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explosión de sentimiento promacedonio en los estados de Grecia. Este cambio de
opinión significa, en la práctica, un cambio en el equilibrio de poder en la dirigencia
política de las ciudades. No fue compartido por los atenienses, que no sólo eran
aliados agradecidos de los romanos, sino que tenían más razones que los demás para
temer la ira de los macedonios. Sin embargo, en otras partes, según Polibio «fulgió
como una centella la inclinación de las masas (hoi polloí) a favor de Perseo» (27. 9.
1), un signo de que la opinión pública, al menos en términos numéricos, había
cambiado o se había hecho demasiado fuerte para ser contenida. Livio confirma que
los plebeyos respaldaban a los macedonios, aunque sus jefes estaban divididos (42.
30. 1-7, Austin 75).
El apoyo popular a Perseo puede ser incluso considerado como evidencia de
que Roma estaba implicada en una guerra de clases,
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pero es dudoso que los
plebeyos creyeran firmemente que sus intereses estuvieran mejor atendidos por
Macedonia, o que tendrían el derecho a hacerlo. Filipo V había esclavizado al pueblo
de Quíos una generación antes y ciudades como Lampsakos habían demandado
protección a los romanos contra los Seléucidas. Todas las potencias imperiales
necesitan amigos en la élite económica de los estados sometidos, y cultivan y
favorecen a sus amistades; Macedonia no podía ser mejor en este sentido. Por tanto,
es posible que la clase propietaria, que constantemente ocupaba la posición dirigente,
hubiera estado siempre dividida en promacedonios y proromanos; estos grupos se
formarían en gran medida a través de las adhesiones personales, y ambos atraerían el
apoyo popular por turnos. En cierta coyuntura podría haber sido sensato que una
ciudad llamara a Roma para salvarse de Macedonia; en otro momento, las tornas se
habían vuelto. En ciertos momentos, Roma, y en otros, Macedonia, jugarían la carta
de «libertad y justicia». Ningún amo, sospechamos, había dejado a los plebeyos
particularmente peor o mejor, en términos económicos o políticos. El objetivo o
aspiración final de una comunidad griega era la autonomía, y era una esperanza que
difícilmente colmarían en ningún caso.
En 170 el pretor romano Hortensio trató a la población de Abdera del mismo
modo que Filipo había tratado a la de Quíos, pero el senado descartó dicha orden y
mandó que se rescatara a los esclavizados (Livio 43. 4. 8-13). Hubo otros incidentes;
se dieron garantías; pero el apoyo a Roma se erosionaba incluso en la liga aquea y
entre los grupos proromanos de Etolia. La situación fue salvada por una diplomacia
romana más blanda, pero fue una época peligrosa para los estados griegos. En la
primera parte de la guerra, la liga beocia fue disuelta. Después de que Perseo fuera
derrotado por L. Emilio Paulo en Pidna en 168, mil aqueos fueron deportados a Italia
y quedaron en detención indefinida, 550 destacados etolios fueron muertos, y
150.000 personas del Épiro fueron vendidas como esclavos, pues habían apoyado a
Perseo. Fue en el mismo año en que Gayo Popilio Lenas envió un ultimátum a
Antíoco IV.
Los reinos del Épiro y Macedonia fueron abolidos y ésta fue dividida en
cuatro repúblicas federales. Ninguna tenía un nombre propio —eran simplemente
partes de Macedonia— y fueron establecidas de modo que no podían unirse ni
colaborar: el matrimonio fuera de las fronteras de los estados quedó prohibido, así
como la tenencia de propiedades en más de una república (Livio, 44. 29. 3-30, 32. 1-
7; Austin 79).
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Los rodios, quizá mal aconsejados, habían entrado en la lista negra
de los romanos al intentar mediar entre Roma y Perseo; fueron castigados con la
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pérdida de control del territorio cario y el licio asignado a ellos en 188 (Polib. 29. 19.
5).
Los atenienses parecen haber salido bien parados con el tratado, quizá porque
su ciudad era relativamente irrelevante en términos estratégicos. Solicitaron con éxito
al senado la devolución de Délos y Lemnos, que habían poseído antes. Es más
controvertido el hecho que recibieran el territorio de Haliarto en Beocia, donde en
171 los romanos habían esclavizado a la población y arrasado la ciudad (Livio, 42.
63. 11-12; Estrabón 9. 2. 30 [411]). Los emisarios recibieron instrucciones de pedir
al senado que compensara a los habitantes de Haliarto, pero, si esto no se conseguía,
que pidieran el territorio. Polibio los critica sin razón por esto (39. 10. 1-9). Al
devolver Délos a Atenas en 167, haciéndola un puerto libre (Polib. 30.- 20. 7: cf. 30.
31, Austin 80), se ha creído tradicionalmente que los romanos se disponían a arruinar
la economía rodia. Un portavoz rodio en Polibio (30. 31. 9-12) parece asegurarlo así
en 165/164, afirmando que el valor de las cuotas de la aduana portuaria de los rodios,
cuando eran arrendadas, habían bajado al 85 por 100. Puede tratarse de un efecto
temporal, no obstante, y el informe no dice nada sobre los cambios en el comercio.
La decisión puede haber tenido como fin hacer un favor a los amigos de Roma en
Délos y en Atenas antes que castigar a Rodas.
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Tan seguros estaban los atenienses de la amistad de los romanos que pudieron
mantener activos contactos diplomáticos con los Atálidas hasta 133 y con los
Ptolomeos y los Seléucidas durante todo el siglo II. Pese a la derrota de Antíoco III,
o quizá debido a ella, sus sucesores Seleuco IV (r. 187- 175) y Antíoco IV (r. 175-
164) fueron generosos con la ciudad y sus templos, especialmente con el de Zeus
Olímpico. Para no ser superados, Eumenes II (r. 197-159/158) y Átalo II (r. 159/158-
139/138) donaron espléndidas stoas en la ladera meridional de la acrópolis y al este
del agora, respectivamente, a cambio de lo cual los atenienses erigieron estatuas de
ambos reyes sobre el teatro de Dionisio (Plut. Antonio, 60. 6, n. 56).
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En suma, Atenas (o su élite) prosperó, tal como lo sugiere la popularidad de
su moneda de nuevo estilo, que fue introducida posiblemente a partir de 168 y siguió
acuñándose durante más o menos 120 años. Se convirtió en la moneda más utilizada
en el Mediterráneo oriental y recibió un estatus privilegiado de la anfictionía délfica,
quizá a mediados del siglo II (Austin 107, Syll3 729).
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Se ha sugerido que, como se
pensaba que las minas de plata de Laurión en el Ática eran menos productivas
entonces que en el período clásico, la plata para esta nueva moneda puede haber
provenido parcialmente de monedas macedonias refundidas.
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Por otra parte, las dos
revueltas esclavas documentadas en las minas áticas, en 133 (Orosio, 5. 9. 5, usando
Livio) y poco antes de 100 (Posidonio, FGH 87 frag. 35) pueden indicar una
intensificación de la extracción y del procesamiento de la plata.