Historia de Roma Libro IV la revolución Los países sujetos hasta el tiempo de los Gracos



Yüklə 1,6 Mb.
səhifə15/47
tarix15.03.2018
ölçüsü1,6 Mb.
#32386
1   ...   11   12   13   14   15   16   17   18   ...   47


1

había atestiguado la eterna bravura de la infantería romana. Mediante su valor, el soldado había convertido en triunfo la derrota en que habían incurrido sus generales. En cuanto al rey, licenció a la mayor parte de sus tropas y se contentó en adelante con hacer la guerra de escaramuzas, en la que se condujo con gran habilidad. Conducidas una por Mételo y la otra por Mario, que aun siendo inferior por su nacimiento y rango a los demás jefes se había elevado al primer lugar después de la batalla del Mutul, las dos columnas del ejército romano recorrieron todo el país númida ocupando las ciudades, y pasando a cuchillo a todos los hombres en estado de tomar las armas cuando no se les franqueaban sus puertas. Sin embargo, entre las ciudades del valle del Bagradas la más importante era Zama, y resistió vigorosamente. El rey la apoyó con todas sus fuerzas. Un día consiguió sorprender al campamento romano, y los sitiadores se vieron obligados a levantarlo y retirarse a sus cuarteles de invierno. Por lo demás, era necesario proveer a las necesidades del soldado. Para mayor facilidad, Mételo los condujo a la provincia romana, pero dejó guarniciones en las plazas conquistadas. A pesar de que las armas reposaban, reanudó las negociaciones y se mostró dispuesto a conceder la paz al rey en mejores condiciones. Yugurta aprovechó gustoso la ocasión. En efecto, ya se había obligado a pagar doscientas mil libras de plata y había entregado sus elefantes, trescientos rehenes y tres mil tránsfugas que fueron decapitados inmediatamente. Pero, entre tanto, Mételo se ganó a Bomílcar, el consejero más íntimo del númida, quien podía temer que Yugurta lo entregase a los romanos como asesino de Masiva al hacerse la paz. Con la promesa de impunidad y de una rica recompensa, se comprometió a entregar a su señor, vivo o muerto, a los romanos. Pero ni las negociaciones oficiales, ni estas intrigas de mal género llegaron al resultado que se esperaba. Cuando Mételo exigió que el rey se entregase prisionero, este rompió bruscamente las negociaciones; y cuando las tramas infames de Bomílcar con el enemigo fueron descu­biertas, fue hecho prisionero y decapitado. Por más que no defendamos esas miserables intrigas diplomáticas, reconocemos que los romanos tenían razón al querer apoderarse de la persona de Yugurta. La guerra había llegado a un punto en que no podía terminarse ni proseguirse. Puede juzgarse el estado de los ánimos en Numidia por la sublevación de Vaga (Vedjah), la ciudad más importante de las ocupadas por los romanos (invierno del 646 al 647). Allí pereció toda la guarnición romana, oficiales162

EL GOBIERNO DE LA RESTAURACIÓNy soldados, a excepción del comandante Tito Turpilio Silano, que más tarde fue acusado, con razón o sin ella, de connivencia con el enemigo y fue condenado por un tribunal militar a sufrir la pena capital. Dos días después de la insurrección, Mételo penetró en la plaza, y la trató con toda la saña y el rigor de la ley de la guerra. Pero si tales eran los senti­mientos de los númidas inmediatos al Bagradas, colocados al alcance de la espada de los romanos, y más dóciles de por sí, ¿qué no podía esperarse de los habitantes de los países del interior y de las tribus nómadas del desierto? Yugurta era el ídolo de los africanos; ellos le perdonaban fácil­mente su doble fratricidio y no veían en él más que al salvador y al ven­gador de la patria. Veinte años después, cuando apareció en las filas del enemigo, en Italia, un hijo del rey númida, los romanos tuvieron que li­cenciar y mandar inmediatamente al África a un cuerpo númida que combatía con ellos.Juzgúese por este hecho su prestigio personal. ¿Cómo prever el fin de la guerra en un país donde todo favorecía al jefe, pues contaba con las simpatías nacionales, y donde la configuración del suelo y el carácter de los pueblos le hacían sumamente fácil prolongar inde­finidamente la guerra en pequeños e incesantes combates, o dejarla dormir un instante para emprenderla de repente mucho más violenta que antes?GUERRA EN EL DESIERTOCuando en el año 647 Mételo volvió a emprender la campaña, Yugurta no le hizo frente en algún sitio preciso, antes bien aparecía ya en un punto inmediato, ya en otro más lejano. Pretender perseguir a estos rápidos corredores del desierto equivalía a una cacería de leones. Batalla dada, batalla ganada; pero ¿qué importa? No daba ningún resultado. Después el rey penetró en el interior del país. En un oasis en el centro del actual veilikato de Túnez, en la misma orilla del gran desierto y separada del valle del Madjerda por una estepa árida de diez millas (unos quince ki­lómetros) de ancho, había dos ciudades fuertes: Thala (más tarde Tálete), al norte, y Capsa (Gafsa), al sur. Yugurta había ido a refugiarse a Thala con sus hijos, sus tesoros y lo más selecto de sus tropas, y para esperar allí mejores días. Mételo lo persiguió a través de las soledades, llevando el agua en odres. Llegó por fin a Thala, que cayó en su poder después de veinticuatro días de sitio. En el momento supremo, los tránsfugas163

HISTORIA DE,romanos prendieron fuego a los edificios donde estaban reunidos y no solo se dieron la muerte, sino que destruyeron por completo el rico botín que poseían los sitiadores. Nuevamente Yugurta había logrado escapar con su familia y sus riquezas. Toda Numidia parecía que estaba ya en poder de los romanos; y, sin embargo, el estado de la guerra, en vez de tocar a su fin, retrocedía. En el desierto del sur se levantaron las tribus libres de los gétulos, y acudieron a las armas al llamamiento del rey.COMPLICACIONES EN MAURITANIAEn el occidente, Boceo, rey de Mauritania, cuya amistad Roma había despreciado anteriormente, amenazó unirse con su yerno. Lo acogió en sus Estados y, uniendo a las hordas númidas su innumerable caballería, avanzó hacia el país de Cirta, donde Mételo había establecido sus cuarteles de invierno. ¿Cuáles eran sus proyectos? ¿Quería vender a Yugurta a un precio más caro a los romanos? ¿Quería hacerles a estos una guerra nacional? Esto es lo que no sabían los romanos ni Yugurta, ni quizás él mismo; el hecho es que no abandonaba la actitud equívoca que había tomado.MARIO, GENERAL EN JEFEEn estos intermedios, Mételo tuvo que salir de la provincia. Un decreto del pueblo lo obligó a resignar el mando en su antiguo subordinado, Mario, que había sido elegido cónsul. Este 'se puso a la cabeza del ejército para la campaña del año 648. Pero, en realidad, debía su título a una especie de revolución. Confiando en los señalados servicios que había prestado e impelido por los oráculos que lo designaban, se atrevió un día a solicitar el consulado. Si la aristocracia se hubiera decidido a sostener una candidatura completamente constitucional y plenamente justificada por el mérito de este personaje enérgico y además adicto, de esto no habría, resultado más que la inscripción de una nueva familia en los fastos consulares. Pero no fue así por desgracia. Mario no era noble, y era una incalificable osadía que aspirara a la suprema magistratura. ¡Así cayó en el desprecio de toda la casta dominante, pues no era más que un164

EL GOBIERNO DE LA RESTAURACIÓNimprudente innovador, un revolucionario! La nobleza obraba con Mario en la actualidad, como antes habían obrado los patricios con los plebeyos, pero ahora no tenían a su favor ni siquiera la letra del derecho público. Mételo escarnecía a su bravo subalterno, y se burlaba de él diciendo: "Que espere un poco para presentar su candidatura; mi hijo, que ha de ser su competidor, es todavía un mozalbete imberbe". Solo a última hora se le dio una licencia para que fuese a Roma a solicitar el consulado del año 647 (107 a.C.). Pero muy pronto Mario se vengó con usura de la injusticia de su general. Ante un pueblo que lo oye embobado, azota a Mételo aun en contra de lo que establece la ley militar y las justas conveniencias. Lo pinta como mal administrador y peor general, y refiere a aquella muchedumbre a quien adula, y que cree ser vendida a cada momento por conspiraciones secretas de la aristocracia, aquel cuento absurdo de la traición del ex cónsul. Según él, Mételo había prolongado la guerra para perpetuarse en el mando. Los vagos callejeros gritan asegurando la evidencia del hecho. Muchos malévolos, que aspiraban al poder por buenos o malos medios, y particularmente los comerciantes, cogieron por los cabellos la ocasión que se les ofrecía para inferir a la aristocracia una herida que le sería en extremo sensible; y, en conse­cuencia, Mario fue elegido por una gran mayoría. Además, aunque conforme a la ley de Cayo Graco correspondía al Senado distribuir los asuntos entre los dos cónsules (pág. 127), un plebiscito especial encargó al recién nombrado el mando supremo del ejército de África.NUEVOS COMBATES SIN MEJORES RESULTADOSPor lo tanto, en el año 648 Mario ocupó el lugar de Mételo. Ahora bien, le faltaba cumplir las presuntuosas promesas que no cuesta nada hacer. Tenía que obrar mejor que Mételo, y llevar a Yugurta a Roma atado de pies y manos. Mario lucha a su vez contra los gétulos: va, viene y somete algunas ciudades no ocupadas hasta entonces. Incluso empren­dió una expedición contra Capsa, expedición más penosa que la de Mételo contra Thala. A pesar de la fe jurada, la ciudad capital fue destruida y todos sus habitantes capaces de tomar las armas fueron pasados a cuchillo. Sin duda este era un medio bueno, y el único, para impedir que esta ciudad del desierto volviera a insurreccionarse. Por165

>MA, LIBRO IVúltimo, el cónsul atacó una gran fortaleza situada en una montaña y que dominaba el río Molochat (Moloia), que separa a la Mauritania de Numidia. En ella Yugurta tenía ocultas todas sus riquezas. La plaza fue tomada por asalto en el momento mismo en que el cónsul, ya desesperando de la empresa, iba a levantar el sitio. Una feliz escalada intentada por unos soldados atrevidos los hizo dueños de aquel inaccesible nido de águilas. Si solo se hubiese tratado de hacer más aguerrido al ejército por medio de razzias atrevidas, o de que los soldados hiciesen botín, o de oscurecer la expedición de Mételo al desierto por otra aún más arriesgada y lejana, todos estos movimientos, todas estas hazañas, podrían haber sido aplaudidos. Pero el fin de la guerra, que Mételo no había perdido de vista un momento y que era la captura de Yugurta, este fin, repito, estaba muy lejano. Por ejemplo, nada justificaba la expedición sobre Capsa, mientras que la expedición de Mételo sobre Tríala, por temeraria que se la considere, había tenido un motivo serio. También era una grave falta dirigirse hacia el Molochat y amenazar, si no invadir, la Mauritania. En efecto, Boceo, que podía terminar de un solo golpe la guerra y hacerlo a favor de Roma, o abrir de nuevo una serie de aventuras sin fin, hizo tratativas con Yugurta. Mediante la cesión de una parte de* su reino, el númida obtuvo la promesa de un enérgico apoyo. Al volver de las orillas del Molochat, el ejército romano se encontró una tarde envuelto por las enormes masas de la caballería de ambos reyes. Le fue necesario combatir en el mismo lugar donde se lo cogió, dividido como estaba en secciones para la marcha, sin orden de batalla y sin mando que dirigiese sus esfuerzos. En estas circunstancias debió tener por gran dicha el hecho de que sus mermadas filas pudiesen ganar dos colinas inmediatas, donde acampó durante la noche provisionalmente pero con alguna seguridad. Pero esta victoria se desvaneció entre los africanos, que perdieron todo su fruto a raíz de su incurable negligencia. Se dejaron sorprender al amanecer por los romanos que ya se habían repuesto, y así fue que los acuchillaron y dispersaron. Desde este día el ejército continuó su retirada en buen orden y con más prudencia, pero aún lo asaltaron en una ocasión las hordas africanas por cuatro puntos a la vez. El peligro era grande, pero el jefe de la caballería, Lucio Cornelio Sila, puso al fin en desordenada fuga a los numerosos escuadrones del enemigo. Al volver de su persecución, se arrojó sobre Boceo y Yugurta, quienes habían cogido por la espalda a la infantería. El ataque de estos166

EL GOBIERNO DE LA RESTAURACIÓNtambién fue rechazado, y condujo a los romanos de Mario a sus cuarteles de invierno en Cirta (del 648 al 649).NEGOCIACIONES CON BOCCO ENTREGA DE YUGURTA A LOS ROMANOS. SU SUPLICIOAunque rara, es cosa fácil de comprender que no se hubiese hecho antes nada por contraer amistad con Boceo, y que incluso se la hubiera desdeñado. Pero en la actualidad, cuando se han abierto las hostilidades, se la busca con ardor. Como no había habido formal declaración de guerra, los romanos se valieron de esto para entablar negociaciones. Boceo volvió a tomar su actitud ambigua: no rompe la alianza con su yerno ni lo entrega, pero comienza a conferenciar con el general romano acerca de las condiciones de una alianza con Roma. Cuando estaban ya de acuerdo, o parecían estarlo, pidió, para concluir definitivamente y para recibir al real cautivo, que Mario le enviase a aquel Lucio Sila a quien él había ya conocido, y que le era muy simpático. Sila había estado ya en su corte como enviado del Senado romano, y, por otra parte, había sido recomendado al rey por los embajadores mauritanos, que en su marcha para Italia habían recibido de él señalado servicio. Mario quedó muy perplejo. Rehusar equivalía a la ruptura, pero aceptar era poner a su oficial más bravo y noble a merced de un hombre en quien no podía confiarse, puesto que todos sabían que tenía dos caras, una hacia Roma y otra hacia Yugurta, y que según todas las apariencias quería tener en su yerno y en Sila dos rehenes. Sin embargo, la necesidad de terminar triunfó por sobre todos los escrúpulos, y Sila se encargó de buena gana de la misión que le imponía Mario. Partió audazmente, conducido por Bolux, hijo de Boceo, y no se desmintió su osadía ni aun cuando se vio solo con su guía y tuvo que atravesar por el medio del campamento de Yugurta. Sus compañeros le aconsejaban que huyese, pero, lejos de ceder a este pensamiento cobarde, continuó su ruta a través de los escuadrones enemigos, y llegó sano y salvo con el hijo del rey a su lado. La altivez de su actitud y de su lenguaje no perjudicó en nada las negociaciones con el sultán moro, que al cabo se puso del lado de Roma y sacrificó a Yugurta. Con el pretexto de comunicárselo todo, atrajo el suegro al yerno a una emboscada donde su escolta fue acuchillada y él, hecho prisionero. El,67

!>«ISTOIUIOTW*IA, LIBRO IVgran traidor caía por la traición de los suyos. Lucio Sila volvió al cuartel general llevando consigo encadenado al astuto e infatigable númida y a sus hijos, y de este modo concluyó la guerra al cabo de siete años de combates. La victoria fue unida al nombre de Mario: cuando hizo su en­trada en Roma, el primero de enero del año 650, iban delante de su carro triunfal Yugurta y sus dos hijos, cargados los tres de cadenas sobre sus vestidos reales. Pocos días después, y por orden del mismo Mario, el hijo del desierto fue encerrado en un calabozo subterráneo en el antiguo sótano de la fuente capitolina (el Tullianum), en el "baño helado", como lo llamaban los desgraciados, donde pereció estrangulado o se lo dejó morir de hambre y de frío. Para ser justos, conviene decir que Mario solo había tenido una parte menor en el buen éxito de esta empresa. La conquista de Numidia hasta el límite del desierto había sido obra de Mételo, y se debía a Sila la captura de Yugurta. El papel desempeñado por Mario entre los dos aristócratas no dejaba de poner en cuidado su ambición personal. Sentía despecho al oír a su predecesor vanagloriarse con el sobrenombre de Numídico, y después se enfureció cuando el rey Boceo consagró en el Capitolio un monumento votivo de oro, en el que repre­sentaba la entrega de Yugurta a Sila. Sin embargo, ante la mirada de jueces imparciales, las hazañas de Mételo y de Sila oscurecían las de Mario. Sobre todo Sila, en aquella brillante retirada a través del desierto, había demostrado a los ojos de todos, tanto del general como del ejército, su valor, su presencia de ánimo, su destreza y su poderosa influencia sobre los hombres. Sin embargo, estas rivalidades militares habrían sido una cosa insignificante, si no hubieran ejercido su influencia en las luchas de los partidos políticos: si Mario no hubiera servido de instrumento a la oposición para retirar el mando al general aristócrata, y si la facción reinante no hubiese hecho de Mételo y de Sila sus corifeos militares para elevarlos muy por encima del vencedor nominal de Yugurta. Por lo demás, ya volveremos sobre estos incidentes y sus fatales consecuencias cuando tratemos de la historia interna de la República.REORGANIZACIÓN DE NUMIDIALa insurrección del reino cliente de Numidia terminó sin traer consigo un cambio notable en la política general ni en la situación particular de168



EL GOBIERNO DE LA RESTAURACIÓNla provincia de África. Contra el sistema seguido en todas partes, Numidia no fue declarada provincia romana: la razón de ello parece evidente. Para ocupar el país se necesitaban soldados que lo guardasen contra las hordas del desierto. Pero de ninguna manera era el pensamiento del poder en Roma sostener en África un ejército permanente. Se contentó con anexionar al reino de Boceo la Numidia occidental, todo el país que media entre Molochath y el puerto de Salda (Bugía), y que se denominará más tarde Mauritania Cesariana (provincias de Oran y de Argel). El resto del mermado reino de Yugurta fue entregado por los romanos a Goda, hermano de este, que, a pesar de ser un príncipe débil de cuerpo y de espíritu, era el último que quedaba de los nietos legítimos de Masinisa y había presentado sus pretensiones ante el Senado desde el año 646 a instigación de Mario.7 En cuanto a las tribus gétulas del interior, fueron colocadas entre las naciones independientes unidas a Roma por medio de tratados, bajo el título de aliados libres.RESULTADOS POLÍTICOSPor más que ordinariamente se atribuya poca importancia a los resultados políticos de la guerra o, mejor dicho, de la insurrección de Yugurta, de cualquier forma hay que tenerlos en cuenta, pues ofrecen más interés que los arreglos relativos a la clientela africana. En primer lugar, pusieron en claro los muchos vicios del sistema gobernante. Todos pudieron ver, y se confirmó judicialmente, por decirlo así, que bajo este régimen se vendía todo en la ciudad: los tratados de paz, los muros de los campamentos y hasta la vida de los soldados. El príncipe africano había dicho la pura verdad cuando exclamó al salir de Roma: "¡Oh, ciudad venal! ¡cuan pronto perecerías si hubiera quien te comprase!".8 Tanto en el interior como en el exterior, todo estaba marcado con el sello de la más detestable corrupción. Ahora han desaparecido las perspectivas, y se conserva solo la relación viva de la guerra de África, que pone su cuadro más cerca de nuestra vista a diferencia de los demás acontecimientos políticos o militares de aquel tiempo. En realidad, nada enseñaban estas revelaciones que no supiese desde tiempo atrás todo el mundo, y que no hubiese podido demostrar con hechos cualquier patriota. Es verdad que de los asuntos de Numidia salían nuevas e incontestables pruebas de la debilidad y169 O ,í.1corrupción del restaurado poder senatorial, pero ¿para qué servía esta luz, si no había oposición ni opinión pública bastante fuertes como para obligar al poder a que atendiese sus exigencias o siguiese sus inspira­ciones? La guerra numídica había mostrado la nulidad de la oposición, a la vez que la prostitución del poder. Es imposible gobernar peor que lo que había gobernado la restauración desde el año 637 hasta el 645. Era imposible imaginar un cuerpo más desarmado y más irremisiblemente perdido que el Senado en esta última fecha. Si hubiera habido en Roma una verdadera oposición, un partido que hubiese deseado y promovido un cambio cualquiera en los principios constitucionales, habría derribado con seguridad el Senado de la restauración. Pero de las cuestiones políticas no supo hacerse más que cuestión de personas: se cambió de general y se desterró a dos o tres hombres inútiles e insignificantes. De aquí se deduce que el pretendido partido popular no podía ni quería gobernar por sí mismo, que no eran posibles en Roma más que dos formas de gobierno, la tiranía y la oligarquía. También ponía de manifiesto que mientras el acaso no trajese un personaje, si no bastante fuerte, bastante conocido al menos para subir al poder, los escándalos administrativos, por odiosos que fuesen y aunque trajeran consigo algún perjuicio para un corto número de oligarcas, no ponían en peligro la oligarquía misma. En cambio, para el primer pretendiente que se presentase era fácil romper de un solo golpe todas las carcomidas sillas curules de la aristocracia. Véase la fortuna política de Mario. Nada, absolutamente nada motiva su éxito. Se hubiera comprendido que el pueblo hubiera destruido la curia después de la derrota de Albino, pero después de Mételo, después de la marcha imprimida por él a la expedición de Numidia, ¿dónde estaba el pretexto para una acusación de mala dirección de la guerra, y de que estaba en peligro la República? Y sin embargo, en cuanto se levanta un oficial, un advenedizo ambicioso, le es sumamente fácil realizar la amenaza salida de boca del primer africano (volumen II, libro tercero, pág. 191). No solo eso, sino que también se hace elegir contra la voluntad formal y expresa del poder para uno de los principales mandos militares. Absolutamente nula e ineficaz en las manos del llamado partido popular, la opinión pública se ofrecía como un arma irresistible al futuro monarca de la ciudad de Roma. Esto no quiere decir que yo afirme que Mario haya sido nunca un pretendiente, por lo menos hasta el momento en que obtuvo del pueblo el generalato en jefe del ejército de África. Pero a pesar770

EL GOBIERNO DE LA RESTAURACIÓNde que él tuviese conciencia de sus actos, o no, en realidad a esto es a lo que había venido a parar el sistema aristocrático de la restauración, desde el momento en que los generales salían completamente armados de la máquina de los comicios. O, lo que es lo mismo, desde el día en que un oficial, con tal que fuese popular, osaba y podía por sí mismo elevarse al generalato por las vías legales. En las crisis que preceden a la tempestad final vemos figurar un elemento absolutamente nuevo: los generales y el poder militar entran en la escena de las revoluciones polí­ticas. Aún no podía saberse si la elevación de Mario era el acto prepa­ratorio de un nuevo asalto dado a la oligarquía con la mira de una futura tiranía, o si era solo, como tantas veces había sucedido, una inculcación de la prerrogativa gubernamental sin otras consecuencias. Sin embargo, podía preverse que, si el germen llegaba a fructificar, vendría la tiranía, no del hombre puramente político como Cayo Graco, sino del oficial del ejército. Al mismo tiempo se había modificado la organización militar. Cuando Mario formó su ejército de África no se atuvo a la condición de los bienes de fortuna, que hasta entonces se habían exigido, sino que abrió las filas de la legión al voluntario más pobre entre los ciudadanos, con tal de que fuese buen soldado. Pudo suceder que se dictase la medida obedeciendo a otras puramente estratégicas, pero cambiar por completo la constitución del ejército era un acontecimiento considerable y de grandes consecuencias. Antes, el soldado tenía bienes que perder, y en los tiempos primitivos también había poseído alguna cosa. En la actua­lidad, la legión recibe a todo el mundo aunque no tenga nada más que sus brazos y sin esperar otra cosa que lo que le ceda la generosidad de sus jefes. En el año 650, la aristocracia tenía el poder ilimitado, de la misma forma que en los buenos tiempos del año 620, pero los síntomas de la catástrofe se aglomeraban, y en el horizonte político se veía el cetro detrás de la espada.'7'



V LOS PUEBLOS DEL NORTE

ARELACIONES CON LOS PUEBLOS DEL NORTEfines del siglo VI, la dominación de la República se extendía por las tres grandes penínsulas que se destacan del continente del norte y penetran en las aguas del Mediterráneo. En verdad era una dominación mal asegurada en más de un lugar, si se considera que en las regiones del oeste y del norte de España, en los valles ligurios del Apenino y en los de los Alpes, y en las montañas de Tracia y de Macedonia, había un gran número de pueblos libres o semilibres que aún se atrevían a lanzar un reto a la descuidada pereza del gobierno romano. Las relaciones continentales de Italia con España y con Macedonia eran muy super­ficiales; y en cuanto a los países del otro lado de los Pirineos, de los Alpes y de los Balcanes, es decir en las vastas regiones que riegan el Ródano, el Rin y el Danubio, todos estaban completamente fuera de la esfera de la política romana. Ha llegado la hora de preguntarnos qué había hecho Roma para afianzar por este lado la seguridad de su poderío o para redondearlo, y de referir cómo llegó un día en que innumerables pueblos llamaron a las puertas del Septentrión. Pueblos cuyas oleadas se habían estrellado siempre contra la poderosa barrera de las montañas, pero que mostraban de una manera ruda al mundo grecorromano que no tenía razón al vanagloriarse de ser el único dueño de toda la tierra.EL PAÍS ENTRE LOS ALPES Y LOS PIRINEOS GUERRAS CON LOS LIGURIOS Y CON LOS SALASASDirijamos primeramente nuestras miradas al país situado entre los Alpes y los Pirineos. Hacía mucho tiempo que los romanos dominaban allí todas las costas del Mediterráneo por medio de Masalia, su cliente, una de las más antiguas y más poderosas ciudades confederadas y en realidad independientes. Sus estaciones marítimas, Agda, Rosas, Tauroention'73

Yüklə 1,6 Mb.

Dostları ilə paylaş:
1   ...   11   12   13   14   15   16   17   18   ...   47




Verilənlər bazası müəlliflik hüququ ilə müdafiə olunur ©genderi.org 2024
rəhbərliyinə müraciət

    Ana səhifə