Adolf reinach: las ontologías regionales


El problema de la definición del número



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1.4. El problema de la definición del número

También en relación con el modo de tratar Reinach los números (Über den Begriff den Zahl, 1913/14), extrae su fecundidad a la noción fenomenológica de estado de cosas, la cual está, como se va comprobando, en el centro de su propuesta. Para ello empieza por advertir que el operar con los números como signos, estableciendo teoremas a partir de ellos, no llega a esclarecer su esencia, ya que son signos desprovistos de toda intención, que exponen relaciones meramente formales entre elementos indeterminados. Ocurre, así, que en la definición que da Kronecker de los números cardinales a partir de los ordinales los signos sustituyen a la esencia o cosa número.

¿Acaso se trataría de propiedades de los objetos? Fácilmente se comprueba que no cabe tampoco predicar los números de los objetos, al modo como se atribuye a éstos una especie lógica (por ejemplo, el color), ni siquiera es posible predicarlos de un conjunto (que por el hecho de que contenga cuatro objetos no es cuatro): “un conjunto que contenga cuatro objetos tampoco es cuatro, como un conjunto que contenga en sí objetos rojos vivos no por ello es él mismo rojo”31. Podría entonces pensarse que el número se predicara de los conceptos, como suponía Frege32: en tal caso habría que decir que “el carruaje del emperador es arrastrado por cuatro caballos” equivaldría a este otro enunciado: “bajo el concepto de ‘caballos que arrastran el carruaje’ están cuatro objetos”; pero pronto se cae en la cuenta de que del hecho de que el número se extienda a cuatro objetos, no se sigue que sea una propiedad del concepto de caballo o de cualquier otro objeto.

En cambio, el estado de cosas sí arroja luz sobre la esencia del número, al indicarse con éste el ámbito de A que es afectado por el ser-b. El número determina predicaciones previamente afectadas de indeterminación, tales como “algún A es b” o “muchos A son b” o “todo A es b” o “solo un A es b”, por cuanto esta pregunta predispone a la siguiente: “¿cuántos A son b?”. “La numeración (Anzahl) supone una predicación, en la medida en que determina el dominio cuantitativo de algos, la pluralidad de algos que son afectados por una predicación”33. El número comparece como respuesta a la pregunta no acerca de cuántos objetos, sino acerca de cuántos A son b.

La función de los números está, pues, en precisar predicados generales y vagos, como “muchos…”, “pocos…”, todos…”, “solo…”, atribuidos a aquellos “A que son b” (aquí es donde reaparece el estado de cosas). La pregunta que subyace al descubrimiento del número es cuántos objetos tienen esta o aquella propiedad. “Las numeraciones (Anzahlen) indican un dominio de objetos, en la medida en que les conciernen determinadas predicaciones. Se encuentran por tanto en la esfera de los estados de cosas34. El número como numeración no es un predicado, sino qué responde a la pregunta sobre cuántos objetos tienen la propiedad que se expone en un estado de cosas.

A diferencia del planteamiento esbozado por Husserl en su Philosophie der Arithmetik, para Reinach los números como objetos ideales son anteriores a su reunión formando una serie, en tanto que tienen su correlato, como números numerados, en los estados de cosas objetivos. Por ello, definir euclideanamente el número como un compuesto de unidades implica su confusión con los objetos numerados en los que tiene su origen.

A la luz de estos supuestos, se pueden explicar la suma y la multiplicación desde el nacimiento de nuevos estados de cosas, sin tener que recurrir a los actos de contar o de comparar. Así, la suma corresponde a la pluralidad de objetos en los que se cumple una misma predicación dentro de un estado de cosas, y la multiplicación es la repetición de un estado de cosas (como “el hecho de que relampaguea”), y no de un suceso cualitativo (como el relampaguear, que se agota en sí mismo): lo que se repite n veces no es lo que ocurre, sino el hecho de que ocurra, o, en otros términos, el hecho de que A es b, no A ni b tomados aisladamente. De este modo, mientras el estado de cosas supuesto en la suma es la atribución de un predicado a distintos sujetos, la multiplicación resulta de la multiplicidad de veces que acontece un estado de cosas, en el cual eventualmente pueden estar reunidos a su vez los objetos de los estados de cosas con los que se forma la suma.

Con ello se sale al paso de algunas aporías que surgen cuando se considera a los números como especies abstractas: a) mientras las propiedades de las especies lógicas se cumplen también en los ejemplares singulares que caen bajo ellas, a propósito de los números ocurre, en cambio, que la relación 3>2 no se puede trasladar a 3 hombres >2 osos; b) la adición respecto de los números tiene otro sentido que respecto de las cosas, ya que mientras 2 manzanas + 2 manzanas = 4 manzanas, no sería correcto decir 2 + 2 = 2, como resultaría de tratar a los números como cosas; c) ¿qué puede significar la adición 2 + 2?, ¿acaso se puede reiterar un número sin dejar de ser él, como se reitera una misma cualidad en los distintos objetos singulares?; si así fuera, ¿qué individuaría a cada uno de los distintos números 2?

La dificultad 1 se solventa al diferenciar entre cualidades abstractas o generales, como son las especies lógicas, y agrupaciones de objetos por relación a un estado de cosas y solo después formalizadas. No hay números como especies o números puros (Zahlen), sino numeración (Anzahl) de objetos en plural. En cuanto a la respuesta a las dificultades 2 y 3, está en que solo se pueden sumar los números que agrupan objetos —como al decir “tal número de objetos”—, no los números puros, pues los números convienen a los objetos en plural, mas no como propiedades de los objetos singulares. “El tres les conviene (a los objetos), pero propiamente como los tres que son. Pero el número 3 no es tampoco ninguna relación de los objetos singulares entre sí”35.

Como puede advertirse, son análisis que se limitan a los números enteros positivos y a las combinaciones más elementales entre ellos como números numerados. A medida que nos alejamos de estos ejemplos sencillos, la conexión con los estados de cosas se vuelve más remota y es mayor el papel que juegan las operaciones en detrimento de las numeraciones dadas.

Tampoco los números ordinales tienen una significación propia o por sí mismos para Reinach, sino que se limitan a indicar el lugar de un elemento cualquiera en una serie ordenada con ayuda de los números cardinales. No hay primariamente números ordinales, sino una secuencia ordenada de elementos en una serie, siendo el segundo el que sigue al primero (secundus en latin, de sequor), y así sucesivamente. Cuando se equiparan como números los ordinales a los cardinales, se está orillando lo designado y se está cediendo a las designaciones como si fueran algo en sí mismas. Los números ordinales resultan ser el expediente por el que se evita tener que acudir al elemento anterior y a su lugar en la serie, facilitando así la designación del número correspondiente.

En conclusión, para Reinach los números son una de las partes de un juicio, donde el todo es el estado de cosas que resulta de responder a la pregunta sobre cuántos elementos lo integran (“nA son b”), siendo el número la parte determinante de la respuesta (n A) y ejerciendo la pregunta (“¿cuántos A son b?”) de parte determinable que remite al estado de cosas completo. Por otro lado, la necesidad de la pregunta para determinar la esencia del número desde su integración en un estado de cosas constituido a partir de ella, acerca este tratamiento al que Reinach ofrece por aquellos mismos años a propósito de los componentes del acto lingüístico-social: como se examinará en un próximo capítulo, son actos que presuponen no solo un componente vivencial implícito en el sujeto que los cumple, sino también otro acto en el interlocutor al que aquél se dirige, a modo de expectativa, que es formulable como pregunta.


CAP. II. LOS ESTADOS DE COSAS ENTRE LA PERCEPCIÓN Y EL JUICIO
La segunda obra en extensión de Reinach es la Introducción a la Filosofía (Einleitung in die Philosophie, 1913). En ella se tratan de un modo expositivo-didáctico, en primer lugar, cuestiones epistemológicas relativas a la percepción; les sigue un esbozo de los capítulos centrales de la Lógica clásica: su relación con la Psicología, la Teoría del juicio, la Teoría del razonamiento y aspectos de la Metodología de la Ciencia, y termina con un planteamiento ético basado en la Teoría de los valores. Dada la conexión próxima entre las primeras y segundas cuestiones en algunos de sus tramos, me ocuparé de ellas sucesivamente en este capítulo, dejando para el siguiente la exposición de las líneas fundamentales de su concepción de la Ética. Se prescindirá también aquí de los pormenorizados desarrollos histórico-filosóficos que acompañan a las distintas exposiciones.
2.1. Formas de percepción: externa, interna y ajena

I. Una fuente de malentendidos, que conduce al psicologismo, está en la cosificación de los datos percibidos o imaginados, como si hubiera que pasar a través de ellos para relacionarse con la realidad externa. Son síntomas de esta objetivación psicologista la reducción de la diferencia esencial entre percepción e imaginación a diferencia de grado en la vivacidad, la intensidad o en otros caracteres psíquicos semejantes, o bien la equiparación de lo percibido a una imagen mental (Bildertheorie). El método más adecuado para deshacerse de estas construcciones, ateniéndose a lo dado, y poder así delimitar la esencia de la percepción, es poner desde el inicio los apareceres perceptivos en relación intencional con la unidad de lo percibido, sin que haya necesidad de detenerse en ellos como objetos para alcanzar a su través el término real percibido.

Los datos que aparecen a la percepción son del objeto como algo uno, constituyen sus modos aspectuales de aparecer, sin confusión posible con las afecciones psíquicas ni tampoco con el objeto uno e íntegro36. Y, a su vez, los modos de aparecer el objeto están en conexión con el ángulo de visión propio del sujeto. Lo que los congrega no es la continuidad en su sucesión ni la que eventualmente estableciera el sujeto, sino el objeto mismo, que impone la necesidad de una posición corpórea adecuada y de una perspectiva ajustada para percibir de un modo objetivo, no deformado. “Se selecciona una posición preferencial, por ejemplo, el punto desde donde puede verse mejor un color. Adoptamos instintivamente el punto óptimo para su donación cuando queremos observar algo”37.

Por otra parte, los apareceres son posibles sobre la base del horizonte abierto del mundo, nunca saturado. Y como todo aparecer remite a lo que está más allá, siempre cabe por principio la posibilidad de rectificación de la percepción externa por lo que viene a continuación: lo que aparecía como una llanura resulta ser la hondonada de una montaña cuando se amplía el horizonte de visión. “Por esencia la percepción externa deja abierta la posibilidad de que los objetos percibidos no existan. Tampoco es necesario que todas las propiedades convengan al objeto tal como nos aparecen”38. Y tras este aparecer está una situación subjetiva irreductible, con sus cinestesias propias. Por ello, lo que hace inadecuada a la percepción externa no es su esencia como acto de conocimiento, sino su dependencia del punto cero, variable en el sujeto, desde el cual lo percibido se esboza.

En todo caso, lo percibido se presenta fenomenológicamente con el índice de lo que es real. “(Colores y sonidos) nos salen al paso en la percepción afirmando que existen realmente… Ya en la percepción se halla una referencia directa a la existencia”39. Aunque las diferencias de grado en las cualidades sensoriales no sean medibles con exactitud e incluso puedan quedar desfiguradas por la influencia del sujeto (se percibe algo como más o menos caliente según la temperatura del cuerpo propio), las cualidades diferenciales de cada sentido sí poseen una objetividad irreductible: la cualidad color no es relativizable al sonido ni a ninguna otra cualidad.

Las llamadas desde Descartes y Locke cualidades secundarias son dadas primariamente a la percepción con el carácter de lo existente. Si se les niega la objetividad, es porque se antepone el criterio de las ideae clarae et distinctae a la acogida de lo fenomenológicamente presente. Es significativo que las ciencias biológicas e históricas cuenten en sus enunciados con la datitud de las cualidades secundarias, y en las ciencias físico-matemáticas ciertamente se abstrae de ellas, pero sin que ello equivalga a negarlas, en la medida en que estas ciencias se limitan a proporcionar, para su acercamiento a la realidad, una retícula mensurable, que no sustituye a las cualidades. Más aún: las cualidades primarias solo pueden venir dadas a través de las secundarias, esencialmente conexas con ellas.


II. Por lo que hace a la percepción interna, tal expresión no es adecuada, si se la entiende como contrapuesta espacialmente a la percepción externa, al modo como se contraponen el dentro y el fuera. Más bien lo característico de lo dado en la percepción interna es su pertenencia al yo (Ichzugehörigkeit). No hay aquí la incompletud de algo que remite a lo que está más allá, como en la percepción externa —que es siempre perspectivista—, sino la evidencia inmediata de la existencia de lo dado, en vez de limitarse a la simple datitud parcial del objeto —eventualmente cancelada después— de la percepción externa. Bajo otro aspecto complementario, sin embargo, las diferencias cualitativas que hay entre los datos de la percepción externa no se ofrecen con la misma nitidez en la percepción interna, en la que los actos representativos, volitivos, los deseos, juicios… suelen presentarse imbricados y con diferencias internas que fácilmente pueden pasar desapercibidas.

Reinach expone así esta situación bifronte: “Solo respecto de la existencia tiene la percepción interna la prelación sobre la percepción externa. La percepción interna tiene, junto a sus ventajas, también inconvenientes… Es fácil que falte seguridad en el mundo de lo psíquico (mientras que el rojo y el azul se separan de modo seguro). Muchas veces falta claridad a las descripciones de la Psicología. Ya hemos visto también la dificultad en distinguir percepción y representación”40.

Otra diferencia con la percepción externa es que tampoco hay en la percepción interna un objeto unitario que se esboce en sus modos inmediatos de aparecer, ya que falta la posición corpórea relativa o punto-cero desde el cual se puedan perfilar las diferencias en los apareceres del objeto espacial unitario. Así, mientras en el objeto exterior convergen sus perspectivas espaciales (la manzana se alcanza en su integridad a través de los variados escorzos) y sus modulaciones temporales (la melodía se recompone como unidad desde las diferencias temporales), en la percepción interna el momento de unidad no se alcanza, sino que está ya en el yo, del que parten radialmente sus vivencias, emergiendo por tanto la unidad desde cada una de las vivencias, sin que se necesite integrar fragmentos de un objeto por continuidad. A ello se refería Max Scheler: “No es el caso que yo no tuviera por menos que combinar por fragmentos en una unidad el yo completo a partir de la percepción del yo presente con yoes recordados del pasado —tal como recompongo un cuerpo por partes”41.

Sin embargo, a juicio de Reinach estas precisas observaciones son fenomenológicamente incompletas, ya que la realidad psíquica que aparece en la percepción interna nunca se agota en la vivencia inmediata (paralelamente a como el objeto percibido externamente tampoco se solapa con sus apareceres parciales), aunque no nos refiramos a lo psíquico, ciertamente, como a un objeto trascendente a sus apareceres. Lo patente es que hay dimensiones, planos y perspectivas también en el interior de lo psíquico, que le confieren un particular relieve y no lo resuelven, por tanto, en la vivencia consciente inmediata, que constituye solo el punto de partida indudable.

En cualquier caso, la ausencia de horizonte espacial en lo psíquico impide delimitar las vivencias con la nitidez de perfiles con que se acusan los objetos externos. En la percepción interna, cada vez que unas vivencias recubren y ocultan otras, las segundas quedan latentes, pudiendo reaparecer después y dirigir el comportamiento desde el trasfondo (por ejemplo, el hecho de que no sea actualmente consciente una intención no significa que no pueda estar dirigiendo de un modo habitual la conducta); lo cual no ocurre en la percepción externa, donde los distintos apareceres del objeto unitario se excluyen como tales y se continúan entre sí.

He aquí un espacioso análisis, muy elocuente respecto de las diferencias entre percepción externa e interna: “El dolor corporal, por ejemplo, puede ser expulsado por una gran turbación, que llena e invade el alma. Con ello cambia el modo de aparecer la vivencia de dolor. (Sucede) de un modo enteramente análogo en el mundo exterior. Pero mientras que la percepción exterior no puede hacer nada ante el recubrimiento, quedando oculto el objeto exterior, en la consideración interior sí puedo volver a la vivencia. En la percepción interior pueden ser destacadas las vivencias recubiertas (por otras): así, el dolor reaparece”42. No hay, por tanto, una línea exterior a las vivencias que las bordee y demarque entre sí, como cabe un trazado continuo que delimite unos de otros los objetos de la percepción externa.

Por ello, es también posible que sobre la base de ciertos rasgos comunes a diversos componentes psíquicos vivienciales se difuminen los contornos diferenciales, especialmente cuando se trata de sentimientos y actitudes. Así, se llega a veces a confundir el arrepentimiento por una conducta con la lamentación por las consecuencias perniciosas de esa conducta; o se disfraza en ocasiones de compasión la vanidad o la búsqueda del provecho propio; o no se diferencian siempre claramente el orgullo y la soberbia…43 No son simplemente denominaciones lingüísticas inapropiadas (los llamados idola fori), sino una falta de diferenciación fenomenológica de las esencias de los datos afectivos correspondientes.
III. En cuanto a la percepción de los estados psíquicos ajenos o empatía, carece por su misma noción de representantes intuitivos propios, a diferencia de las percepciones externa e interna. Lo único que me es dado intuitivamente en ella es el lado físico-corporal del otro cuando le atribuyo un estado psíquico determinado (alegría, enojo, agradecimiento, etc.). Sobre esta base T. Lipps asimiló la percepción psíquica del otro al enlace entre sus exteriorizaciones sensibles, como pueden ser la voz o el gesto, y los estados de ánimo del sujeto empatizante, representados en el recuerdo y provocados por los representantes intutivos originales del cuerpo ajeno. La tendencia inconsciente y casi instintiva a la imitación haría que fácilmente se confundieran las vivencias psíquicas ajenas con las propias (como cuando reproduzco interiormente los movimientos psíquicos que atribuyo al acróbata), pero serían las vivencias propias las que proyecto inicialmente sobre el otro en el acto de empatizar. Pues lo que yo vería serían solo los rasgos externos que me presenta el rostro ajeno, a los que endoso mis propias vivencias.

Reinach se opone al psicologismo infundado que se contiene en esta descripción de la empatía. La aprehensión de la vivencia ajena no deriva de un hecho afectivo vivido como propio, ni de un contagio (Ansteckung) en el que se difuminara la diferencia entre las vivencias ajenas y las propias, sino que es un acto inderivable, y como tal originario. Si se examinan los datos de conciencia, se halla que en la empatía no hay inferencia alguna lógica ni psicológica, a diferencia de cuando deduzco que hay luto a la vista del crespón negro que cubre una casa o que hay fuego a partir del humo que veo, sino que la empatía es en su sentido más propio una aprehensión, aunque venga mediada por un aparecer externo, no de otro modo a como aprehendo en sí mismo el significado de una palabra en unos signos verbales. “Aprehendo la tristeza ajena por medio de algo (un gesto o algo semejante), pero en tanto que dada en sí misma. La vivencia ajena aparece en algo otro, a través de algo otro: autoaparece indirectamente, mediada por lo físico. Pero no se presenta como una conclusión44. Veo la cólera en el gesto: no la deduzco de él, ni tampoco proyecto mi cólera recordada sobre el signo exteriorizado, ya que no la vivencio previamente en mí para poder aprehenderla luego. Por el contrario, en la empatía interpreto los gestos externos a partir de las vivencias que les dan sentido en su autor, como cuando, al percibir que alguien dice una inconveniencia y que luego enrojece, debo a la empatía la advertencia de que el otro se ha apercibido de sus palabras inconvenientes (los errores en la empatía tienen que ver con este aspecto interpretativo, conexo con la libertad de quien manifiesta u oculta sus estados de ánimo, pero no con la aprehensión como tal de lo que es ajeno).

A la misma conclusión se llega desde el dato de la autopercepción del esquema corporal propio, que precede a la percepción de las funciones psicofísicas, haciendo posible que se las tenga por propias. Si se cuenta con este esquema, resulta de todo punto imposible que la captación empática de las funciones ajenas fuera una proyección de los propios estados orgánicos y psíquicos ya vividos, pues con ello se perdería el momento proprioceptivo que es inseparable tanto de la vivencia de los estados ajenos como de la vivencia de los estados propios, en tanto que apropiados desde la unidad preobjetiva del cuerpo en su esquema general.

Por tanto, tampoco las vivencias ajenas son aprehendidas primero de un modo indiferenciado, sin autor reconocible, y luego distribuidas entre unos y otros sujetos —según la tesis mantenida por Scheler en Esencia y formas de la simpatía—, sino que en la captación de las vivencias ajenas, mediando su exteriorización, está ya supuesta la identificación inmediata de lo ajeno, sin que haya que derivarla de unos condicionantes psíquicos que la determinaran: por el contrario, la captación empática es el acto espiritual en el que se funda la pertenencia consciente del sujeto a la comunidad humana en general o a cualquier otra comunidad más reducida.

Pero el desarrollo argumentativo que aquí se inicia excede las escuetas notas que presenta Reinach como material para sus Lecciones, aunque al final se desemboque en él desde ellas. Edith Stein lo llevó a cabo en su Disertación doctoral (Zum Problem der Einfühlung, 1917)45. Su análisis del acto de empatía permitió a la autora diferenciar dentro de la unidad del sujeto el estrato psicofísico del nivel de la persona espiritual: mientras el primero está expuesto a influjos y condicionamientos diversos, el segundo cumple sus actos como yo libre y se abre a las relaciones comunitarias desde su aptitud para empatizar con las otras realidades personales. Y así como los actos psicofísicos tienen su umbral en las coordenadas espaciotemporales que sitúan a cada yo corporal, los actos espirituales comunitarios de la persona están mediados —y en cierto modo limitados— por los valores objetivos en los que las distintas personas se encuentran entre sí.
2.2. El tránsito de la percepción al juicio

El juicio en sentido objetivo o juicio lógico introduce unas relaciones entre sus términos que no tienen antecedente en la percepción. En vez del recubrimiento entre el objeto y sus escorzos y demás componentes perceptivos y la subsiguiente referencia de éstos a aquél como lo que los agrupa, tal como ocurre en la percepción, en el juicio es, de modo inverso, el objeto lo que pasa por ser lo primariamente temático como sujeto, al que se determina mediante unos u otros predicados, en correspondencia con los sentidos o escorzos que se ofrecían a la percepción (en “A es blanco” partimos de la identificación de A, mientras que en la percepción de A como blanco lo que aparece es lo blanco). De este modo, la relación entre el sujeto y el predicado es de orden lógico, irreductible a la relación de recubrimiento perceptivo entre el objeto y sus apareceres. Pero lo que establece el tránsito de una a otra consideración es la noción ya examinada de estado de cosas, que, sin ser ningún suceso efectivo, ni tampoco un aparecer perceptivo, pone sin embargo en relación de ser lo que en la percepción se presentaba como identificación cumplida —no expresada todavía temáticamente como “algo que es”— entre el objeto y sus modos de ser dado.

La aprehensión del estado de cosas pasa por la percepción, pero aquél se distingue de lo dado sensorialmente a la percepción, al modo como un avance explicitante se distingue de lo que en la percepción estaba solo implícito. He aquí un ejemplo: “Toco lo líquido y siento simultáneamente el calor en ello. Al rozar, o mejor palpar, lo líquido (y en este palparlo lo aprehendo a la vez como líquido) y al experimentar el calor en ello y saliendo de ello, se me hace evidente el estar-caliente de lo líquido, conozco este estado de cosas. Lo líquido y el calor son percibidos aquí sensiblemente; por el contrario, el estado de cosas no es percibido sensiblemente, no es palpado o experimentado, sino conocido. Desde luego la percepción sensible y el conocer no están la una al lado del otro, sin relación entre sí. La percepción sensible se limita a posibilitar el conocer, que ‘se funda’ en ella”46.

Este tránsito por los estados de cosas para alcanzar el juicio hace posible que una buena parte de las propiedades de los juicios se deban a los estados de cosas en los que se fundan: así, la modalización de los juicios (como posibles, necesarios o efectivos), la antítesis entre los juicios positivos y negativos o la relación entre juicio-fundamento y juicio-consecuencia son divisiones que caracterizan ya a los estados de cosas. En cambio, es exclusiva de los juicios la disyuntiva entre verdaderos y falsos, por ser correlativa del momento afirmativo del juicio, aunque tenga, por cierto, su precedente en la división necesaria de los estados de cosas en positivos y negativos.

La distinción entre estados de cosas y juicios es lo que permite asimismo a Reinach adscribir propiamente a los primeros la negación, y lo que le lleva a ver, de este modo, en los llamados “juicios negativos” propiamente una modalidad de juicios afirmativos, basados en estados de cosas negativos; en consecuencia, el “no” que aparece en los juicios no corresponde a la negación —que es una variante de la afirmación—, sino que está tomado del estado de cosas subyacente: “Al término “negar” pertenece la función mental como objeto y el pensamiento objetivo de esta función como significado. Ni la una ni el otro pertenecen al término ‘no’. De ninguna manera es el negar un pensamiento objetivo y en tal medida no es el negar (del juicio) el significado de ‘no’. También el juicio negativo es un afirmar: no basta con la negación para caracterizar a una proposición como judicativa… Es solo el momento afirmativo lo que hace de las vivencias pensadas, con o sin negación, un juicio”47. Nos reaparece, así, de nuevo —ahora en el contexto de la diferencia entre los estados de cosas y el juicio— el aspecto de la negación en los juicios, que se abordó in recto en el capítulo anterior.

El estado de la mente que subyace al juicio y le sobrevive es la convicción, la cual admite grados desde la mera conjetura o hipótesis a la opinión, correlativa del juicio de probabilidad (ni una ni otra son todavía convicción en sentido propio, aunque apunten a ella), hasta llegar, al fin, a la certeza en mayor o menor grado, proporcionada por las representaciones y fundamentaciones que explícita o implícitamente son constitutivas del juicio al que se asiente. Cuando no hay certeza fundada, no existe tampoco convicción firme relativa al estado de cosas, pero en todo caso queda la certeza de que se tiene una conjetura o una opinión, ya que el estado natural de la mente —al cual aspira en sus indagaciones y análisis— es la certeza.

Husserl había formulado lo anterior en los términos de que cualquier modificación noemática de lo cierto (como lo probable, lo dudoso…) contiene caracteres de ser: lo probable es (con certeza) probable, lo dudoso o incierto es dado (con certeza) como dudoso o incierto… Y a su vez tanto lo probable como lo dudoso incitan al entendimiento para que, en la medida que le sea posible, lo transforme en certeza, superando su inestable provisionalidad constitutiva.

Ahora bien, existen dos posibilidades para el juicio afirmativo. La afirmación puede versar, en efecto, sobre un estado de cosas completo, cuando tiene por objeto un juicio de existencia o bien un juicio impersonal relativo a un suceso (“llueve”, “está oscuro”, “hace calor”…); y puede versar también sobre una determinación o predicado, que recae sobre el sujeto, al que da por supuesto al fijarse expresamente en la determinación predicativa: en este segundo caso se mantiene la continuidad —a través del mismo sujeto— que caracterizaba a la percepción, según la cual el objeto percibido es dado por válido —sin expresarse temáticamente, a diferencia del juicio, que lo pone como sujeto lógico— en el tránsito de uno a otro escorzo perceptivo (según los análisis tardíos de Husserl en Erfahrung und Urteil).

Reinach anticipa en alguna medida estos análisis tardíos de Husserl en el siguiente texto: “Hay dos grupos de determinaciones: 1) aquellas afirmaciones en la que se pone pura y simplemente el estado de cosas entero; 2) aquéllas en las que se pone una parte y por medio de ella se determina la otra parte. Aquí no se afirma el entero estado de cosas pura y simplemente, sino que la afirmación se aplica preferentemente a la parte determinante, por medio de la cual (la afirmación) determina a la otra parte. Por tanto, para diferenciar éstas de las afimaciones puras y simples de los estados de cosas, las denominamos juicios determinativos”48. Falta, sin embargo, en este pasaje la alusión al proceso de la percepción como antecedente de la diferencia entre sujeto lógico y determinaciones predicativas, que es característica de los denominados juicios determinativos.

Una objeción que le sale al paso a propósito de los juicios impersonales es la de si no serían ajenos a los estados de cosas, limitándose a exponer un estado anímico del sujeto ante una sensación (ya sea de lluvia, de oscuridad, de calor…), ya que son juicios en los que aparentemente falta la estructura de sujeto y predicado (no hay ni predicación de existencia ni predicación de una determinación). Su respuesta es que en el modo de presentarse el estado anímico se advierte si es respuesta a una sensación o si viene motivado por un estado de cosas. Pues no es lo mismo “alegría en” el calor que siento o “temor ante la oscuridad” que “alegría por” la noticia de que hace calor o “temor por” las consecuencias de la oscuridad. En las segundas situaciones estoy ante estados de cosas completos, que se explicitan en juicios de un único miembro (“hace calor”, “hay oscuridad”), mientras que en los primeros no llega a darse un estado de cosas, pero desde luego tampoco puede a fortiori haber lugar a un juicio impersonal, como hacía suponer la objeción. Ya Aristóteles diferenció entre las acciones forzadas, que no han venido antecedidas de juicio deliberativo (las realizadas “por” temor), y las acciones voluntarias condicionadas por un temor razonable o debido a un juicio previo (las realizadas “con” temor)49.

Por otra parte, los tipos de divisiones en los estados de cosas antes enumerados (como las modalidades, consistentes en la apodicticidad, la posibilidad y la efectividad, el carácter positivo o negativo, las relaciones de fundamento a consecuencia o la gradualidad en la convicción), que se comunican a los juicios determinativos, son aplicables también a los juicios impersonales, como corresponde a su derivación a partir de los estados de cosas50.

En los estados de cosas se fundan asimismo las convicciones, que acompañan a los juicios cuando son proferidos. Ésta es la explicación de que aquéllas antecedan a éstos y mantengan su validez más allá de la emisión temporal del juicio. Sin la convicción vivificante el juicio no pasaría de ser una afirmación arbitraria; pero, a su vez, sin el estado de cosas, que sirve de transición entre la percepción y el conocer que se expresa en el juicio, la convicción se engendraría inexplicablemente, carente de un quicio lógico que le otorgara solidez. El estado de cosas es, pues, lo que permite encadenar lógicamente la secuencia percepción-juicio, y no solo conectarlos en su sucesión psíquico-empírica.

Se puede recapitular con sus palabras del modo siguiente este triple escalonamiento entre percepción, convicción de un estado de cosas conocido y emisión del juicio: “1) Vemos ‘la rosa es roja’, a la vez conocemos el estado de cosas sobre la base de la percepción. Si se presenta la relación de adecuación entre el ser rojo y la rosa, entonces no es posible sustraerse a la convicción del estado de cosas conocido (los ingleses lo llaman ‘belief’). Por tanto, un posible significado del juicio es la convicción del estado de cosas conocido. 2) Decimos a otro: ‘la rosa es roja’. Es también un juicio, y por cierto un poner, un afirmar el estado de cosas antes conocido, un mencionar la situación. El juicio en este sentido es un acto”51.
Terminaré con unas observaciones acerca de las modalizaciones en los juicios impersonales, atendiendo al carácter unimembre que los distingue de los juicios predicativos. En primer lugar, la posibilidad de aplicar la antítesis necesidad/contingencia a los estados de cosas bimembres se basa en la duplicidad inseparabilidad/separabilidad entre sus miembros: necesidad equivale a inseparabilidad entre los miembros. En cambio, los estados de cosas unimembres, propios de los juicios impersonales, carecen de la dualidad notacional necesidad/contingencia, ya que está ausente uno de los dos términos objeto de la comparación (que se efectúa en el ser-b de A), limitándose a designar un acontecimiento (“llueve”) o una cualidad separada (“está oscuro”). Por ello, para poder aplicarles la anterior dualidad necesidad/contingencia habría que sustantivar el acontecimiento, convirtiéndolo así en estado de cosas (“el hecho de que llueva o esté oscuro”), y ponerlo en función de otro estado de cosas, al que debiera su necesidad en el orden causal. Pero ya hubo ocasión de comprobar que el tratamiento de Reinach sobre la causalidad no llega a anclarla suficientemente en los estados de cosas.

Por otra parte, la necesidad y contingencia al nivel de las existencias se sitúan en otro plano que el de las conexiones ideales de esencia, que es el que Reinach pone en el centro de su consideración. En todo caso, sí ha formulado como tesis clave en este orden la de que la necesidad y universalidad no son por sí solas criterios suficientes de lo a priori, y si así se las entendiera, fácilmente conducirían a su subjetivización trascendental; más bien es solo en los estados de cosas donde se hace posible para Reinach comprobar fehacientemente si hay necesidad a priori o contingencia52.



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