Adolf reinach: las ontologías regionales


Los estados de cosas, la causalidad y el movimiento como esencias extramentales



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1.3. Los estados de cosas, la causalidad y el movimiento como esencias extramentales

El recorrido anterior ha mostrado que la necesidad causal no se halla entre las necesidades esenciales que aparecen objetivamente como correlatos del juzgar. Si no se quiere reducirla a un hábito psicológico (Hume) o bien emplazarla entre las categorías del entendimiento de que se hace uso al juzgar (Kant), habrá que indagar su origen y lugar en el mundo real. Lo cual sin duda está en continuidad con los desarrollos de Reinach relativos a los estados de cosas, pero sin que lo haya abordado temáticamente, al limitarse a aquellas necesidades que son objeto de consideración objetiva en el juicio. Es un aspecto en el que las investigaciones de Ingarden prolongan el planteamiento anterior.



  1. A propósito de los estados de cosas, Ingarden amplía su noción hasta incluir la acción de lo que hace de sujeto lógico sobre otros objetos y, correlativamente, la pasión recibida en él a partir de la acción de otro objeto. A diferencia de su consideración por Reinach, el estado de cosas no se expresa ahora —en su carácter más genérico— en un juicio enunciativo, sino que remite a la causalidad mundana externa o antepredicativa o bien a los enlaces hipotéticos entre los acontecimientos, pero en todo caso implicando —para su expresión como estado de cosas— la diferencia entre el sujeto real y las fases del movimiento desencadenado en él: tal es el ser-b de A como forma indeterminada, común a los diversos estados de cosas, que corresponde tanto al ser-rectangular de la mesa como al estar-corriendo del galgo o a la dilatación del volumen de una esfera metálica como efecto de la elevación de la temperatura.

Así lo expone en el siguiente pasaje: “También aquí el estado de cosas no es otra cosa que el despliegue, la ‘explicitación’ de la forma de la ejecución de una acción por el sujeto de la acción”12. El estado de cosas no se limita a ser, por tanto, la explicitación lógico-predicativa de una forma vacía, enteramente indeterminada, sino que inmerge a la forma lógica en uno u otro dominio regional del ser, incluyendo sus actividades propias y sus relaciones con los otros dominios del ser. Así pues, los distintos estados de cosas no concuerdan entre sí tan solo por su eventual confluencia intencional común en un objeto —tal era el planteamiento predicativo de los estados de cosas en Reinach—, sino en la medida en que exponen un haz de relaciones esenciales extramentales.

Y el núcleo esencial del objeto tampoco es sin más el sujeto lógico de los estados de cosas, sino lo que persiste duraderamente a través de las variaciones en los estados de cosas que le tienen por sujeto. Por ello, el sujeto del estado de cosas viene significado como un todo, que comporta un horizonte de propiedades constitutivas por actualizar; sin ser éstas objeto de mención expresa ni de cumplimiento cognoscitivo, están sin embargo implícitamente contenidas en su naturaleza. “En la consistencia (Bestand) de un estado de cosas entra, por tanto, el objeto (esta esfera, por ejemplo), en el sentido de ser sujeto de propiedades, determinado por su naturaleza constitutiva. A lo cual hay que añadir todavía que en el sentido de la expresión ‘esta esfera’ es mentado concomitantemente un cierto horizonte de otras propiedades de esta esfera no exactamente determinado, pero sí determinable, de modo que este horizonte se indique también de algún modo en el estado de cosas concerniente, aunque no pertenezca explícitamente a este estado de cosas en su cumplimiento exacto”13.

Conexa con lo anterior está la cuestión acerca del correlato existencial de los estados de cosas negativos. ¿Se limitan a ser una modificación de la afirmación correspondiente, de tal modo que no hubiera esencias reales que vinieran dadas originalmente en un juicio negativo? En tal caso se estaría invalidando el alcance real —y no meramente lógico— del principio de no-contradicción, ya que no se podría decir que un estado de cosas contradice su negación, y que por tanto o el uno o el otro ha de ser verdadero. Para Ingarden la diferencia entre los estados de cosas positivos y negativos es existencial, y se apoya sobre la positividad común del sujeto (del cual no se puede decir que no es)14; de una manera más próxima, ambos tipos de estados de cosas están en relación de implicación porque toda afirmación, en tanto que determinación, es a la vez una negación de otros estados de cosas. Cualquier determinación positiva equivale a la exclusión de otras posibles determinaciones, así como, de modo inverso, cualquier estado de cosas negativo equivale a la afirmación indeterminada de un nuevo estado de cosas —positivo. La negación es como una sombra proyectada sobre la luz del ser como fondo; en este sentido, toda negación se destaca sobre una afirmación, y toda afirmación, en cuanto limitada, trae consigo alguna negación (omnis determinatio est negatio).

La negación de los estados de cosas es más exigente que la que se refiere a los predicados negativos, en los que se atribuye positivamente una indeterminación o exclusión a un sujeto dado, como al decir “la pluma es de no-acero” (“A es no-b”). Y como cualquier juicio positivo equivale a una multiplicidad indefinida de juicios de predicado negativo, la negación no afecta en tal caso a la forma del juicio, ni se puede decir que haya realmente un nuevo estado de cosas para cada juicio de predicado negativo. En cambio, en la negación propia del estado de cosas (“A no es b” o “–(A es b)”) lo que se excluye, dejándolo indeterminado, no es el predicado, sino “el hecho de que A sea b” o dominio del ser al que A pertenece. La negación del estado de cosas no es, por tanto, una modificación más de la afirmación, como la duda o el poner en cuestión, sino una transformación completa del estado de cosas, del que se niega que forme parte de una esfera determinada del ser (en este punto la posición de Reinach era oscilante entre admitir que hay estados de cosas propios para los juicios de forma negativa y el carácter meramente modificacional de los juicios negativos respecto de su opuesto afirmativo, probablemente más coherente con sus otras tesis). Mientras las otras modificaciones tienen lugar dentro del mismo estado de cosas, dejando inalterados los elementos y alterando solo el enlace entre ellos, en la negación del estado de cosas lo que cambia de signo es su relación con el ser: “En la negación sería eliminado el estado de cosas positivo por la función de excluirlo (negieren) de una esfera del ser, con lo que queda indeterminado lo que sea propiamente esa esfera: si solo el objeto A o un entero dominio del ser, en el que A se hallara solo como una parte constitutiva”15.


En conclusión: Ingarden tiene en el punto de partida el planteamiento de Reinach, pero lo rebasa al afincarlo en la referencia existencial implícita en los estados de cosas: “Reinach establece muy correctamente que no se puede registrar (ablesen) sin más el estado de cosas negativo en una realidad… Pero no pregunta por qué es propiamente así y por qué es necesario referirse a otro estado de cosas positivo ‘A es c’… En el caso del estado de cosas subsistente ‘A no es b’ A existe con un ser autónomo y es dado eventualmente de modo inmediato, mientras que el momento b, sea propiedad o predicado de acción, solo es pensado. Este momento b es, en la situación objetiva dada, solo el correlato intencional del ser pensado, aunque b fuera en sí de tal suerte que en principio pudiera existir con un ser autónomo”16. Pero esta misma intención existencial que es constitutiva del juicio es lo que permite a Ingarden abordar directamente el problema de la causalidad.
II. En relación con la causalidad, la tesis de Ingarden al respecto es que si se entiende la precedencia de la causa sobre el efecto en términos meramente temporales, se la hace imposible, ya que dos momentos temporales, por próximos que estén, no pueden ponerse en contacto, y por tanto no sobrevendría el influjo causal. En efecto, aun en el caso hipotético de que se fingiera un continuum temporal por analogía con el espacial, la posibilidad de intercalar un nuevo instante entre dos instantes cualesquiera —según el criterio de continuidad determinado por la cortadura, en los términos en que lo estableció el matemático Dedekind— volvería inviable el hallazgo del punto temporal de tangencia entre causa y efecto.

Y si se quiere evitar, por otro lado, el recurso a la acción a distancia —en este caso a distancia temporal—, solo queda que la causa qua talis no esté supuesta a su actuar causalmente, sino que únicamente lo sea en el ejercicio de la causalidad, en concurrencia con las otras causas también operantes y con el desencadenamiento del efecto. Pues la suposición de la causa antes de entrar en acción, es tanto como adjudicarle el estatuto presencial de los objetos ante la mente e imponerle en consecuencia una temporalidad fingida. “No hay ninguna conexión de ser entre objetividades que estén temporalmente alejadas entre sí. Pues cuando B precisamente existe, A, que está temporalmente alejada de B, ya ha pasado y, como pasada, no está ya comprendida en el ser actual, no pudiendo por tanto formar ninguna conexión de ser con el existente actual”17.

La causa no tiene estatuto de objeto, sino que es en la acción causal, cuya eficacia se mide por la existencia correlativa del efecto. Con palabras del filósofo polaco: “De ordinario existe este objeto antes de que se llegue en general a una relación causal entre los acontecimientos portados por él y los otros acontecimientos (los efectos). Pero lo productivo y determinante en la conexión (causal) de ser no es precisamente esta cosa, por más que sea imprescindible para que sobrevenga la relación causal, sino el suceso mismo o la fase final de su acontecer, a la que la cosa concerniente solo subyace”18. La causa como acontecimiento o suceso no es, pues, sino el pro-ducir-se (Er-eignis) del efecto, y no la serie de condiciones antecedentes que hacen posible su originación, al modo como se interpreta la causalidad desde los cánones de la inducción en la Ciencia moderna de la naturaleza, tal como los estableciera J. Stuart Mill; por el contrario, “la conexión inmediata de ser entre causa y efecto es lo que hace que sobrevenga a la vez la causa en el sentido originario”19. En este tema de la causalidad se advierte, así, de un modo particular cómo Ingarden, aceptando el planteamiento original de Reinach, lo prosigue, dándole un desenlace estrictamente ontológico.

Por lo mismo, tampoco se confunde la necesidad de la causa con la prioridad lógica, como origen de los enunciados derivados que son sus consecuencias, pues en ese caso falta el salto o desnivel real entre la causa y el efecto, que se abre y a la vez se supera en la única acción causal productiva. Ejemplos de antecedencia lógica no causal son los de orden lógico o matemático, como ocurre en la figura del cuadrado, en tanto que origen o razón de ser de que la longitud de sus diagonales sea la misma.

La causalidad como principio es dependiente, por un lado, de la persistencia en el ser (Im-sein-verbleiben) y, por otro lado, de unos cambios o transiciones, ya sean de un estado de cosas a otro dentro del ser que persiste, ya de un ser a otro en orden a la persistencia del conjunto del Universo (o de algún subuniverso) en que causa y efecto —predicamentalmente tomados— se inscriben. La persistencia en el ser no depende de una fuerza externa de mantenimiento (una especie de creatio continua hecha de instantes al modo de Descartes), sino que proporciona el criterio de continuidad para el ejercicio de la causalidad que está ausente de la temporalidad entendida como una serie independiente. Y el tránsito causal de uno a otro estado de cosas es posible, bien como alteración, o bien como restablecimiento de una permanencia que se ha visto influida y alterada desde fuera del sistema, mientras éste permanece en el ser.

De este modo, la interacción causal implica la existencia de sistemas relativamente cerrados, capaces de autoabastecerse, generando ellos mismos el paso al equilibrio —ya sea estacionario o dinámico— cuando han sido alterados en él. Por el contrario, la hipotética continuidad y subsiguiente determinación en los sucesos del Universo —igual da para el caso que se tratara de una continuidad cíclica o lineal— harían imposible tanto el “fuera” abierto, en el que se dispone materialmente el efecto producido, como la actuación extrínseca de una causa sobre el sistema modificando su estado anterior de equilibrio.

Resulta, pues, que la necesidad causal en la Naturaleza está condicionada a la posibilidad de intercambio entre los sistemas y a la configuración de unos límites identificadores —los llamados aislantes por la Dinámica— para cada uno20, que los propios sistemas tienden a reconfigurar dinámicamente cuando la influencia externa los modifica. Son ejemplos de aislamiento sistémico el hecho de que la energía cinética de las moléculas, según las leyes de Brown, no se vea influida por la corriente eléctrica que eventualmente circula por los conductores; o el hecho de que la elevación en la temperatura provocada por la aleación de los metales no induzca a su vez una corriente eléctrica.

Ahora bien, el reverso del aislamiento en los sistemas es la exterioridad entre causas y efectos, de tal modo que la diferencia temporal entre los acontecimientos ligados como causa y efecto se limita a traducir esta separación primera en el ser —cuya expresión mínima es la espacial— entre los sistemas en los que se contienen respectivamente la causa y el efecto. “Si los sucesos, aconteceres y estados no concurren por sí mismos, ello tiene que ver con que están aislados por un spatium, por un alejamiento espacial”21.


III. La activación de la causalidad determina la pluralidad de movimientos, identificables cada uno —al menos provisionalmente— en atención a que tienen un comienzo y un cese propios. Igual que la causalidad, el movimiento se sustrae a la presencia mental. Pues la continuidad en el transcurso comporta un retraso inicial —del que parte el movimiento— para su consideración objetiva; justamente en el prius de la causa material frente a la aprioridad de la presencia está la explicación de que el movimiento no pueda ser actualizado, pues es un antes que no se acumula temporalmente con el ahora de la presencia.

Reinach pone de manifiesto —en discusión con las paradojas de Zenón de Elea— que ninguna de las notas del movimiento es noemática, como si fuera obtenida por análisis de los datos presentes en actos de conciencia; de este modo, da cabida a la indagación causal de sus caracteres ónticos22, por más que él mismo no la emprenda. Sin embargo, antes hay que mostrar la posibilidad intrínseca del movimiento, que es lo que Zenón ponía en cuestión. La respuesta a este interrogante previo está en que solo sería imposible el movimiento, y en general cualquier cambio continuo —a los que se descalificaría como meras apariencias de los sentidos—, si sus notas esenciales estuvieran en contradicción interna, como en “cuadrado redondo” o en “color que resuena”. Pero no es esto lo que ocurre, al no ser el movimiento un compuesto de notas esenciales incompatibles, sino una esencia irreductible: “En el movimiento tenemos una esencia que necesariamente puede enlazarse con otras —como el tiempo en el que se realiza o el portador, supuesto en él—, pero en sí misma es algo último y elemental y por ello está asegurada en su posibilidad existencial”23

El movimiento es, pues, para Reinach una esencia compuesta, que connota un tiempo de duración, un espacio recorrido, un portador o sujeto invariable durante el recorrido, la divisibilidad espacial y temporal y un término de referencia externo, ya en reposo, ya en movimiento. El problema particular del desplazarse está, entonces, en el modo como se integran estos componentes formando la unidad compleja “estar en movimiento”. Sería confundente examinar esas notas por separado y luego recomponerlas para hacerse así presente el movimiento; justamente la falacia de Zenón reside en que traslada al movimiento, que es un acto indivisible y continuo, las propiedades de divisibilidad y de continuidad, que pertenecen al espacio recorrido o al movil que se extiende en el espacio. Por ello, empezaré por el examen del movimiento como una unidad antes de dar cabida a sus elementos.

La primera observación de Reinach se refiere al carácter absoluto de la diferencia entre reposo y movimiento en términos esenciales, frente a la relatividad de su diferenciación por relación al observador desde la perspectiva de la ciencia positiva (y en particular de la Teoría einsteiniana de la Relatividad), según la cual decir que un cuerpo se mueve o está en reposo solo tendría sentido desde una coordenadas convencionalmente adoptadas. Pero la perspectiva se invierte si se la formula en términos ontológicos. Pues en tanto que el movimiento implica un referente idéntico que lo mida en su acontecer variable —tanto desde fuera como en el mismo portador que se desplaza—, no puede ser relativizada ónticamente la diferencia entre el movimiento variable y su referente invariable. “El movimiento mismo no es por esencia —y según ello tampoco en su realización en el mundo— de ningún modo relativo; incluso la oposición entre absolutez y relatividad (en un único movimiento) carece de sentido ‘óntico’, ya que todos los cuerpos están también en el mundo real o en movimiento o en reposo y ninguno de estos estados se modifica de algún modo y, menos aún, se constituye al retroferirlo a otros cuerpos”24.

En un sentido semejante advertía Husserl en su opúsculo La Tierra no se mueve que se exige una cierta inversión de la revolución copernicana para adoptar un suelo o referente inmóvil, que haga inteligible el movimiento. Este centro en reposo se acusa tanto en el propio cuerpo de carne, cuyo equilibrio significa una inmovilidad en relación con sus cinestesias, como en el suelo terrestre, como parámetro inmóvil necesario para que puedan darse los movimientos entre los cuerpos. Según Husserl: “Con el ‘yo ando’, en general con el ‘yo me muevo’ cinestésico, no ‘se mueven’ todos los cuerpos físicos, ni se mueve el suelo íntegro de la Tierra que está bajo mí. Pues al reposo corpóreo pertenece el que los aspectos fenoménicos de los cuerpos discurran en mí ‘en movilidad’ cinestésica y el que no discurran cinestésicamente caso de que yo permanezca quieto. Yo no sufro desplazamiento; permanezca quieto o camine, tengo por centro a mi cuerpo, y tengo en torno a mí cuerpos físicos que reposan y se mueven, y un suelo sin movilidad”25.

A continuación procede desglosar conceptualmente los distintos componentes del movimiento:

a) La mismidad (Selbstheit) del móvil en el movimiento no es una categoría que forme parte de la esencia del objeto, dada fenomenológicamente, sino que solo se entiende desde el ser-otro del móvil, por cuanto mismidad es unidad en la pluralidad de etapas del movimiento o en la diversidad de fases en el cambio cualitativo. Así, mientras las esencias fenomenológicas son unidades objetivas reiterables en múltiples actos de conciencia —tales son las cualidades, los estados de cosas o las proposiciones—, la mismidad que forma parte del movimiento no es una esencia que se individualice en sus distintos momentos, por cuanto los incluye en sí constitutivamente como mismidad móvil; su identidad esencial es la de ser el portador óntico del movimiento, que atraviesa y reúne la pluralidad de sus momentos dándoles la forma de la continuidad. La mismidad del portador no aparecería en el movimiento sin la pluralidad diversificada espacial y temporalmente, pues se reconoce simultánemente a la conciencia de la variación, como cuando se dice: “esto es lo mismo que percibí antes” o “es lo mismo que estaba en aquel otro lado o que tenía aquellas otras cualidades”. En consecuencia, la mismidad se convierte en algo en sí mismo carente de significado cuando se predica tautológicamente de un objeto26, o bien para la conciencia omnicomprensiva de Dios, en la que no caben los tránsitos o movimientos27.

b) El movimiento está también en relación con el espacio recorrido, pero solo por mediación del lugar en que se asienta y desde el punto de vista de la continuidad que caracteriza a ambos (ocurre, así, que el movimiento giratorio de una esfera no recorre un espacio al carecer de un lugar para el movimiento, o el cuerpo que se mueve dentro de un barco, en sentido contrario al movimiento del barco y con su misma velocidad, absolutamente no cambia de lugar, ni por tanto lo recorre). La continuidad en el movimiento significa —al igual que en la línea recta o en la distancia— que las eventuales diferenciaciones en su interior no son partes, en el sentido de fragmentos (Stücke) que se enlazaran desde fuera; por ello, ni los lugares delimitables ni las partes del móvil en correspondencia con ellos pertenecen esencialmente al movimiento, sino que resultan de divisiones efectuadas ab extra, que interceptan la unidad indivisible del movimiento.

El espacio recorrido no es, por tanto, ni el espacio puro (al que Reinach llama continuo primario, porque no permite ninguna cesura no espacial entre sus partes), ni el espacio intermedio, como la línea o la distancia (que son continuos secundarios, porque tienen comienzo y fin y pueden ser fragmentados desde fuera), sino que es un espacio creado por el propio movimiento en su despliegue. “Hay que distinguir el espacio recorrido no solo del espacio puro, sino también del espacio intermedio. El espacio intermedio está limitado por los puntos inicial y final del movimiento; existe ya antes del comienzo del movimiento y puede ser recorrido cuantas veces se quiera. El espacio recorrido no está limitado (al menos mientras dura el movimiento), se constituye solo en el movimiento y no puede ser recorrido más veces”28. El espacio recorrido es, pues, un espacio móvil y en crecimiento, a diferencia del espacio preexistente al movimiento, constitutido como trayectoria independiente del movimiento y que hace posible el desplazarse de un lugar a otro: el primero es variable, el segundo es constante.

El recorrido espacial puede ponerse en correlación con la trayectoria absoluta, desde la que —solo por una traslación— se asignan al movimiento los lugares correlativos, sin que por ello le pertenezcan esencialmente, análogamente a como la diversidad de momentos o de fases es correlativa de cualidades o de posiciones que de suyo son identificables al margen del movimiento. Si esta trayectoria fuera a su vez relativa a un cuerpo en movimiento, habría que retrotraerla a la trayectoria por la que el segundo cuerpo en movimiento se traslada, hasta llegar a la trayectoria en términos absolutos.

c) Y si del espacio pasamos al tiempo, se halla que no se encuentra en él el análogo de la trayectoria —espacial— por recorrer, algo así como un tiempo ya fijado que transcurriera al margen de los acontecimientos: no puede haber, en efecto, un tiempo en el estado de reposo absoluto, al modo como se puede hablar de espacio dado o de trayectoria fija. No obstante, en otro sentido sí se halla en el tiempo una analogía con el espacio en su relación con el movimiento, en tanto que éste está provisto de una duración adscrita a cada movimiento, que puede ser más o menos larga por referencia al tiempo-eje que se adopta como medida (aun sin tener que contar para ello con un tiempo uniforme absoluto, al modo de Newton). La duración temporal resulta ser, así, lo paralelo a la extensión variable del móvil y a la longitud del movimiento que viene medida por la línea recorrida; y, a su vez, el tiempo puro es tan continuo primario como lo es el espacio puro: “Como en el espacio la línea, así hay también en el tiempo un continuo (secundario), que admite interrupción y fragmentación: la duración de un suceso. Entre dos duraciones no necesita haber otra duración; pero entre ambas está el tiempo (puro)”29. También se puede asignar un valor constante a la duración transcurrida, análogamente al trayecto recorrido.

Pero en el curso del movimiento no pueden ser fijados ni el trayecto del móvil ni la duración asignada: en este sentido, se dice que el movimiento es, sin definición objetiva. Tal es la paradoja del movimiento: tiene un comienzo, pero no tiene una coronación como movimiento, sino que su término es su dejar de ser, su volver al reposo, como antes de iniciarse. La velocidad es justamente la objetivación del cambio constitutivo del movimiento, cumplida desde fuera de él; que esta fijación de la velocidad es un salirse del movimiento, lo corrobora el hecho de que siempre son posibles las variaciones en la velocidad o aceleración. Lo análogo a la velocidad en relación con el tiempo, es en relación con el espacio la dirección: objetivar la velocidad y la dirección solo es posible dejando de estar en movimiento. Pues velocidad y dirección se establecen sobre la base de unas magnitudes que no son esenciales al estar en movimiento, a saber, el tiempo fijado y el lugar alcanzado.

Al igual que el punto en el espacio carece de extensión, también hay acontecimientos en el tiempo sin duración (por ejemplo, el inicio y el final del movimiento o el pensamiento que fulgura momentáneamente). Uniendo ambos extremos, es correcto decir que tampoco el hecho de que la línea alcance un punto es un acontecimiento con duración, pues al punto no le corresponde en la línea una magnitud dada, sino el incremento espacial. Enlazamos así con la tesis general sobre el movimiento que nos viene ocupando, relativa a que en ningún momento se encuentra el móvil que está en movimiento en un lugar.

Solo dentro del movimiento pueden situarse los componentes esenciales indicados, a saber, el espacio, el tiempo o la identidad del móvil. Si, por el contrario, se los supone fuera del movimiento y luego se los interpola en él, aparecen los lugares, la trayectoria preexistente, los tiempos fijados o el comienzo y cese discontinuos con el movimiento, con los cuales no es posible restablecer la esencia del movimiento, y reaparecen las apoorías de Zenón. El alcanzar un punto o un instante, el abandonarlo o el pasar por él son sentidos del ser que hay que diferenciar del “estar en”. “Al empezar el movimiento, el cuerpo no ‘está’ en el punto de partida, sino que lo abandona. Y el abandonarlo no es un no-ser (un no estar en relación con el punto)”30.

Para Reinach los acontecimientos son un puro llegar a ser; el comienzo y el cese no los delimitan en su hacerse, ya que se sustraen a ellos como puntos de referencia externos, que no llegarían nunca a constituirlos en su ser de movimientos. El autor llega a este hallazgo a partir de la noción de estado de cosas, una vez que, al aplicarla al movimiento, le permite formar la esencia extramental de estar en movimiento, contrapuesta al estar en reposo.

Sin embargo, la omisión de la causalidad en el planteamiento de Reinach vuelve incompleto y necesitado de explicación el hecho irreductible de estar en movimiento. Precisamente porque el movimiento no es una esencia aislable objetivamente, por reiteración en los actos de conciencia, requiere la interacción de las concausalidades para ser efectivo. La esencia del movimiento es extramental, no pudiendo reiterarse en la conciencia en momentos distintos, al modo de las esencias fenomenológicas, definidas como objetos por la interconexión de sus notas. Así lo atestiguan tanto sus diversos componentes acabados de examinar, ninguno de los cuales posee la estabilidad del objeto, como el hacerse y deshacerse que acompañan al movimiento, en tanto que adjudican un orden compositivo singular a sus etapas frente a la reversibilidad que caracteriza a las conexiones objetivas esenciales.

La explicación de ese orden temporal y diferenciador en cada movimiento remite a las causas intrínsecas y extrínsecas, provistas de la misma irreversibilidad, en su concurrencia como causas, que la que se plasma derivadamente en el proceso del movimiento. Lo que para una consideración objetiva son funciones matemáticas (v=s/t; a=v/t; s=at.t), constituyen en el transcurso real sendas dependencias de la tetracausalidad actuante en el movimiento: así, la causa eficiente lo hace efectivo, la causa formal lo identifica en su singularidad, la causa material lo fija a una materia y la causa final lo pone en dependencia del sistema del que forma parte. Y para que las causas no se autonomicen de su actuación causal en el movimiento, convirtiéndose en supuestos mentales, han de estar referidas mutuamente en una concurrencia unitaria, cuyo efecto físico se denomina estar-en-movimiento.


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