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Aristóteles105.

El punto de encuentro lo establecimos en la Física de Aristóteles, primero porque echaba la mirada hacia atrás buscando a los primeros filósofos que se ocuparon de la naturaleza, los jonios, y segundo porque hizo de un espacio abierto parte importante de una escuela, tanto, que la dio nombre. Apreciamos en la obra citada, el lugar ideal para comenzar nuestro particular itinerario por cuanto se ocupa del movimiento y de sus causas. Entre otras cosas, porque hemos encontrado en Aristóteles un pensamiento en movimiento capaz de trascender su espacio y su tiempo, consciente o no, de diseñar el mapa que guiaría al futuro de la filosofía y la ciencia.

La escuela peripatética, junto con su entorno, es definida de varias maneras a partir de la vuelta de Aristóteles a Atenas, después de haber estado ausente durante varios años por Asso y Mitilene en la isla de Lesbos. Aristóteles fundó su escuela, el Liceo, que comprendía un edificio, el jardín y el paseo o peripatos del que tomó el nombre. Brun lo concreta señalando que la escuela estaba localizada en el barrio del Liceo, próximo al templo dedicado a Apolo Licio y situado entre el río Ilisio y el monte Licabeto. Brun nos aporta el añadido singular de que era costumbre en la mayoría de las escuelas que sus alumnos discutieran paseando, sin embargo, se utilizó el término de “peripatéticos” que significa “los que pasean”, para designar a los discípulos de Aristóteles106. A lo cual se añade una de las características propias de la escuela del Estagirita, que los alumnos disponían de una biblioteca y de colecciones de animales y plantas, lo que provocó que los doce años de su presencia en el Liceo se llevaran a cabo y se sistematizaran los tratados filosóficos y científicos, dando lugar a la época más fructífera, convirtiéndose en el centro de investigación de todas y cada una de las disciplinas conocidas.

Al margen de detalles, el Liceo tenía un paseo cuyo uso variaba considerablemente: para algunos Aristóteles lo utilizaba para leer, otros veían problemas de salud, en concreto de estómago que lo obligaban a dar paseos, para otros existía la costumbre entre los alumnos del Liceo de discutir paseando como en tantos otros centros; para los menos, el paseo era para Aristóteles la manera en que preparaba los discursos a Alejandro107. En cualquier caso nació el peripatos para designar a los que pasean conversando, y por extensión la filosofía peripatética, lo que supuso un acontecimiento singular en la Grecia Clásica y en el pensamiento en general; especialmente la escuela de los peripatéticos perduró a su fundador.

La cuestión que nos ocupa destacar para el Itinerario Filosófico es el paseo como el motivo de una nueva forma de filosofar, y que se corresponde con la conversación en movimiento, nueva o no, nos interesa destacar una realidad que está vigente en nuestros días: el itinerario como la forma de conocer una perspectiva de un lugar, una ciudad o un pensamiento. La filosofía peripatética tiene, con Aristóteles o sin él, una actualidad que nos aprisiona y que nos ocupa analizar, porque estamos dirigidos a teorizar sobre todo fenómeno que se nos presenta como filósofos que somos.

Entre tanto, de manera paralela al pensamiento, Aristóteles de constitución débil, piernas delgadas y ojos pequeños108, se casó dos veces, tuvo dos hijos, Pitias y Nicómaco; tuvo como hijo adoptivo a Nicanor; tenía problemas de salud; se implicó con la educación y con la política; se trasladó de Estagira a Atenas, pasó por Assos, Mitilene, Pella en Macedonia, volvió a Atenas, y terminó sus días en Calcis en el año 322 a.n.e., no sin antes haber hecho testamento109. Amén de su grandeza para la filosofía y la ciencia, Aristóteles tenía vida más allá del pensamiento, diseñó un mapa humano, social y familiar, fue un hombre de su tiempo en un espacio bañado por el Mediterráneo, el mismo mar sobre el que se empezaron a diseñar los primeros mapas, y además, indagó sobre todo aquello que podía extender su conocimiento. Esto lo decimos como en un abrir y cerrar de ojos, de manera breve y sucinta, tampoco queremos más, suficiente para imbricar en el filósofo aquello que lo da sentido, aquello que lo da vida, que recorre un proyecto vital, esto es un itinerario humano110. En dicho itinerario humano y filosófico escribió nada más comenzar el capítulo primero del segundo libro de la Metafísica:



Todo filósofo dice algo de la naturaleza: estas aportaciones individuales contribuyen poco o nada a la verdad, pero la suma de todas ellas resulta de gran valor111.

Cierto, el estudio de un lugar, de una ciudad o de un pensamiento, resulta arduo y difícil. El itinerario que diseña cada persona nos traslada una mirada distinta y diferente de la naturaleza, de una ciudad. Por ejemplo, cada persona ha investigado un aspecto de esa ciudad, ha buceado en su historia, otros han buscado en sus piedras la zona donde se asienta y cuáles son sus características, también, hay los que han buscado en la literatura de esa ciudad, los hay que han estudiado la filmografía a la que ha dado lugar dicha ciudad, y cada uno de ellos construye un itinerario para mostrarnos esa parte de la ciudad, y el resultado definitivo, la finalidad es la de presentar una ciudad en su conjunto desde sus distintas perspectivas. De igual forma podemos decir de una corriente filosófica o de un filósofo; cada estudio o reflexión desde las ideas, la realización de un análisis de sus conceptos, su mapa intelectual, así como, el contexto en la historia del pensamiento, ofrecen distintas perspectivas que nos llevan a la realización de un Itinerario Filosófico determinado. El conjunto de los puntos de vista mostrados nos muestran un perspectivismo particular, con el que podremos alcanzar un todo de la ciudad que se nos muestra en cada rincón, en cada detalle, escudo, patio o jardín, un todo de una corriente ideológica. El todo que buscamos lo construye cada itinerante, cada pensador de la ciudad, cada uno de los que la estudian. En el caso del pensamiento podremos tratar la fenomenología, y hacerlo en el casco de una ciudad como Segovia; los itinerarios son tan diversos como la policromía de sus paisajes.

Por ejemplo, si de los mencionados anteriormente hubiera decidido no estudiar su parcela de conocimiento particular, nos faltaría una parte de ese todo que forma una determinada ciudad. Si una ciudad no posee las miradas de sus protagonistas se está perdiendo una ciudad. Podemos decir lo mismo de un libro, si existen comentarios se produce conocimiento, se lee otra forma de ver una determinada forma de pensar; si un libro no se comenta, para el pensamiento se olvida. En todos los casos, todavía quedan itinerarios por crear, itinerarios para mostrar un conocimiento particular para seguir construyendo el todo, porque tenemos espacio y tiempo, distancia desde la historia y momentos para el pensamiento. Lo extraordinario de este asunto es que hay una comunicación de ese particular, que el estudio de investigación se muestra en movimiento, en el paseo del todo. Volviendo a la definición que hemos señalado antes, la palabra peripato significaba ambulante y de manera especial, la Filosofía se hace mientras se pasea, en el movimiento del pensamiento. Es por lo que nos corresponde recuperar una forma de hacer Filosofía desde la actualidad. Llevar a cabo un acercamiento elemental a partir de poner los mimbres necesarios para hacer del itinerario una Filosofía del movimiento filosófico.

Una vez más volvemos al movimiento, reconociendo que el movimiento ha estado presente en la Filosofía desde los primeros pasos dados por los filósofos jonios que fueron los primeros físicos. El movimiento sigue siendo un motivo de investigación filosófica. La Filosofía lo hace desde la ontología situándose en la incógnita del asombro y la curiosidad propia de la antesala de la dialéctica. El filósofo se queda en la pregunta, en la incógnita mientras que la física ha dejado de lado el preguntarse y ha tomado el camino de la ciencia por descubrir el movimiento desde la empiria.

No nos ocupa un fundamento desde la física moderna, entre otras cosas porque es un recorrido parcial y concreto en el que se toman los conceptos y elementos como el principio o el fin para determinar una porción de la naturaleza. Por el contrario, nos ocupa el fundamento de physis, de la naturaleza griega, la naturaleza del movimiento y del cambio desde los mismos elementos que utiliza la física moderna: la distancia y el tiempo. A estos, añadimos un mapa, una ruta que se muestra para ser recorrida. Por otra parte, no nos ocupa quedarnos en la pregunta porque nos parece más oportuno que la filosofía recorra el pensamiento y muestre cómo es ése movimiento, quién es su protagonista y cómo nos presenta la Filosofía en este particular que es el itinerario, y nos interesa mucho saber qué pueden decir los demás sobre el asunto. En este sentido, tenemos que partir de la consideración de que la Filosofía ha hecho ontología de cada uno de los conceptos y ha estudiado el objeto de cada uno de ellos. En nuestra investigación por fundamentar el itinerario, el movimiento cobra protagonismo y actualidad en lo más propio que es el movimiento, el movimiento en sí. Volvemos a pensar sus conceptos con un aire nuevo teniendo en la naturaleza la idea griega de physis. El espacio y el tiempo se convierten nuevamente en referentes ineludibles, en el que mostramos sus dos vertientes: el ontológico y el fenomenológico. En esta ocasión el movimiento como fenómeno en el que hacemos Filosofía.


  1. Conclusión para la itineraridad: sin Aristóteles hay itinerario.

La Filosofía es sujeto y objeto del movimiento, se construye en el Itinerario Filosófico. El movimiento es objeto y sujeto del pensamiento, se realiza en el itinerario. El itinerario se fundamenta en un esquema lógico y con sentido en el que hay un protagonista, el itinerante con una circunstancia, el itinere, que se desarrolla a partir de un mapa que sirve de guía, en un tiempo concreto, en una distancia espacial que lo trasciende. Pero además, el contenido del itinerario puede ser tan variado como disciplinas científicas lleguemos a considerar.

El itinerario es vida, el movimiento se encuentra en el itinerario porque implica el propio movimiento. El itinerario es movimiento que nos acerca a las cosas y a las personas. Es un trabajo ontológico con el que queremos saber de las cosas, de la realidad, a lo que hemos denominado itinere. En nuestro caso, el conocimiento lo hacemos a partir del recorrido de la naturaleza. Dejamos el centro de atención en la polis, y lo dirigimos a lo que fue el principio de la filosofía, la búsqueda del ser y de lo ente. La substancia de lo que hay pero no como cuestión sino como recorrido; la pregunta por el ser la vamos itinerando conjuntamente. En el itinerario hacemos ontología empezando por la identificación del ser como sujeto identificado en el momento de un espacio: el ser-aquí-ahora que lo significamos como el sujeto itinerante con movimiento ubicado en un entorno. Todo lo cual identificamos como itineraridad cuando el pensamiento lo llena todo.

El itinerante ha buscado desde siempre conocer el mundo en el que vive, y sigue adentrándose en el conocimiento de la realidad, ésta circunstancia ha hecho que el saber del itinere haya hecho diferente al itinerante. Lo ha buscado desde el anhelo que crea el asombro propio por hallarse en el movimiento del itinerario, lo significativo es que seguimos anclados en el asombro que nos provoca seguir queriendo saber, queriendo seguir itinerando. En un principio, sin relevancia y sin importancia, por el mero saber, lejos estaba darse cuenta de que el conocimiento nos diera capacidad de modificar la naturaleza. El movimiento ha generado un cúmulo de sensaciones por encontrarse en un lugar concreto y determinado. El ser-aquí-ahora ha centrado la búsqueda en un logos, racional y dialogado, y ha llegado a construir un universo/mundo paralelo, ha creado una imagen del mundo que ha evolucionado con la historia. Además, el propio itinerario ha creado en el itinerante un universo de palabras que ha dado lugar a la ciencia con sus leyes y teorías, a la poesía con su imaginación e inspiración. Se ha llegado a decir que fuera de las palabras no hay nada, incluso se ha dicho todo lo contrario, que lo que hay fuera es una imagen de lo que somos. El Itinerario Filosófico sigue su itinere para nosotros en la apuesta por el itinerario como ejercicio de la Filosofía. Lo hizo Aristóteles en su inicio y nosotros, desde nuestra modesta Filosofía, hemos llamado la atención en una cuestión que nos parece esencial para el pensamiento del hombre.

Nuestra fundamentación continúa con el trabajo centrado en el bagaje intelectual y epistemológico. Nos ha ocupado en este capítulo apuntalar el itinerario desde la Historia de la Filosofía Griega y más en concreto desde sus conceptos, un paso que se suma a las ya tratadas, al igual que esa parcela del mundo, ese vector o segmento de la física, o mismamente, el pedacito de physis que nos circunda imprescindible para presentar el itinerario como un sistema con sentido. El itinerario al igual que la Física acota una parcela de la naturaleza, un lugar del mundo y lo define en un mapa, con una distancia y un tiempo, un principio y un final, una panorámica y una perspectiva, parafraseando a Heidegger, el itinerante al igual que el dasein es condición fundamental estar-en-el-mundo, el mundo circundante112; parafraseando a Ortega, el itinerante es la misma que yo y mi circunstancia113. Pues bien, esta realidad que se toma como referencia, es la realidad que se encuentra en movimiento igual que el propio observador, que el propio itinerante. El pensamiento es movimiento en el movimiento del movimiento y los elementos estructurales que damos a la realidad en cuanto parte de physis forman parte del cambio, del movimiento, como aquello que son en cuanto son entes. El itinerario por sí mismo conforma un microcosmos de un cosmos pleno y completo de itinerarios. Cada uno de ellos forman un pedacito del gran universo que no llegamos a alcanzar, un pedacito de lo que somos, de lo que itineramos, de aquello que hacemos itinerable, de todo aquello que nos queda por dar al conocimiento; un gran itinerario es otra cosa que se va construyendo con pedacitos de itinerarios filosóficos siempre incompleto.

El itinerario es la observación del movimiento y del cambio de la naturaleza en el movimiento del pensamiento que produce como resultado un cambio en el que itinera; el itinerante sale a pasear porque quiere conocer el entorno. El itinerario se enmarca dentro de las tres estructuras griegas señaladas con anterioridad, así como sus diferencias: la naturaleza en cuanto que itinera el mundo y su contenido, el lenguaje del diálogo, y por último, la difusión del proyecto de la singularidad del itinerario. El peripato de Aristóteles fue un hito para la historia del pensamiento, desde nuestra particular visión, un motivo para el Itinerario Filosófico.



Capítulo 2.

El homo viator: el peregrino y el viajero; un breve apunte histórico desde la perspectiva de la itineraridad.
La segunda de las aporías de Zenón de Elea, conocida por el argumento de Aquiles y la tortuga, entre otras cosas porque el primero lo cita Aristóteles y la segunda es citada por Simplicio114, nos propone que el más lento en movimiento nunca será alcanzado por el más rápido utilizando la divisibilidad del tiempo y del espacio de manera ad infinitum. Sea el de los pies ligeros como alegoría del movimiento rápido y la tortuga como el movimiento lento, como un intento por demostrar la imposibilidad del movimiento, señalaba que por mucho que corra Aquiles nunca logrará alcanzar a la tortuga. La argumentación utiliza el movimiento para ir contra el movimiento dentro de un contexto que tiene como perspectiva lo estático y lo dinámico. Aquiles no logrará alcanzar la tortuga porque como dice: “el más lento no será jamás alcanzado por el más rápido, porque sería necesario antes, que aquel que persigue haya llegado a un punto de que ya ha partido el que huye, de manera que el más lento tendría necesariamente siempre algún adelanto”115.

La explicación tiene carácter matemático en cuanto que el trayecto se divide en un número infinito de puntos. Desde luego que desde la argumentación lógica cierto es que por más que corra Aquiles no logrará alcanzar a la tortuga, aunque la realidad de la Física es que la sobrepasará con creces.

Por otro lado, tenemos en cuenta la fábula de Esopo sobre la liebre y la tortuga, en el que la primera se burla de la lentitud de la segunda y coinciden en hacer una competición que gana la tortuga por el exceso de confianza de la liebre; ni que decir tiene que la fábula encierra una pequeña lección de Ética y no de Física.

Sin embargo, ni la argumentación lógica ni la física contrastada ni tampoco la fábula, son objeto de interés para la itineraridad, pues para ésta el interés es sólo ontológico, un aspecto que no se ha tratado ni desde la Lógica ni desde la Física. Aún así tomemos tanto la aporía de Zenón como la fábula de Esopo descrita para dar un apunte desde la ontología. Siendo Aquiles como ser o como ser-aquí-ahora que fue y sobre el que se levantó la leyenda y el mito, no podrá alcanzar al ser que es la tortuga como ser animal que representa un papel en la historia y en la fábula. Es decir que el ser del ser-aquí-ahora nunca llegará a un ser distinto de lo que es, pues en su movimiento y cambio cada uno de los seres tiene su particular itinere. Primeramente cada sujeto itinera su propio mundo, su propia circunstancia según Ortega, y hace un Itinerario Filosófico si llega a dedicarse a la Filosofía o a la Ciencia, o cualquier otra disciplina que se centre en el conocimiento, y en todos los casos ajustados a una espacialidad y temporalidad determinada. En segundo lugar, ese espacio viene marcado porque cada itinerante tiene su propio mapa genético que le describe un itinerario concreto y preciso. En ambos casos, no encontramos dos mapas iguales a pesar de los parecidos. En el ejemplo de la aporía y de la fábula el itinere se invierte y se saca de su contexto para enseñarnos una lección: que la aporía no acaba en movimiento, paradójicamente desde el movimiento aunque vaya terminando en movimiento; y en la fábula para enseñarnos que el exceso de confianza nos lleva a desmerecer al contrincante si lo tratamos en una competición como la propuesta, o despreciar al prójimo en la cotidianidad.

Desde la ontología tratamos de aquello que no puede llegar a ser otra cosa distinta a su ser. Si de lo que se trata es de querer llegar a ser como la tortuga en cuanto que Aquiles como hombre que participa de un ser no está en condiciones de alcanzar nunca al ser de la tortuga como animal. Es decir, que cada sujeto ontológico no podrá ser nunca el ser que es el otro ser o distinto que ese ser sea. Teniendo en cuenta que el Itinerario Filosófico indica un itinere que modifica el ser desde la perspectiva epistemológica, podemos apuntar que sólo el itinerario cambia y mueve un determinado ser en una circunstancia que adolece en su propio itinerario, en concreto al ser-aquí-ahora, al itinerante que se mueve con una cotidianidad que no abandona.

Pues bien, después de lo apuntado, damos un salto al siglo XI para conocer a un nuevo sujeto: el homo viator. El homo viator es un ser ajustado a un itinere muy particular en la que el espacio y el tiempo quedan trastocados por un más allá, en el que ya no se ciñe al cariz ontológico sino al perfil teológico, y su mapa es la religión circunscrita a un hombre que quiere ser Dios. En esta circunstancia surge un itinerario que va más allá de la Física y de la Filosofía, por recorrer un espacio y un tiempo en ninguna parte. Se da pues el abandono del peripato dejándolo en suspenso para proceder en el Medievo al peregrinaje y con la Edad Moderna al viaje. A partir del homo viator surgen dos fenómenos importantes: el peregrino que se desplaza por fe durante el peregrinaje dando lugar a un acontecimiento particular, y el viaje que se desgarra de la fe como acontecimiento de la Modernidad; en ambos casos los sujetos difieren del itinerante descrito. El homo viator quiere llegar a ser el itinerante, sin embargo, desde el espacio y el tiempo, junto con su mapa particular, veremos como el primero no llega a alcanzar al segundo, y por tanto, son dos elementos fenomenológicos distintos.

Veamos cada uno de ellos como el salto que salva la distancia del vano existente entre el mundo griego clásico y el mundo contemporáneo. Como el trayecto que va del paseo al viaje sin ser el Itinerario Filosófico propuesto. Un ejercicio saludable que tiene por objeto afirmar y fundamentar, más si cabe, al itinerante y por ende, fundamentarlo a partir de un ejercicio comparativo.

1. El Medievo y el peregrinaje.
A partir del siglo XI el paseo sufre una profunda transformación; el paseo adquiere las connotaciones propias del momento histórico en el que se produce. En la etapa medieval, justo con los albores de la escolástica, el paseo se convierte en camino, en el que coinciden, cada uno a su manera, el peregrinaje y el viaje; dando lugar a los tópicos de peregrinatio vitae y de homo viator. Los dos tópicos vinieron a significar una nueva dimensión del hombre prevaleciendo éste sobre aquel. El homo viator encerró la nueva condición viajera del hombre teniendo al viaje como un componente ajustado. El pereginatio vitae encerró la condición trashumante del hombre en busca de una respuesta más allá del terreno que pisaba. Por tanto, surgía el viaje por devoción, de tal manera que el traslado de un lugar a otro nada tenía que ver con el conocimiento sino con la necesidad de aplacar el espíritu.

El Medievo presenta al homo viator en dos sentidos. El primero, el camino que se recorre en busca del contacto con el santo en el lugar elegido que coincide con el lugar en donde descansan sus objetos o que se corresponden con sus reliquias. El camino en un sentido laxo fuera de la epistemología en el que el camino era mero trámite para el fin último que se perseguía. Un camino físico que implicaba salir de casa y no volver. En segundo lugar un camino interior en el que se iba forjando un extrañamiento promovido por la fe desde la religión; en este caso, la transformación que iba realizándose en la persona o sujeto, se interpelaba durante el camino. Connotaciones como camino de salvación o camino de redención tendían a proyectar un camino diferente, distinto del mundo. Desde nuestro contexto el camino no es el itinere, primeramente porque el itinerante tiene en el itinere la razón epistemológica implícita y porque es una parte necesaria para la constitución del fenómeno de itinerario, no es un adorno del itinerario sino aquello que lo da sentido y razón de ser. El camino en contra del itinere no tiene contenido, no es pensado por el homo viator. El camino de la edad medieval era un camino lineal de no retorno, por el contrario nuestro itinerario el itinere puede ser lineal o circular, en el que se puede pasar tantas veces como se quiera, para luego volver sobre la cotidianidad. El homo viator tomaba el camino, se ponía en camino para no volver, y esto fue muy significativo durante las cruzadas.

Apuntemos antes de seguir lo que ya se percibe de antemano, el homo viator es un fenómeno desde la religión, en el que su ser es un ser teológico. Mientras tanto, el itinerante es un fenómeno de la Filosofía, y por esto el itinerante es un ser ontológico. Ambos sujetos comparten el movimiento, el desplazamiento, el cambio, pero discrepan en que ambos tengan un mapa ya sea intelectual, ya sea físico, y discrepan en el espacio y el tiempo, amén de los lugares de interés o las perspectivas que contempla cada uno de los sujetos. Ni que decir tiene, que podemos ahondar en la discrepancia del mundo en el que vive cada uno de ellos pero no es el caso, pues hemos de seguir nuestro propio itinerario que no es otro que distinguir al homo viator del itinerante.

El homo viator tenía el apelativo de “andarín de Dios”, siendo el peregrino y con el peregrinaje otro de los símbolos que trasformaba la realidad y creaba otro mundo. La simbología del ser teológico anclado en la religión proyectaba algo muy distinto al peripato. En la astronomía y en otras tantas disciplinas del pensamiento medieval, se habían mantenido fieles a la trayectoria de Aristóteles incluyendo el pensamiento desde Averroes a Tomás de Aquino. En cualquier caso, se establece una clara diferencia entre el hombre que camina y el hombre que pasea.

El hombre que camina crea el viaje en cuanto que se traslada de un sitio a otro en grandes distancias con mucho tiempo por delante. En principio, el homo viator es un peregrino y se dice del peregrino que es una persona que anda por tierras extrañas por devoción o que ha dado su voto para ir de visita a un santuario, en la que su actividad se conoce como peregrinación. No vamos a entrar en las Cruzadas como resultado de estas y que surgen al mismo tiempo. Esto es, la peregrinación es un viaje por motivos religiosos, con espíritu devoto, hacia un lugar santo. Es decir que el camino tiene sentido para el peregrino, para el “andarín de Dios”, en cuanto que ha sido pateado por un santo, en cuanto que ha descansado en un lugar u otro, no importa si un lugar dentro del camino tiene una panorámica extraordinaria, si tiene agua o cualquier otra cuestión particular desde la ciencia, o mismamente desde el arte, o desde la mera necesidad de aplacar el hambre o la sed. El camino es camino de ascesis, es decir camino para alcanzar la virtud y para liberar al espíritu, pero sobre todo para hacer un camino de salvación porque existe la idea de que en este mundo estamos de paso a otro mundo mejor, una transición que se hace para volver al encuentro divino. Lo cual significa que en el camino hay sacrificio, ayuno y pesar para el cuerpo.

El peregrinaje es una propuesta para hacer un recorrido interior por los entresijos del alma utilizando al cuerpo como medio para aplacar el espíritu, y que por el sólo hecho de convertirse en símbolo y poder ser transitado cumple con el calificativo de viaje interior. Aunque el sujeto reciba el nombre de homo viator, lo cierto es que desde el Medievo se ajustan a dos momentos distintos que han acontecido y acontecen en la historia: el peregrino y el viajero como dos formas distintas, que sin llegar a complementarse difieren sobre manera del ser-aquí-ahora del itinere fenomenológico.

Ciertamente que la medida puede ser parca por el sólo hecho de viajar por caminos, sin embargo, en cuanto que el hombre quiere saber del camino y quiere saber de las cosas que hay en él, aquellas que se encuentra y que le acompañan en el camino, entonces la medida la ampliamos al elemento cognitivo, a la epistemología, de tal manera que el hombre que viaja para nosotros es un hombre que quiere saber el lugar y el tiempo que le acontece en el mundo de las cosas que se encuentra y desde nuestro campo de la itineraridad llamamos itinerante al sujeto ontológico que busca saber, no como hombre sino como ser que está en un espacio y en un tiempo concreto, dispuesto a dejar-se decir en el itinere. Sin embargo, el homo viator no tiene interés ni por su espacio que recorre aunque sea de manera transitoria, ni muestra interés por el tiempo en el que vive, entre otras cosas porque no le pertenecen; ni que decir tiene, que no hay conciencia del tiempo que se tarda en peregrinar.

Desde nuestra itineraridad, el espacio y el tiempo amén del mapa, difieren de una manera considerable. El mapa del peregrino es inexistente, sale de casa y recorre un itinerario que no le devuelve a la cotidianidad sino que su peregrinaje lo lleva a extrañarse con el mundo y lo lleva a sacrificios, ayunos y otras penalidades que lo transforman por completo. El recorrido es aquel del que ha oído hablar, transita por los pasos del santo. El espacio y el tiempo es el de la devoción, enmarcado en la religión que se apropia; en concreto, el espacio se corresponde con la leyenda, con la reliquia y con el sentido de fe, con amplias distancias en el peregrinaje, y el tiempo es ajeno y extrañado, hipotecado a la vida después de la muerte, subsumido en el tiempo celestial. Los lugares de interés se corresponden con las advocaciones careciendo de un interés científico, meramente supeditados al lugar de partida y al lugar de llegada, como si el camino no tuviera interés. El peregrino va y viene distinto, transformado en lo físico y en su pensamiento. Por el contrario, el itinerante no emplea ni grandes espacios ni grandes tiempos, sino tiempos y espacios breves, concretados en el uso de un mapa intelectual no sólo para itinerar desde el pensamiento sino para marcar el lugar por donde volver a la rutina de la cotidianidad, una vuelta que no transforma el pensamiento sino que ejercita la reflexión y el juicio gracias al nuevo conocimiento y saber.

Lo que actualmente ha sobrevivido a los peregrinajes del Medievo han sido las nuevas teofanías. Las romerías a ermitas son idiosincrasias en nuestra geografía, las procesiones por las ciudades un hecho repetitivo. Estas manifestaciones son el resultado de los peregrinajes del Medievo, las romerías a santuarios que por lo general, coinciden con algún que otro despoblado, suelen disponer de agua y estan ubicadas en unos entornos maravillosos. Aunque digámoslo, el hombre del medievo estaba más pendiente de la subsistencia y la manutención que de la contemplación y de otras sensibilidades más propias de nuestro tiempo. Digamos de paso que los lugares de peregrinaje actuales coinciden con lugares estratégicos para la defensa de un territorio. El peregrinaje ha logrado transformarse a día de hoy en las romerías y procesiones que acontecen en nuestra actualidad como manifestaciones religiosas producto de una época Medieval tan cercana como alejada de nuestra actualidad. En cualquier caso, el hombre ya sea cristiano, ya sea musulmán, ya sea semita, está necesitado de formas y manifestaciones de lo sacro. El hombre necesita lo divino para vivir, de la simbología religiosa, de un cielo que lo ayude.

En este sentido, nos queda que la peregrinación física es sólo un medio, una forma que representa la otra peregrinación, aquella que concluye en el cielo.



El camino de Santiago conduce a su destino (a Compostela) a quien lo recorre: no hace falta que el peregrino esté constantemente pensando en su fin. Ni siquiera conviene que así lo haga, pues de otro modo acaso no podría prestar atención a las cosas que le salen al paso y que sin duda podrán desviarle o divertirle de su proyecto principal. Pero el peregrino debe confiar en que, una vez tomado el camino, si sigue las reglas del caminar (del mét-odo), el camino le llevará al «Campo de las estrellas»116.

Si al peregrino le salen distracciones al paso, ramificaciones que lo desvían de su destino, de la misma manera al itinerante le asalta el homo viator como una distracción que lo desvía de la propuesta inicial. Sin embargo, a diferencia del homo viator, el itinerante tiene la deferencia de desviarse y recorrer por un momento el camino del peregrino, y como no podía ser de otra manera, para volver a su camino, esta vez reafirmado en sus propuestas ontológicas. El itinerante está convencido de su ontología, razón suficiente para ser sensible a otros recorridos, a otras propuestas, a otros itinerarios aunque no sean filosóficos. El peripato griego fue útil para arrancar nuestro particular itinerario, un itinerario para el pensamiento, y sin embargo, tanto el homo viator del Medievo como el viaje moderno, nos ha ofrecido una ramificación de interés que merecía la pena itinerar sin desviarnos ni un ápice de la itineraridad; hacemos como esa variante de un itinerario que amparándose en la razón toma la deriva de la fe; sin la duda y el debate auspiciado entre la Ciencia y la Religión. El Itinerario Filosófico es una propuesta desde la Metafísica para la Ciencia.



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