hace más que suministrar otro pretexto para la acusación. Cuando estaba hablando había interrumpido, sin apercibirse de ello a causa del ruido y de la confusión, a un tribuno que hablaba al mismo tiempo al pueblo. Ahora bien, había un decreto, olvidado ya, del tiempo de las luchas entre los dos órdenes (la Ley Icilia, volumen I, libro segundo, pág. 293), que fijaba las penas más severas contra el que interrumpiese a un tribuno. El cónsul Opimio había tomado ya sus medidas; era necesario concluir por la fuerza con una insurrección que según los aristócratas tendía a destruir la constitución republicana. Este pasó toda la noche en el templo de Castor,'34

LA REVOLUCIÓN Y CAYO GRACOsobre el Forum. Al amanecer, los arqueros cretenses ocuparon el Capitolio, y la curia y el Forum se llenaron de partidarios del gobierno, senadores y caballeros pertenecientes a la fracción conservadora, todos armados, según la orden del cónsul, y cada uno acompañado por dos esclavos, también armados. Ninguno faltó al llamamiento: hasta se vio venir al viejo y venerable Quinto Mételo con su escudo y su espada, que, sin embargo, era partidario de las reformas. A la cabeza de los defensores del gobierno se puso Décimo Bruto, oficial hábil y experimentado en las guerras de España. En tanto el Senado estaba reunido en la curia, había colocado en la puerta el ataúd donde yacía el lictor muerto la víspera. Los senadores, emocionados, vinieron en masa a contemplar el cadáver y después se retiraron a deliberar. Los jefes de la democracia habían abandonado el Capitolio y marchado a sus casas. Marco Flacco por su parte, durante la noche había querido organizar la lucha en las calles, pero Cayo había permanecido inactivo pues no quería pugnar contra el destino. La mañana siguiente, cuando llegó a su conocimiento la noticia de los grandes preparativos acumulados en el Capitolio y en el Forum, los demócratas subieron al Aventino, la antigua ciudadela del pueblo en las luchas entre patricios y plebeyos. Graco estaba allí silencioso y desarmado, pero Flacco había llamado a los esclavos a las armas. Al mismo tiempo que se atrincheraba en el templo de Diana, enviaba a su joven hermano, Quinto, al campo enemigo a proponer un arreglo. Quinto volvió diciendo que los aristócratas exigían la entrega a discreción, y traía una citación para Graco y Flacco. Debían comparecer ante el Senado para responder a una acusación de lesa majestad tribunicia. Graco quiso obedecer, pero Flacco lo impidió volviendo a la carga con el Senado y solicitando un compromiso.Esta fue una tentativa a la vez pueril y cobarde tratándose de semejantes adversarios. Cuando en lugar de los acusados se vio que volvía el joven Quinto, el cónsul declaró que la contumacia de aquellos era un principio de abierta insurrección. Mandó detener al emisario, dio la señal de atacar el Aventino y pregonó por las calles que el que presentase la cabeza de Flacco o de Graco recibiría igual peso de oro del Tesoro, y que se per­donaría a todos los que bajasen del Aventino antes de comenzar el combate. Las masas se dispersaron inmediatamente, y los nobles, apo­yados por los arqueros cretenses y los esclavos, asaltaron con bravura la colina en la que no llegó a formalizarse la defensa. Allí pasaron por'35

HISTORIA DElas armas a cuantos encontraron y murieron unos doscientos cincuenta desgraciados, gente del pueblo la mayor parte. Placeo había huido con su hijo mayor y se había ocultado, pero al ser descubierto fue asesinado. Por su parte, Graco se había retirado desde el principio de la lucha al templo de Minerva. Iba a atravesarse con su espada, cuando su amigo Publio Léntulo se arrojó en sus brazos, suplicándole que se conservase para mejores días. Cayo se dejó guiar y marchó hacia el líber para pasarlo, pero al bajar de la colina tropezó y se lastimó un pie. Entonces, para darle tiempo, dos de sus compañeros se detuvieron: Marco Pomponio se quedó en la puerta trigémina bajo el Aventino, y Publio Letorio, en el puente donde según la leyenda Horacio Cocles había detenido a todo el ejército de los etruscos. Fue necesario pasar sobre sus cadáveres. Gracias a ellos, Graco había podido ganar la orilla derecha del río acompañado por su esclavo Euporo, pero sus dos cadáveres fueron hallados en el bosque sagrado de la diosa Furrina. Todo induce a creer que el esclavo había matado a su señor primeramente y después se había suicidado a su vez. Las cabezas de los dos jefes de la revolución fueron presentadas al cón­sul, según él había ordenado. El que llevó la cabeza de Graco, Lucio Septumeleyo, era hombre de elevada condición y recibió con excesó la recompensa prometida; los asesinos de Flacco, por el contrario, eran gentes de poco más o menos, y se los despachó con las manos limpias. Los cadáveres de dichos jefes fueron arrojados al río, y sus casas entre­gadas al pillaje de las masas. Comenzó después el proceso contra los numerosos partidarios de Cayo: tres mil fueron ejecutados y entre ellos el joven Quinto Flacco, que apenas contaba con dieciocho años, y cuya juventud y carácter amable excitaron la compasión universal. Debajo del Capitolio se levantaban los altares consagrados por Camilo y otros ilustres romanos en circunstancias análogas a la concordia, después de restablecida la paz interior. Todos estos santuarios fueron demolidos por orden del Senado, y el cónsul Lucio Opimio edificó sobre sus ruinas un templo vasto y magnífico con su celia (sagrario) en honor de la misma diosa, costeado con el dinero de los traidores muertos o condenados. Se había confiscado hasta la dote de las mujeres. Roma estaba en lo cierto al destruir los símbolos de la antigua concordia e inaugurar la nueva era sobre los cadáveres de los tres nietos del vencedor de Zama, Tiberio Graco, Escipión Emiliano y Cayo Graco, devorados todos por el mons­truo de la revolución.136



I

LA REVOLUCIÓN Y CAYO ORACOEl nombre de los Gracos fue declarado maldito, y hasta se prohibió a la misma Cornelia que vistiese luto por ellos. Pero, a pesar de las prohi­biciones oficiales, después de su muerte se manifestó el gran afecto que profesaban las masas a los dos hermanos, y sobre todo a Cayo, tributando a su memoria un culto religioso y mirando como sagrados los lugares donde habían muerto.'37



IV EL GOBIERNO DE LA RESTAURACIÓN

aEL PODER VACANTECuando Cayo Graco desapareció, se hundió con él el edificio que había levantado. Su muerte y la de su hermano habían sido ante todo una obra de venganza, pero, al suprimir la persona del monarca en el momento mismo en que se fundaba la monarquía, se había dado también un gran paso hacia la restauración del antiguo régimen. Esto fue así, y aún más, si consideramos que, una vez muerto Cayo y con la sangrienta justicia de Opimio a la vista, nadie osó aspirar a la sucesión vacante a título de parentesco de sangre, o por el derecho de la superioridad de talento. Cayo no dejaba descendientes y el hijo único de Tiberio había muerto en edad temprana. En todo el partido popular no era fácil en­contrar un solo hombre o un nombre que pudiera servirles de divisa, por decirlo así. Sucedía con la constitución de los Gracos lo que con una fortaleza sin jefe: sus muros y guarnición permanecen intactos, pero allí no se oye una voz de mando. Solo la situación derribada por Cayo podía ocupar el lugar que la catástrofe había dejado vacante.RESTAURACIÓN ARISTOCRÁTICAEsto fue lo que sucedió: a falta de herederos del tribuno, el Senado recogió inmediatamente el poder. Acontecimiento sencillo y natural. Cayo no había suprimido el Senado; en realidad no había hecho más que arrojarlo a la oscuridad a fuerza de decretos de excepción. Pero sería un gran error ver en la restauración únicamente la vuelta de la máquina del Estado a la situación en la que había permanecido durante muchos siglos. Quien dice restauración, dice siempre revolución, y en ese momento, sin embar­go, se había restaurado el antiguo gobierno más que el antiguo régimen. Nuevamente se alzó la oligarquía vestida con el nuevo traje de la tiranía caída; y, así como el Senado había batido a Graco con sus propias armas,

HISTORIA DE ROW(A, LIBRO IVasí también continuó gobernando en las cosas más esenciales con las instituciones de los Gracos. Sin embargo, abrigaba el pensamiento de suprimirlas por completo, o de purgarlas al menos de todos los elementos hostiles al régimen aristocrático que en sí encerraban.PERSECUCIONES CONTRA LOS DEMÓCRATAS. LA CUESTIÓN DE LAS DETENTACIONES DURANTE LA RESTAURACIÓNLa reacción va siempre unida, en un principio, solo a las personas. Se tomó la sentencia pronunciada por el pueblo contra Pulió Popilio, y se lo llamó del destierro (año 633). Por otro lado, a los amigos de Graco se les hizo la guerra mediante procesos, y, aun cuando la facción popular intentó una acusación pública de alta traición contra Opimio a la salida de su cargo, fracasó ante el esfuerzo del partido contrario. Si puede señalarse algún rasgo en el gobierno restaurado, esos son la actitud y el vigor de la aristocracia en materia de opinión política. Cayo Carbón, antiguo aliado de los Gracos, pero que se había pasado hacía mucho tiem­po al bando del Senado, ayudó a Opimio con gran celo y buen éxito. Sin embargo, no por esto dejaba de ser un tránsfuga. Complicado por los demócratas en la acusación dirigida contra Opimio, no fue, como este, socorrido por los gobernantes, que lo dejaron caer sin pena. Se vio perdido en medio de los dos campos enemigos, y se dio la muerte. Los hombres de la reacción se conducían como puros aristócratas cuando se trataba de las personas, pero, cuando la cuestión era de distribuciones de trigo, de impuesto asiático, de organización judicial o de los jueces jurados de los Gracos, cambiaban por completo de sistema. Guardaron muchos miramientos a la clase comerciante y a los proletarios de la capital; y, así como habían hecho anteriormente cuando la promulgación de las Leyes Libias, así también rindieron homenaje a los dos poderes del día, sobre todo al proletariado. De esta forma, fueron por este camino mucho más lejos que los Gracos. La revolución de estos resonaba aún en todos los espíritus y protegía las creaciones de los tribunos. Es necesario también reconocer que el interés de las masas se entendía a las mil maravillas con el interés aristocrático; no se sacrificaba a uno ni a otro más que el bien público. Todas aquellas medidas que el bien público había inspirado a Graco, las mejores, y por consiguiente las más impopulares, fueron las140

EL GOBIERNO DE LA RESTAURACIÓNprimeras abandonadas. El más grande de sus proyectos es el primero que la aristocracia ataca y aniquila. ¿Podía haber cosa peor que realizar la fusión entre los ciudadanos de Roma e Italia y poner las provincias al nivel de esta; borrar la diferencia entre el pueblo soberano y consumidor, y la muchedumbre de los subditos que sirven y trabajan; inaugurar finalmente la solución del problema social con la emigración sistemática más vasta que ha conocido la historia? Inmediatamente después de restaurada la aristocracia, se la ve con la obstinada amargura y el mal humor de la decrepitud resucitar al presente la máxima usada en los tiempos pasados: Italia debe reinar sobre el mundo y Roma debe reinar sobre Italia. Ya en vida de Graco se habían rechazado por completo a los aliados itálicos; el gran pensamiento de la colonización transmarina había sufrido más de un ataque y había traído consigo la caída de su autor. Muerto él, la facción gobernante rechazó sin trabajo el proyecto de la reconstrucción de Cartago, aunque se dejaron a los poseedores las asignaciones que ya tenían concedidas. En otra cuestión, sin embargo, el partido democrático consiguió fundar un establecimiento análogo. A consecuencia de las conquistas comenzadas por Marco Placeo al otro lado de los Alpes, se fundó la colonia de Narbona (Narvo Martius) en el año 636, el municipio transmarino más antiguo del Imperio Romano, y, a pesar de las múltiples agresiones del partido gobernante, y de una moción hostil presentada abiertamente contra ella en el Senado, esta se mantuvo y continuó su progreso. Pero salvo esta excepción única, y por lo mismo sin importancia, el poder detuvo en todas partes las asig­naciones de terreno fuera de Italia.El mismo principio presidió la organización del dominio itálico. Se suprimieron las colonias que Cayo había fundado en la península: en primer término Capua, donde se disolvió la reunión de los colonos que ya habían comenzado a reunirse. Solo se conservó Tarento, y la nueva ciudad de Neptunia se limitó pura y simplemente a la antigua ciudad griega. Los beneficiarios de las parcelas distribuidas fuera de las asig­naciones coloniales continuaron cultivándolas. Marco Druso ya había abolido las cargas que Graco había establecido sobre el producto de los terrenos en favor del Estado, las rentas enfitéuticas y la cláusula de inalienabilidad. Por otra parte, en lo que toca a los dominios detentados aún a título de ocupación, según el modo antiguo, y que en su mayor parte (exceptuando las tierras pertenecientes a los latinos) no eran más141


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