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Título III. La motividad del Itinerario Filosófico: la experiencia sensible fenomenológica



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Título III.

La motividad del Itinerario Filosófico: la experiencia sensible fenomenológica.

Foto: el autor desde la sierra del Quintanar en la Sierra del Guadarrama, señalando los lugares de interés en la extraordinaria y estupenda panorámica.




Conceptos:

Proyectar-se, abandonar-se, dejar-se decir, descubrir, desvelamiento, cotidianidad, pre-disposición, eu-phoria

Una vez identificado y definido el sujeto del itinerario a través de una filosofía analítica y presentado el itinerario como un fenómeno de carácter empírico a partir de sus elementos significativos, nos queda el análisis del itinerario desde la experiencia sensible, que no es otra que presentar el resultado de experimentar la realidad. Hemos identificado al itinerante como el ser-aquí-ahora, el sujeto itinerante que se encuentra en movimiento en el itinere. El recorrido del yo itinerante se hace desde el pensamiento en el que el logos no es un elemento estático sino que el mismo nous es movimiento, parte del movimiento que se encuentra en movimiento. Esta circunstancia está bien expresada en cuanto que dado un instante en el que el sujeto pensante se abre a una nueva experiencia en el que deja de ser sujeto pensante para abrirse a otro sujeto pensante, el mismo pero diferente en una cadena de instantes. En ese conjunto de imperceptibles momentos, en todos los instantes nos ocupa la motividad que caracteriza en las intenciones, como aquel motor invisible que mueve la intencionalidad.

En un análisis fenomenológico de la experiencia sensible que nos ocupa a continuación, lo primero es partir del análisis del espacio y del tiempo del sujeto que realiza el itinerario y del que dimos cumplida cuenta en el primer título y que definimos como itinerante. En esta ocasión, es preciso centrarse en la percepción y el campo percibido como paso previo para aquello que produce afecciones determinadas en el que se definen en cada uno de los contextos fenomenológicos. Nos ocupa describir la sensibilidad que provoca el itinerario a partir de los condicionantes ineludibles de la itineraridad.

La descripción de la percepción conlleva un estudio de las vivencias. La descripción es como el descubrimiento de nuevas formas de sentir la experiencia. Acercarse al mundo, al itinere, proyectar el itinerario provoca de por sí un determinado movimiento en la capacidad de sentir teniendo a la motividad como garante.


Capítulo 1.

La motividad del Itinerario Filosófico
El análisis que nos corresponde en el presente capítulo está sujeto a ir y ver la realidad para poder contarla, como aquella creación tanto intrínseca como extrovertida que nos acucia el itinerario como proyecto volitivo. El itinerario se impregna de la realidad para desarrollarse con la naturaleza y dado que desde la fenomenología representa un trozo de itinere nos lleva a experimentar en el itinerario. Entramos de lleno en la disposición del itinerante y cómo este despertar al itinerario filosófico tiene que ser activada, y cómo se debe dirigir la mirada al itinerario. En otras palabras, tratamos de los motivos del Itinerario Filosófico y todo lo que concierne a la motividad como la característica principal de aquello que produce un cambio, en concreto, un movimiento en la intención. El análisis realizado con anterioridad tenía un componente teórico en su primera parte y un carácter práctico en la segunda. En esta ocasión, las afecciones que produce el itinerario en el itinerante son el motivo que nos ocupa. Tanto sentir el calor y el frío, sentir el aire y saciar la sed bebiendo en los manantiales o disfrutar de la estación del año que elegimos, construyen un conjunto de sensaciones afectivas dignas de dedicación y análisis. Sin embargo, para el análisis fenomenológico no será de éstas de las que tratemos sino de aquellas que tienen que ver con las condiciones de disponibilidad afectiva del que itinera. Por tanto, debemos empezar por la condición fenomenológica de la intencionalidad del itinerante que itinera en el itinere en movimiento como motividad, el movimiento lo damos por hecho, pero en nuestra ocasión lo citamos como condición sine qua non.

En este contexto hablamos de los tipos de itinerario y de cómo reaccionamos ante ellos; esto es, en el abandono de la conversación y de la escucha en el dejar-se decir, buscando despertar el asombro y la admiración para el itinerario y los itinerantes. Aquello que de manera particular ponemos en liza para nosotros, tiene que ser transmitida a los demás con el doble objetivo de descubrir una nueva panorámica, o actualizar una determinada perspectiva, o enseñar un nuevo punto de vista y hacerlo todo ello motivando al público.

La motividad es la capacidad de mover a algo, el motivo por el cual buscamos hacer un Itinerario Filosófico. La motividad es la calidad de aquello que mueve, que tiene capacidad de mover a un sujeto, al itinerante, al ser-aquí-ahora ontológico. La motividad puede encerrar el arte de motivar, de hacer atractivo un itinerario, un recorrido para la Filosofía. En este capítulo hablamos de motividad como de la predisposición necesaria para proyectar un itinerario en el ser que se deja decir por medio de la palabra, en la escucha del filósofo que dice, aquello que aporta novedad al pensamiento, aquello que le obliga a pensar, aquello que produce un buen estado, una bienestar mental en la calidad de vida que tiene el itinerante y que hemos definido como eu-foria.

La motividad comienza en la elección del proyecto y en la manera cómo se proyecta, pero también depende del itinerante que busca un discurso atractivo, una singularidad que le desvele una parte del mundo; sin olvidarnos que todo ello se hace desde el pensamiento en movimiento. Tal y como acabábamos el anterior título, es importante la elección del nombre del itinerario porque depende una parte importante de la motividad propia del itinerario.

La literatura de los ámbitos definidos para el itinerario tiene un desarrollo más extensivo y profundo dependiendo de la disciplina que se ocupe, especialmente en la Psicología. En nuestra exposición nos vemos abocados a exposiciones filosóficas sencillas y fáciles, concretadas en la línea ontológica como aquello que debe tratar la fundamentación del Itinerario Filosófico. Nuestro esquema expositivo sigue siempre un mismo mapa: definición del término o noción del concepto, respuesta al contexto en el que se inscribe, la toma de consciencia no sólo del propio movimiento en el que se inscribe la fundamentación sino la toma de conciencia de la profundidad del concepto para el itinerario, y por último, la carga que posee el elemento en cuestión para la itineraridad.

Capitulo 2.

La experiencia sensible fenomenológica como resultado de la motividad.


  1. El pensamiento del itinerante es el movimiento del itinerario.

Desde el mundo sensible se contemplan dos tipos de itinerarios: uno formal y otro informal. El primero, el itinerario formal, es aquel que vamos y miramos para conformar un fenómeno itinerante, el itinerario formal lo encontramos en la fenomenología al crear el itinerario como fenómeno. En este tipo de itinerario se proyecta en un interlocutor que nos habilita el itinerario como un conjunto de posibilidades, en el que la sola posibilidad se hace en el conocimiento.

Por otra parte, el itinerario informal o itinerario material, es aquel que no está construido, siempre hay un principio y un final, un mapa consciente o no que recorremos por los lugares más significativos que no dejamos anotado, que no queremos construir. Cuando salimos de casa, desde la cotidianidad hasta lo asombroso por el deseo de salir y conocer, nos enfrentamos a un itinerario; el itinerario de la vida cotidiana, en la que lo laboral, familiar o social se dan al paso. Por el contrario, el itinerario que emprendemos cuando salimos de casa con la intención de aprender, por descubrir un nuevo escenario, se convierte en un Itinerario Filosófico.

El itinerario por sí sólo es un microcosmos de un gran itinerario formado por el conjunto de itinerarios que forman un todo. Por ejemplo, en un bosque cada uno de los caminos nos presenta un proyecto distinto de itinerario en el que cada camino o senda nos muestra una parte de ese bosque. El conjunto de caminos reflejados y construidos desde la fenomenología enseñan la identidad de ese determinado bosque; caminos que nos llevan a las fuentes, sendas que nos llevan a los nuevos semilleros, o arrastraderos que nos conducen a una tala controlada; los caminos de un bosque nos llevan a un lugar en concreto72. Pues bien, el conjunto de posibilidades itinerantes nos muestran un todo. Ha sido apuntado al comienzo de este trabajo, parafraseando a Aristóteles, en cada Itinerario Filosófico, el filósofo que itinera encuentra algo que decir sobre la naturaleza, sobre una idea o un pensamiento, entre otras cosas porque lo ha recorrido él mismo y tiene algo que decir. Para nosotros el Itinerario Filosófico actúa como la herramienta propia de la Filosofía en tanto en cuanto el contexto en el que nos encontramos, cada itinerario dice de la naturaleza, de una ciudad o de cualquier disciplina que se preste. Y hay tantos itinerarios como itinerantes puedan ofrecer sus distintas versiones de un todo.

Cualquier itinerario motiva en tanto en cuanto, transmite un significado, un contenido sobre la naturaleza. La sola definición, noción, significado o idea significada provoca la atención en el itinerante que lo encuentra como experiencia de la vivencia propia en un principio y sobre el que puede trabajar en su representación con posterioridad como una continuación del itinerario, y también, busca provocar al itinerante al que va dirigido. Ésta atención provocada nos lleva a ocuparnos de una segunda condición, la de tomar conciencia del itinerario provocada por aquella atenta mirada o escucha, es la disposición necesaria, en definitiva, lo que identificamos como dejar-se decir73. Un dejar-se decir por el itinerario, dejarse llevar por el itinere que nos invita al abandono para llenarse de conocimiento. El itinerario como la forma de conocer una parte de un todo que nos ofrecen; una totalidad no en el sentido absoluto sino en el sentido relativo de ofrecer múltiples verdades. Al itinerario no le ocupa formular la pregunta por el ser ni por la naturaleza, al itinerario compete itinerar la naturaleza desde la propia naturaleza. Al Itinerario Filosófico compete el recorrido del ser como estando ahí, tal y como se nos da para conocerlo de manera más completa74. Por tanto en el dejar-se decir viene implícito un cierto abandono, la intencionalidad del Itinerario Filosófico provoca una incipiente epojé fenomenológica husserliana, una puesta entre paréntesis no tanto de la realidad y lo que sobre ella sabemos sino un paréntesis en el mundo de vida75. Esto es, en el dejar-se decir supone una intención que se inscribe en la itineraridad no ya como duda sino que tratamos como una suspensión del juicio en el sentido de suspender aquello que conocemos, dejar lo que sabemos, romper con la cotidianidad mientras se itinera a lo largo del Itinerario Filosófico. La suspensión del conocimiento en el dejar-se decir significa poner entre paréntesis aquello que hemos dado en llamar la cotidianidad, es decir, el mundo cotidiano que hemos hecho coincidir con anterioridad, con el mundo de vida fenomenológico. Por tanto, la suspensión del conocimiento implica una aptitud y una toma de conciencia, de la disponibilidad a conocer una nueva perspectiva, que lo identificamos con el abandonar-se76. El simple hecho de presentarse a una convocatoria de itinerario en el lugar de encuentro propuesto en el tiempo estipulado supone a priori, la aceptación del Itinerario Filosófico en el que viene implícito el ejercicio de consentir en el abandono, en la disposición consciente de estar dispuesto a un nuevo conocimiento.

A partir de aquí entramos en el detalle de los nuevos conceptos empleados para conformar el mapa intelectual de este particular itinerario dedicado a los elementos que actúan como motivo en la teoría del itinerario, la motividad dentro de la itineraridad. Entre otras cosas porque al Itinerario Filosófico incide en un aspecto del itinerante que concierne con sus afecciones, por tanto, un análisis de los afectos como conjunto de sensaciones que comparte con psyche es oportuno y necesario. Como una continuación del tratamiento ontológico realizado, seguido por el tratamiento fenomenológico, ahora como el recorrido estético que mueve el itinerario.

La experiencia fenomenológica la estructuramos en los siguientes elementos ya adelantados: proyectar-se, abandonar-se, dejar-se decir; por este mismo orden, como pasos que se han de acometer en la motividad del itinerario. Entre otras cuestiones, como consecuencia de lo anterior, diremos de la intención de descubrir y de la alternativa a la cotidianidad. Por último, nos acercaremos a la eu-foria, como aquella afección que produce el itinerario en su finalización y todo ello desde la intencionalidad más elemental.

Dos apuntes antes de comenzar como si se tratara del lugar de salida y del lugar de llegada en el presente capítulo; no olvidemos que cada título, cada capítulo encierra en sí un itinerario que desarrolla en su conjunto un Itinerario Filosófico que ha de irse completando con este punto de encuentro. Por esta razón filosófica, los conceptos se utilizan en cursiva porque rompen con su significado cotidiano y se enmarcan en un vocabulario propio del Itinerario Filosófico, como aquel conjunto de conceptos elegidos del lenguaje común y extraídos de la comunidad científica para el vocabulario particular propio de una teoría que fundamenta la itineraridad, el estudio y análisis en el que nos encontramos. Con las cursivas de los términos griegos se busca el sentimiento y la profundidad de la definición que tuvo en su contexto.

La segunda anotación tiene que ver con la carga semántica que soporta la partícula –se. En cada uno de ellos se apunta el guión – y el sufijo se como la referencia ontológica que nos supone una continuidad del estudio ontológico y que es la línea diferenciadora de nuestra parcela en lo filosófico. Por tanto, se dice del verbo proyectar, dejar y abandonar con el particular ontológico del ser que se encuentra en movimiento confeccionando conceptos ontológicos. El sufijo –se representa de manera implícita su condición ontológica de la itineraridad en la que se ve encuadrada y a la que pertenece en su condición de itinerante en movimiento. Todos y cada uno de ellos, son movimiento, forman parte del movimiento, la motividad es la cuestión de la intencionalidad que está en constante cambio; siempre existe un motivo que sigue a otro motivo dentro de un itinerario para hacerse factible, habitable, pero sobre todo, itinerable.
2. Las dos dimensiones del itinerante: el proyectar-se y el abandonar-se (dejar-se decir).
La primera dimensión a la que se enfrenta el itinerante es la de crearse él mismo su propio itinerario, es el creador del itinerario como fenómeno, aquel que decide un tipo de itinerario elegido dentro del conjunto de itinerarios que realiza. Ajustándose a la ficha técnica crea el itinerario a partir de su experiencia diseñando caminos, representando puntos de vista en el que enmarcar un buen paisaje, una buena panorámica; esta primera dimensión es la del sujeto que se proyecta: proyectar-se. La segunda dimensión es la de aquel que acepta un itinerario por su interés, el sujeto que busca un itinerario en el que sea dirigido por un guía, en la necesidad de abandonar-se con la idea de que le cuenten. Todo ello en la itineraridad que supone para el filósofo como aquel que proyecta el itinerario y el que ejerce de guía del itinerario filosófico.



    1. Proyectar-se, primer principio.

El concepto proyectar-se queda enmarcado en aquel itinerante que construye un itinerario, el que proyecta una idea que se encuentra encerrada en un recorrido. Proyectar-se implica el movimiento del sujeto que crea el fenómeno del itinerario a partir de su propio itinerar, a partir de su propio pensamiento y conocimiento. Puede proyectar arte, poesía o ciencia, en función del propio sujeto que itinera, entre otras cosas porque ha visto un proyecto en el itinerario, un proyecto que quiere y desea salir fuera, un itinerario que tiene capacidad de proyectar-se.



Proyectar-se lo entendemos como el proyecto de itinerario que se ajusta a un plan en el que el filosofo que itinera marca un recorrido sobre el pensamiento y lo proyecta fuera de él. El itinerante es el filósofo en el proyecto del Itinerario Filosófico. Por tanto, la proyección es doble, proyecto en la naturaleza y proyecto en la subjetividad. El proyecto de Itinerario Filosófico responde por norma general a una singularidad, aquella que el itinerante necesita ejercer ese proyecto de itinerario. En primer lugar, es la proyección de la cuestión particular que se engarza en una proyección de dimensión genérica.

El itinerante que filosofa es consciente de un proyecto para la filosofía que ha descubierto en su paseo por el itinere. El proyectar-se es como asumir conscientemente el ejercicio propio del proyecto; como por ejemplo, proyectar-se en la naturaleza, una de las dimensiones que hemos adoptado a lo largo de estas líneas como proyección del bios, de la bilogía y en concreto la botánica de un determinado espacio natural que pueda estar protegido por ley. En la proyección ontológica se trazan líneas para diseñar el itinerario bien a partir de líneas y dibujos, bien a partir de conceptos e ideas, siguiendo la ficha técnica descritas con anterioridad.

En la itineraridad tenemos el esquema fundamentado en el mapa, el espacio y el tiempo. Dados estos patrones estructurales podremos proyectar tantos itinerarios como seamos capaces de convertir en fenómeno. El proyecto es el itinerario como fenómeno, el proyectar-se es la praxis del itinerario. En todo caso tenemos que ser conscientes del proyecto que tenemos entre manos como primer paso del proyectar-se. Así pues, el proyecto es la intención de ejecutar un itinerario llevando a cabo su mapa, la distancia y el tiempo con la idea de proyectar un determinado itinerario. Lo cual significa un conjunto de posibilidades que se nos muestran en un proyecto como la acción de individualizar al itinerante, al ser-aquí-ahora como el acto de hacerse presencia. La necesidad de proyectar-se viene ligado a dos supuestos: la propia naturaleza, como el espacio abierto donde nos topamos con las cosas en nuestro movimiento y que tenemos que asumir la capacidad de ir itinerando en el itinere a la vez que nuestro pensamiento se encuentra en movimiento, y un segundo supuesto en el que la proyección se hace en los otros y con los otros, como otredad y alteridad, en el mismo espacio y tiempo que ha sido proyectado, tratamos de la proyección del itinerante en los demás desde la consideración de que los propios itinerantes se encuentran pensando en movimiento.

Así propuesto nos lleva a considerarlo en su conjunto como el mundo del Itinerario Filosófico. El mundo en su sentido ontológico es como un nuevo punto de interpretación que nos sale después de haber comenzado el itinerario por presupuestos particulares y desembocar en cuestiones generales. El mundo y por extensión la mundanidad como el modo de ser del mundo, contempla el conjunto de conceptos que forman la teoría de la itineraridad. No podía ser de otra manera, el espacio ontológico del que nos hemos apropiado abre un tiempo al itinerario que no debemos desaprovechar. Entendemos por tanto, el encuadre de la mundanidad en la capacidad de hacer un mundo habitable, en el cometido como paso previo de un espacio que ha de ser vivido. No sólo de manera física sino desde el pensamiento y el conocimiento, desde el paseo que conoce cada cosa que sale al paso. El dato histórico, el conocimiento científico, o de cualquier otro, en el constante moverse en la motivación del deseo de saber por naturaleza, tomado esto como lo más básico y fundamental del que hemos partido.

La mundanidad del mundo no es una característica común a todos los objetos del mundo, sino que es el modo de ser del mundo77. Ese modo de ser es el que buscamos en nuestra fundamentación del Itinerario Filosófico en el que ese proceso se realiza en movimiento, en el que concretamos mediante esquemas parciales. El modo de ser del mundo lo buscamos mediante proyectos, aquello que nos descubra la realidad, la que sabemos y la que no sabemos. El descubrir como el desvelamiento de la Filosofía. El proyecto es un descubrir, desvelar una parte del pensamiento en el movimiento de la filosofía, sin embargo, esta cuestión la dejamos para su momento.



    1. Abandonar-se y dejar-se decir.

El itinerario es un método para la fenomenología muy adecuado. En cuanto al Itinerario Filosófico es el fenómeno más peculiar que tiene la fenomenología como metodología, en la que se van engarzando todos sus elementos de manera sincronizada. En la fenomenología el sujeto trascendental se enfrenta al mundo de vida como el espacio natural donde adquiere distancia con las cosas de la cotidianidad y de aquellas que quedan fuera de lo cotidiano. Asimismo, se encuentra con el tiempo fenomenológico, el mismo que lo dedica al movimiento de la filosofía en el itinerario propuesto. El espacio y el tiempo desde la toma de conciencia particular.

En esta ocasión decimos del abandonar-se como la actitud o disposición del sujeto itinerante para realizar un Itinerario Filosófico; es la noción ontológica desde la itineraridad como lo es la noción de epojé para la fenomenología78. La definición implica una actitud propia de la vida humana pero que para esta ocasión, esta actitud adquiere un componente positivo como movimiento de la disponibilidad del sujeto que itinera. La actitud natural de la que se debe desmarcar el itinerante para iniciar el itinerario supone una ruptura con la vida cotidiana. Pero para producir el primer movimiento en la actitud se debe imprimir la intencionalidad como paso previo de la fenomenología, por otra parte, para ser conscientes de que estamos en un itinerario nos hace falta un motivo que mueva la actitud y que llamamos motividad79, la motividad precisa para hacer el itinerario que suma la intencionalidad y ser consientes de ello. La epojé husserliana aquí se muestra como la toma de conciencia de que para el recorrido propuesto abandonamos nuestro modo de vida, dejamos a un lado opiniones y creencias, ponemos entre paréntesis las creencias de la realidad, nuestros prejuicios del mundo. Mientras que abandonar-se en la itineraridad implica una actitud como de disposición a escuchar para dejarnos decir, donde lo que se pone en suspenso no es doxa sino las cuestiones tanto técnicas como científicas, y en el que se ha dado una motividad. Por ejemplo, en un itinerario literario nos abandonamos en la leyenda de tal manera que dejamos a un lado lo que somos, es decir, suspendemos nuestra disciplina ya sea médica, filosófica, derecho o de cualquier otra índole, con la atención puesta en la escucha, en la disposición de dejarnos enseñar.

En principio, con el abandono interrumpo ese modo de vida que me corresponde en la cotidianidad, como el abandono del lugar de mi vida social, laboral o familiar. Abandonar-se es como el paso previo de un segundo momento, el dejar-se decir para lo cual implica de alguna manera el logos que ya hemos definido con anterioridad. Dejar-se decir es el carácter ontológico-existencial de la escucha que implica una actitud de abandono, de suspensión del modo de vida80, del modo natural de cómo vivimos, aquello que se ha convertido en rutina y cotidianidad.

El itinerante deja decir-se porque es naturaleza, esto es, cambio y movimiento, y desea abandonar-se y descubrir, vivir en su movimiento porque ese movimiento es vida, es el motivo de sentirse vivo, la sensación que itinera para conocer porque participa del movimiento. El hombre desea saber porque el saber implica conocer, conocer el medio en el que vive –entorno, circunstancia-, saber qué hacer, cómo y cuándo manejar el hacha para calentarse. El saber por sí sólo es adaptación al medio, el ejercicio de la sabiduría es el movimiento del pensamiento. Por el momento, saber de las palabras en la ontología propia de la Filosofía, pero en otro momento, saber de la subsistencia, de la reproducción y del sobrevivir, cada una de las cosas van al paso. El intelecto aplicado al ensalzamiento de la razón, de aquello que el griego llamó logos, es herramienta y elemento del hombre frente al mundo. El mundo del itinerante es proyecto de movimiento en lo más profundo de cada una de las categorías que hemos establecido.

Sin embargo, nos enfrentamos a dos prejuicios en el dejar-se decir que podríamos identificar con la actitud del itinerante ignorante. El primero de ellos podríamos decir que es positivo, aquel que se identifica con el sentir socrático, la ignorancia positiva desea escuchar aun sabiendo el recorrido, consciente de la carga de conocimiento que encierra el itinerario, una humildad para el que participa en el itinerario. El segundo de los prejuicios lo hemos dado en calificar como perverso y mal-intencionado. La segunda de las ignorancias, la denominamos como ignorancia maliciente pues a sabiendas de lo que encierra de conocimiento un itinerario se muestra ambiguo y dubitativo. Aquel itinerante que se escuda en esta ignorancia suele ser con un doble sentido, que el itinerario no se dé a conocer, es decir que la singularidad que encierre el lugar se mantenga en el anonimato, inculcando la idea de que cuanto menos se sepa y cuantos menos lo sepan mejor, postura propia del inmovilismo. Por otra parte, la tapadera de la ignorancia puede encerrar al que sabiendo del recorrido espera el error del itinerante interlocutor, aquel que dice de la interpretación del itinerario para utilizarlo como arma arrojadiza bien provocada por la falta de formación bien por querer un protagonismo para el lucimiento ante la galería y alimentar de esta manera su ego particular.

En cualquiera de los casos, está de por medio la palabra, se pone en contexto la oralidad, es cuando la filosofía deja el texto, los libros, abandona el espacio cerrado y espera en el espacio abierto la palabra del mismo modo que el discípulo de Sócrates esperaba oír hablar al maestro en el ágora.

La relación que ha terminado con la oralidad de la palabra es la misma relación que acabó con el mundo desde el proyecto. Mundo y oralidad forman parte de una itineraridad ontológica del proyectar-se y el abandonar-se en el dejar-se decir como una forma de la existencia, una existencia singular y particular.

Dicho todo esto, a continuación podemos enfrentarnos al desvelamiento del Itinerario Filosófico como el descubrimiento de una parte del mundo, de la realidad ontológica, que se nos muestra por la palabra del itinerante, del filósofo que itinera.


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