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Gracias al uso de historias centradas en la polis en las obras de historiadores
posteriores como Diodoro, tenemos un conocimiento algo superior de éstas que de
las historias regias. Era quizá más probable que se preservaran las primeras, directa o
indirectamente, y más probable que fueran escritas. Los alejandrinos no tenían el
mismo incentivo para indagar en su pasado, porque no tenían voz en los asuntos de
estado y ninguna historia de polis comparable a las de Grecia; y las historias de los
reyes tampoco tenían el mismo interés intrínseco para los romanos, o para los griegos
bajo el imperio romano, como la historia de los estados griegos.
Queda por explicar por qué los historiadores desaparecieron en buena parte.
Sería demasiado simplista afirmar con un antiguo comentarista: «La razón principal
para la desaparición de tanta prosa helenística reside en su falta de atención al
estilo»,
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aunque podría ser que la adopción militante del estilo griego ático del siglo
IV en tiempos posteriores hiciera que algunas obras del siglo III cayeran en desuso.
En parte podemos aducir la pérdida de los escritos helenísticos en general. La gran
mayoría de las obras de los historiadores es citada por escritores posteriores:
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Diodoro se queja de aquellos historiadores que rellenan su obra con pasajes
excesivos en estilo directo, haciendo que algunos lectores «fatigados en el ánimo por
la palabrería del historiador y su falta de gusto, abandonen del todo la lectura» (20.
1). Pausanias da a entender que los historiadores de los reyes hacía mucho que no
eran leídos (1. 6.1). Las historias de los Seléucidas y los Ptolomeos podrían haber
sido inhallables ya en la época de Plutarco, quien no nos ha dejado biografías de
ellos; o bien, eran poco adecuados para ser sus héroes.
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La prolijidad no era
exclusiva de los historiadores helenísticos; puede explicar la desparición de gran
parte de la obra de Livio y de Diodoro. La creciente popularidad del resumen y de las
versiones abreviadas (como el resumen de Justino de las historias de Pompeyo
Trogo) es otra razón para la pérdida de obras completas.
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Además se han preservado tan pocas obras de los historiadores griegos de
cualquier período, que la existencia de las pocas que hay (Heródoto, Tucídides,
Jenofonte y Polibio) supone una selección categórica, sea deliberada o casual.
Regresamos al «clasicismo», la consagración de ciertos textos a un lugar canónico,
concomitantemente con su uso en la educación griega y latina. Sólo esto, quizá,
podía asegurar que hubiera suficientes copias de una obra para maxi-mizar sus
posibilidades de perdurar; la pérdida de muchas obras se debió en mucho a no haber
sido seleccionadas.
Como nota al pie de esta revisión de los propósitos de la historiografía en el
mundo griego después de Alejandro, podemos mencionar brevemente la historia
poética. Además de las obras en verso por astrónomos y naturalistas (véase antes
«poesía didáctica» y el capítulo 9), la historia escrita en forma prosaica no era
desconocida. Rianos, un antiguo esclavo nacido en Creta (n. c. 275) escribió
(probablemente en Alejandría) una épica sobre las historias étnicas griegas, la más
importante fue la Messêniaka (Historia mesenia) en seis libros, usada por Pausanias
(4.6, etc.) para la antigua historia de Esparta. Quizá habría que clasificarla junto con
la historia de la polis; debe de haber sido un motivo de orgullo para los mesenios al
brindarles la historia de que habían carecido durante siglos de ocupación espartana
hasta 369. Otras historias poéticas trataban de las hazañas de los reyes: además de los
originales en verso del Romance de Alejandro, un tal Piteas (no el explorador del
capítulo 9) escribió un poema sobre la victoria de Eumenes en 166, y la victoria de
Filetairo de Pérgamo sobre los galos inspiró poemas históricos (Choix 31).
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Es una
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advertencia saludable de que nos arriesgamos a distorsionar la literatura griega si la
encasillamos con demasiada prolijidad; como se ha advertido antes, la historia con
frecuencia coincide con la geografía y la etnografía, y tanto el verso como la prosa
podían ser su vehículo.
CONCLUSIÓN
Al evaluar el lugar de la literatura griega en la sociedad, es importante
preguntarse si los griegos eran los que leían estas obras. Es evidente que sólo una
minoría de la población griega de cualquier sociedad habría sido funcionalmente
capaz de leer,
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mientras que muchos menos podrían leer lo que llamamos «obras
literarias». Con todo, es fácil señalar a Atenas, Alejandría y Pérgamo como centros
de creación y disfrute literario, y sin duda en estas y otras antiguas ciudades griegas
había un grupo educado relativamente amplio (cuando se mencionan escuelas en las
fuentes clásicas, incluso en ciudades bastante pequeñas, tienen cien o más niños en
ellas).
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Una gama más limitada de obras filosóficas y literarias pueden haber sido
leídas en las comunidades griegas más recientes de Egipto y del imperio seléucida;
de los indicios que tenemos de la enseñanza del griego en Egipto, resulta que el
canon educativo abarcaba obras antiguas como las de Homero, la tragedia ática, y la
Comedia Nueva, mientras que de la literatura contemporánea sólo se usaba alguna
poesía alejandrina.
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Fuera de las ciudades de la antigua Grecia, los vestigios testimoniales son
pocos pero sugerentes. La impresión invertida de un texto en papiro de un filósofo
griego ha sido encontrada en el suelo de Ai Janum;
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en el mismo contexto
arquitectónico griego, alguien inscribió máximas deificas traídas de Grecia por un
filósofo llamado Clearco, posiblemente Clearco de Soloi (Austin 192, Burstein
49).
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La obra de Beroso supone un círculo letrado en la Meso-potamia seléucida,
cuya existencia podemos sospechar; aun si Burstein acierta en considerar inferior su
estilo, podemos preguntarnos si el libro circuló ampliamente. Más allá de casos como
estos, sólo podemos inferir, a partir de la existencia de ciudades griegas y katoikiai,
que había gymnasia para asegurar la reproducción de la cultura griega mediante la
enseñanza de Homero y los «clásicos» (véase Austin 255, P Enteuxeis, 8, para un
ejemplo de gymnasia sostenidos privadamente en Egipto ptolemaico). Es dudoso que
la nueva literatura penetrara de modo significativo en ellos.
Sherwin-White y Kuhrt expresan una opinión relativamente optimista sobre
la interacción cultural entre los miembros de las élites griegas y no griegas. En contra
de estudiosos como Préaux que han afirmado que la cultura griega fue exclusiva en
Egipto y en el imperio seléucida, pero sin ir tan lejos como estudiosos como Hadas
que plantean la existencia de una amplia helenización, muestran que los testimonios
de una estricta impermeabilidad de la sociedad griega y la «bárbara» no resisten el
escrutinio; hubo una activa he-lenización por parte de los reyes. Sin embargo, para