Historia de Roma Libro IV la revolución Los países sujetos hasta el tiempo de los Gracos



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$de suministrar una demostración de la misma naturaleza: Roma no sabe administrar ni contener los Estados clientes. Cuando la insurrección se extendía por toda Sicilia, todo el mundo asistía con admiración a otro es­pectáculo. Despreciando a la poderosa República, que destruía en otro tiempo de un solo golpe los poderosos reinos de Macedonia y de Asia, se sublevó un principillo de la clientela romana: usurpador e insurrecto, luchó durante diez años, sostenido no tanto por la fuerza de sus armas, como por la debilidad lamentable del soberano.ASUNTOS DE NUMIDIA, YUGURTA GUERRA DE SUCESIÓN NÚMIDA. INTERVENCIÓN ROMANAHemos visto que el reino númida se extendía desde el río Molochat hasta la gran Sirtes (volumen II, libro tercero, pág. 216). Limitaba por una parte con el imperio mauritanio de Tingis (hoy Marruecos), y por la otra con Cirene y Egipto; comprendía al oeste, al sur y al este la estrecha faja marítima llamada la provincia romana de África.4 Además de las antiguas posesiones de los reyes númidas, en tiempos de su esplendor se había anexionado la mayor parte del territorio africano de Cartago, con gran número de las antiguas y más importantes ciudades fenicias, tales como Hipporegius (Bona) y la Gran Leptis (Levidah). Por consiguiente, contaba con la más grande y mejor parte de la fértil región de las costas del conti­nente septentrional. Después de Egipto, Numidia era la potencia más considerable de todas las sometidas a la clientela romana. Muerto Masinisa en el año 605, Escipión dividió el reino entre los tres hijos de aquel, Micipsa, Gulusa y Mastanabal. El mayor heredó la corona real y los tesoros del padre, el segundo mandaba el ejército, y el tercero estaba encargado de la administración de justicia (pág. 40). En la época a la que nos referimos, vivía solo el mayor y reunía en su mano todo el poder del reino.5 Este anciano dulce y débil desatendía los asuntos del Estado para dedicarse al estudio de la filosofía griega. Como sus hijos eran demasiado jóvenes, abandonó las riendas del gobierno a su sobrino, hijo ilegítimo de Masta­nabal. Yugurta no se mostró indigno descendiente de Masinisa. Bien formado de cuerpo, cazador ágil y bravo, exacto y decidido en los asuntos de su administración, se hizo estimar mucho por sus compatriotas. Fue el que condujo el contingente númida al sitio de Numancia, donde Escipión152

EL GOBIERNO DE LA RESTAURACIÓNtuvo ocasión de apreciar sus talentos militares. Su posición en el Imperioy la influencia que había adquirido cerca de los romanos, por medio desus numerosos amigos y compañeros de armas, fueron las causas de queMicipsa juzgase útil atraerlo cada vez más hasta que lo adoptó (año 634).En su testamento dispuso que su hijo adoptivo heredaría el trono en unióncon sus dos hijos mayores Hiempsal y Aderbal, y gobernaría juntamente 1 ¡con ellos. Para su seguridad se pusieron bajo la garantía del pueblo romano.Poco después murió el viejo rey. El testamento fue escrupulosamentecumplido en un principio, pero muy pronto apareció la discordia entre cel primo y los dos hijos de Micipsa. La cuestión tomó muy mal caráctersobre todo con Hiempsal, que tenía un genio más vivo y era más enérgicoque su hermano mayor. Yugurta no era para ellos más que un intruso,admitido sin razón a la herencia paterna. Era imposible que pudiesengobernar tres a la vez. Se intentó una distribución, pero no era posibledividir en partes las provincias y los tesoros entre aquellos tres príncipesque se aborrecían en alto grado. Y en cuanto al Estado protector, al cualhubiera pertenecido cortar la cuestión con una sola palabra, no quisoocuparse de ella. Por consiguiente se verificó la ruptura: Hiempsal yAderbal rechazaron el testamento de su padre, y quisieron negar a Yugurtasu legado, pero este se declaró soberano de todo el reino. Durante lasnegociaciones entabladas se desembarazó de Hiempsal por medio de unasesino pagado, y estalló la guerra civil entre Aderbal y el pretendiente:toda Numidia tomó parte en la cuestión. Yugurta se puso a la cabeza desus tropas menos numerosas, pero mejor ejercitadas y dirigidas, y no tardóen derrotar a su adversario. Se apoderó de todo el país y condenó altormento o a la muerte a los altos personajes que habían tomado el partidode su rival. Este se refugió en la provincia de África, y desde allí pasó aquejarse ante el Senado de Roma. Ya lo había previsto Yugurta, y dirigiósus tiros a evitar la intervención que lo amenazaba. Su tienda de campañadelante de Numancia le había servido más para conocer a Roma que paraaprender la táctica militar de los romanos. Introducido en los círculosaristocráticos, conocía muy bien todas las intrigas y la manera de tramarlas:había estudiado a fondo la llaga de esta nobleza bastarda. Dieciséis añosantes de la muerte de Micipsa, en su codicia desleal por la sucesión desu bienhechor, había puesto en juego sordos manejos cerca de sus másilustres amigos. El austero Escipión le hizo recordar que era beneficiosopara los príncipes extranjeros trabar amistad con la República romana,'53

pero no con algunos ciudadanos de Roma. Como quiera que fuese, sus enviados fueron provistos de palabras capciosas y, sobre todo, como mostraron después los acontecimientos, de los medios de persuasión más eficaces en tales circunstancias. Se vio así a los partidarios más decididos de Aderbal variar con una prontitud increíble, y decir que Hiempsal había sido asesinado por las crueldades que ejercía contra sus subditos, y que el instigador de la guerra actual, lejos de ser Yugurta, era su hermano adoptivo. Los jefes del Senado declamaron mucho contra el escándalo. Marco Escauro resistió hasta el último extremo, pero sus esfuerzos fueron vanos. El Senado echó un velo sobre todo lo sucedido. Se decidió que los dos herederos de Micipsa se distribuyeran el reino por partes iguales, y, para prevenir toda nueva discordia, una comisión senatorial fue a presidir la distribución. El consular Lucio Opimio, famoso por sus servicios a la causa de la contrarrevolución, había ahora apro­vechado la ocasión para hallar una recompensa debida a su patriotismo: había hecho que se lo nombrase jefe de la comisión. La distribución se hizo como quiso Yugurta, y con gran provecho para los comisionados. La capital Cirta (Constantina), con Rusicada, su puerto, fue adjudicada a Aderbal. Pero mientras que su lote lo colocaba en la parte oriental Hel reino, invadida casi toda por las arenas del desierto, Yugurta recibió la otra mitad, la del oeste, a la vez rica y poblada (las Mauritanias llamadas más tarde Cesariana y Sitifiana). La injusticia era grande, pero aún fue peor lo que ocurrió después. Queriendo quitar a su hermano la parte señalada, y aparentando mantenerse en una simple defensiva, Yugurta lo irritó y lo obligó a tomar las armas. El débil Aderbal, aleccionado por la experiencia, dejó a la caballería de Yugurta correr y saquear impu­nemente sus tierras, y se contentó con llevar a Roma su querella. Entonces Yugurta, impaciente con todas aquellas dilaciones, comenzó la guerra brutalmente y sin motivo. Aderbal fue derrotado en las inmediaciones de Rusicada y se refugió en su capital. Inmediatamente comenzó el sitio. Se sostenían combates diarios en las inmediaciones de la plaza con los italianos, establecidos en gran número en la ciudad, y que se defendían con más energía que los mismos africanos. En este momento se presentó la comisión enviada desde Roma a consecuencia de las súplicas de Aderbal al Senado, que estaba compuesta naturalmente por jóvenes sin experiencia, como todos aquellos a quienes el gobierno de entonces confiaba semejantes misiones. Piden al sitiador que les permita entrar en la plaza, porque154

EL GOBIERNO DE LA RESTAURACIÓNvan enviados a Aderbal por el Estado protector, pero además debía suspenderse la guerra y aceptarse su arbitraje. Yugurta les dio por toda respuesta la más seca negativa, y la comisión, como una turba de niños, se volvió a Italia para referir a los padres conscriptos todo lo ocurrido. Estos oyeron su relato y después dejaron que los acontecimientos siguieran su marcha: de esta forma, los italianos de Cirta se sostenían a duras penas, abandonados a sus propias fuerzas, pero continuaban batiéndose. Por último, al cabo de cinco meses, un adicto de Aderbal pudo atravesar sin ser visto las líneas del enemigo, y llegó a Roma con otro pliego de su señor, en el que dirigía las más suplicantes invocaciones. El Senado despertó y se decidió al fin, no a declarar la guerra a Yugurta, como exigía la minoría, sino a mandar a África una nueva embajada. Su jefe será Marco Escauro, el vencedor de los tauriscos, el dominador de los emancipados, el héroe imponente del partido aristocrático. Apenas se presente hará entrar en el círculo de sus deberes a ese rey insubordinado. ¡Yugurta obedeció, en efecto! Llamado a Utica para conferenciar con Escauro, se presentó allí, pero los debates se embrollaron e hicieron interminables y, en conse­cuencia, se disolvió la reunión. La embajada volvió a Roma sin haber declarado la guerra, y Yugurta volvió al sitio de Cirta. Aderbal, entonces, desesperado por la falta de apoyo de los romanos y reducido al último extremo, y los italianos, cansados de su larga defensa y confiados en la seguridad que el temor al nombre romano debía haberles garantizado, se vieron obligados a entregarse. Cirta capituló. Yugurta dio orden de que hiciesen perecer a su hermano adoptivo en los más crueles tormentos, y, en cuanto a la población, mandó pasar a cuchillo a todo varón adulto sin distinción entre africanos e italianos (año 642). Se lanzó un grito de horror que resonó de uno a otro extremo de Italia.La minoría del Senado y todos los que estaban fuera de este alto cuerpo maldecían unánimemente a aquel gobierno, para quien el honor y el interés de la patria no eran más que una mercancía ofrecida a todo comprador. Entre los más ardientes contrarios estaban los caballeros, a quienes tocaba más de cerca la matanza de los traficantes romanos e italianos de Cirta. Pero la mayoría del Senado se aferraba todavía y llevaba adelante los intereses de la aristocracia. Tenía la paz en el corazón y, para guardarla, empleaba todos los medios y todas las prácticas usadas por los gobiernos que se han hecho patrimonio de una corporación. Por último, Cayo Memio, tribuno designado para el año siguiente, hizo que se discutiese pública'55

HISTORIA DEmente este asunto. Tenía actividad y elocuencia, y, cuando amenazó con llevar un día ante los tribunales de justicia a los malvados para que rindiesen allí cuentas, el Senado se vio obligado a declarar la guerra. El negocio era serio. Los embajadores de Yugurta fueron despedidos de Italia sin haber sido admitidos en el Senado; el nuevo cónsul Lucio Calpurnio Bestia, que se distinguía, al menos entre sus contemporáneos, por su inteligencia y energía, reunió a toda prisa los armamentos necesarios. Marco Escauro aceptó él mismo uno de los principales puestos en el cuerpo expedicionario de África. Así, el ejército romano desembarcó en poco tiempo y marchó hacia el Bagradas en pleno país númida: las ciudades más lejanas del centro de la monarquía se le fueron sometiendo, y, por último, se verificó la alianza y amistad ofrecida a los romanos por Boceo, rey de Mauritania, no obstante ser suegro de Yugurta. En esta situación, todo ofrece al rey númida serios motivos de alarma: despacha sus embajadores al cuartel general romano y solicita humildemente un armisticio. Parecía que la lucha tocaba a su término, y concluyó en efecto más pronto de lo que pudiera esperarse. Boceo ignoraba las costumbres de Roma, al creer que podría hacer con esta un tratado ventajoso sin pagar algo por ello. Como no había proporcionado a sus emisarios las sumas requeridas para corhprar la alianza romana, fracasó por completo. Yugurta, por el contrario, que estaba familiarizado con las costumbres y las instituciones de Roma, mandó mucho dinero en apoyo de su exigencia de una tregua, y, sin embargo, se engañaba a sí mismo. Al entablar las primeras negociaciones, se vio patentemente que podía comprarse en el campo enemigo, no solo un armisticio, sino también la paz completa. El númida tenía en su poder las arcas atestadas de oro del viejo Masinisa, así que se entendieron a las dos palabras. Se extendieron los preliminares de la paz y fueron sometidos por pura fórmula a un consejo de guerra; después, una votación, sumaria e irregular si las hubo, los convirtió en tratados.TRATADO ENTRE ROMA Y NUMIDIAANULACIÓN DEL TRATADO DE PAZ. DECLARACIÓN DE LA GUERRA CAPITULACIÓN DE LOS ROMANOS. SEGUNDA PAZEl rey se sometía a discreción, pero el vencedor lo perdonaba y le devolvía su reino mediante el pago de una multa módica, la entrega de los tránsfugas,56

EL GOBIERNO DE LA RESTAURACIÓNromanos y de los elefantes de guerra (año 643). Con respecto a estos, Yugurta ya sabrá hacer que se los devuelvan, catequizando uno tras otro a los comandantes de plaza y a los oficiales de los destacamentos. Ante las noticias de paz, en Roma estalló una terrible tormenta. Todo el mundo sabía cómo se había hecho: tanto Escauro como los demás estaban dispuestos a venderse, con tal de que les pagasen un precio más alto que al común de los senadores. En la curia fue vivamente atacada la validez del tratado. Cayo Memio sostuvo que, si el rey se había sometido realmente sin condiciones, no podía negarse a comparecer; que convenía, por tanto, obligarlo a presentarse en Roma. Entonces se sabría a qué atenerse respecto de la irregularidad de las negociaciones, y se pondrían en claro los hechos, interrogando a las dos partes contratantes. Por inoportuna que la moción fuese, se aprobó al fin, pero al mismo tiempo, y contra la regla del derecho de gentes, se le dio al rey un salvoconducto por el cual venía, no como un enemigo que negocia, sino como un hombre que se somete. Finalmente, Yugurta llegó a Roma y compareció ante el pueblo, que costaba trabajo contener, y que, sin cuidarse de las seguridades dadas, quería hacer pedazos al asesino de los italianos defensores de Cirta. Pero, a la primera cuestión propuesta por Cayo Memio, salió uno de sus colegas, y con la interposición de su veto ordenó al rey que no contestase. También aquí el oro africano era más fuerte que el pueblo soberano y que los magistrados supremos. Mientras tanto, el Senado deliberaba sobre la validez del tratado de paz. El nuevo cónsul Espurio Postumio Albino, de quien ya hemos hablado anteriormente (volumen II, libro tercero, pág. 488), se mostró ardiente partidario de la anulación y esperaba obtener en consecuencia el mando del ejército de África. Otro nieto de Masinisa, Masiva, que se hallaba a la sazón en Roma, aprovechó también la ocasión para hacer valer ante el Senado sus derechos al trono vacante. Por esta razón Bomilcar, uno de los confidentes más íntimos de Yugurta, asesinó a este rival inesperado, probablemente con permiso de su señor, y, como iba a ser sometido a los tribunales, se fugó. Después de este nuevo atentado cometido ante los ojos del gobierno, se colmó la medida; como quiera que fuese, el Senado anuló el tratado y ordenó la expulsión del númida (en el invierno del año 643 al 644). Volvió a comenzar la guerra y el cónsul Espurio Albino fue a ponerse a la cabeza de las tropas. Desgraciadamente el ejército estaba gangrenado hasta en sus últimas filas, su desorden corría parejo con la desorganización política y social del Estado. No existía en él la disciplina:'57

durante la tregua, la soldadesca no había pensado más que en saquear las aldeas númidas y también las ciudades de la provincia romana. Oficiales, legionarios y generales, todos a cuál más, estaban en secreta inteligencia con el enemigo. Hubiera sido una locura esperar nada bueno de tal ejército. Por lo demás, Yugurta tomaba sus medidas, cosa superflua en realidad: compró al cónsul a dinero contante, y esa venta fue probada más tarde ante los tribunales de justicia. Por consiguiente, Espurio Albino se contentó con no hacer nada. Pero después de su partida, a su hermano Aulo Postumio, hombre tan temerario como incapaz, y que había tomado interinamente el mando del ejército, se le puso en la cabeza dar en pleno invierno un golpe de mano sobre los tesoros del enemigo, depositados en la fortaleza de Sutul (más tarde, Calama: hoy, Guelma), que era difícil de cercar y más aún de tomar. El ejército levantó su campamento y se presentó delante de la plaza, pero se estrelló contra sus muros. Como el sitio se prolongó sin éxito, el rey, que en un principio había seguido a los romanos, fingió una retirada y los atrajo para que emprendiesen su persecución por el desierto. Todo salió a medida de su deseo. Uniéndose las dificultades del terreno a las facilidades que daban a los númidas sus inteligencias con el ejército romano, cayeron sobre él en un ataque' nocturno, se apoderaron de su campamento e hicieron que la mayor parte de los legionarios huyesen sin armas. La derrota fue tan completa como vergonzosa. Después vino una capitulación. Que los romanos pasasen bajo el yugo, que fuese evacuado inmediatamente todo el territorio númida y que se renovase el pacto de alianza, roto la víspera por el Senado: tales fueron las condiciones dictadas por Yugurta, y a las que tuvieron que someterse los romanos a principios del año 645 (109 a.C.).MOVIMIENTO DE LA OPINIÓN EN ROMAEl mal era demasiado grande. Mientras todo es alegría entre los africanos, y ante las perspectivas repentinamente abiertas de la destrucción de un protectorado odioso, pero hasta entonces considerado como inatacable, las numerosas tribus del desierto corren a colocarse bajo los estandartes de! rey victorioso, se subleva de nuevo en Italia la opinión pública contra los actos deplorables del gobierno de la aristocracia, a la vez corrompido y corruptor. El movimiento estalló por una multitud de procesos políticos.158

EL GOBIERNO DE LA RESTAURACIÓNEl partido de los comerciantes, desesperado, formó coro con el pueblo y la tempestad arrebató a un gran número de hombres notables de la nobleza. A propuesta del tribuno Cayo Mamilio Limetano, y a pesar de los tímidos esfuerzos del Senado, que quería detener la acción de la justicia criminal, se abrió un informe extraordinario para poner en claro los delitos de alta traición consumados en el asunto de la sucesión númida. El veredicto de los jurados condenó al destierro a los dos jefes del ejército, Cayo Bestia y Espurio Albino, y tampoco se perdonó a Lucio Opimio, el jefe de la primera comisión de África y verdugo de Cayo Graco. No haremos mención de otra porción de víctimas algo más oscuras: culpables o inocentes, la sentencia los hiere con redoblados golpes. Sin embargo, es necesario reconocer que hubo que dar esta satisfacción a la opinión pública, y este pasto a la cólera de los capitalistas. No hay huella alguna de revolución antiaristocrática; nadie se atreve a atacar al más culpable entre los culpables, al hábil y poderoso Escauro. Cosa aún más admirable, vemos que lo eligen censor, y como tal es llamado a presidir la comisión extraordinaria de delitos de alta traición. Tampoco la oposición intenta conquistar nada sobre el poder: deja al Senado el cuidado de arreglar los escándalos de la expedición de África, sin ruido ni perjuicios para la nobleza. Lo más aristócrata del partido aristocrático comenzaba a comprender que ya era tiempo de acabar con este enojoso asunto. ¡>iANULACIÓN DEL TRATADO. MÉTELO GENERAL EN JEFE .1RENOVACIÓN DE LA GUERRA. BATALLA DE MUTUL »OCUPACIÓN DE NUMIDIA POR LOS ROMANOS?!El Senado anuló el segundo tratado de paz, como había anulado el primero, pero no entregó al enemigo el general que lo había concluido. Semejante medida, practicada todavía treinta años atrás, no parecía ya necesaria según las ideas reinantes en materia de fidelidad al cumplimiento de los tratados. Al mismo tiempo se decidió que volviese a comenzar la guerra con mayor vigor. Como es natural, también ahora un aristócrata obtuvo el mando en jefe. Pero este al menos era de los pocos hombres de su casta que, moral y militarmente hablando, estaba a la altura de su misión. La elección recayó sobre Quinto Mételo. Era tenaz y absoluto en sus principios nobiliarios, como todos los miembros de la poderosa familia'59

Otla la que pertenecía. Corno magistrado se hubiera honrado con pagar asesinos, si hubiese creído que en ello estaba interesado el bien de la ciudad, o se hubiese reído desdeñosamente del quijotismo impolítico de Fabricio en su sencilla generosidad para con Pirro. Por otra parte, era inflexible ante el deber e inaccesible a la corrupción y al temor; capitán sagaz y experimentado, supo emanciparse lo bastante de los prejuicios nobiliarios como para no elegir sus lugartenientes del seno de la nobleza. Eligió como tales a Publio Rutilio Rufo, oficial excelente y de gran reputación en el mundo militar, por su amor ejemplar a la disciplina y por su nueva o mejor táctica en la guerra, y a Cayo Mario, bravo soldado latino, hijo de un labrador y procedente de las últimas filas del ejército. Asistido por estos y por otros oficiales de bastante capacidad, el cónsul desembarcó en África en el año 645 y tomó inmediatamente el mando del ejército. Lo halló tan desorganizado que sus jefes ni siquiera osaron penetrar con él en territorio enemigo; hasta entonces solo se había hecho temible a los desgraciados habitantes de la provincia romana. Mételo, tan activo como severo, lo hizo entrar inmediatamente en orden y, en la primavera del año 646, pasó con él la frontera númida.6 Cuando Yugurta supo el nuevo estado de cosas, tuvo por perdida la partida, e hizo serias proposiciones de arreglo antes de comenzar la campaña, sin exigir más que que se le perdonase la vida. Pero Mételo había tomado su partido: quizá sus instrucciones fuesen las de no deponer las armas sino después de la rendición a merced, y después del suplicio de este príncipe cliente que había osado desafiar las iras de la República. Solo esta expiación podía, en efecto, satisfacer al pueblo romano. Vencedor de Albino, Yugurta era a los ojos de los africanos el libertador de Libia, puesto que había arrojado al odioso extranjero. Su astucia y su perfidia frente a un gobierno como el de Roma eran un grave peligro. Después de hecha la paz, a cada instante podía volver a encender la guerra. No había tranquilidad posible si se lo dejaba con vida, y tampoco era posible que el ejército volviese a África. Mételo, dado su cargo oficial, respondió con palabras evasivas, mientras que por otro lado comprometía a los mensajeros del rey a que lo entregaran vivo o muerto. Pero, queriendo luchar con el africano en el terreno del asesinato, encontró muy pronto su maestro. Yugurta descubrió sus maquinaciones y, en su desesperación, se preparó a una suprema defensa. Detrás de la cadena de montañas ásperas y desiertas adonde habían llegado los romanos, se extendía una vasta llanura de cuatro millas romanas (unos160

EL GOBIERNO DE LA RESTAURACIÓNseis kilómetros), que iba a terminar en el río Mutul (hoy Oued Mafrag), cuyo curso es paralelo a la cadena. Pelada y árida, a no ser cerca de la orilla del Mutul, la cordillera estaba accidentada por algunas pequeñas colinas cubiertas de monte bajo y de malezas. Aquí fue donde Yugurta tomó posiciones y esperó con sus tropas divididas en dos cuerpos: uno, compuesto por una división de infantería con los elefantes, estaba a las órdenes de Bomílcar en el punto de unión de la cordillera y del río; el otro, formado por el grueso de la infantería con toda la caballería, se apoyaba en los bosques sobre la altura. En el momento en que salían de la montaña, los romanos vieron que la posición del enemigo dominaba completamente su flanco derecho. Como no podían permanecer sin agua en medio de aquellas montañas desnudas, quisieron ganar a toda prisa las orillas del río, maniobra difícil en esta llanura de cuatro millas com­pletamente abierta, sin caballería ligera que los protegiese y a la vista de la caballería enemiga. Mételo destacó a Rufo con una división para que se dirigiese hacia el Mutul y levantase allí un campamento. En cuanto al resto del ejército, hizo que saliera de los desfiladeros de la montaña y marchara oblicuamente hacia las alturas con la intención de arrojar de ellas a los númidas. Este movimiento estuvo a punto de perder a los romanos. A medida que salían de los desfiladeros, la infantería númida iba colocándose a retaguardia, y al poco tiempo la columna fue asaltada por todos lados y envuelta por los escuadrones de Yugurta, que cayeron sobre ella desde lo alto de las colinas. Atacándola y chocando contra ella, la detienen en su marcha; la batalla parece entonces degenerar en una multitud de pequeños combates. Entre tanto, Bomílcar ocupa a Rufo con su destacamento y le impide retroceder y socorrer al principal cuerpo de ejército romano. Finalmente, Mételo y Mario ganaron el pie de los cerros con unos dos mil legionarios, y la infantería númida, que debía defenderlos, se dispersó sin luchar ante los soldados romanos que las subían a la carga, a pesar de la superioridad de su número y sus posiciones. Rufo no era menos afortunado en la otra parte: los soldados de Yugurta se desbandaron al primer ataque, y los elefantes, embarazados por las dificultades del terreno, fueron todos muertos o cayeron en poder del enemigo. Ya había entrado la noche cuando los dos cuerpos de ejército romanos, vencedores cada uno por su parte, pero inquietos por la suerte del otro, se encontraron en la mitad del camino entre los dos campos de batalla. Esta jornada, a la vez que puso en claro el talento militar de Yugurta,161


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