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que no se viera que abandonaban a sus aliados itálicos, cuyas naves mercantes
estarían en peligro debido a la desenfrenada «piratería» iliria, la cual era en realidad
una parte de la vida económica normal de los ilirios así como de otros griegos
noroccidentales. Como las experiencias de otras potencias imperiales confirman, la
intervención en un área puede llevar a más compromisos.
En una corta campaña (229/228), varias ciudades griegas fueron liberadas,
estableciendo el cariz de las subsiguientes acciones. Los romanos trataron de
establecer centros de poder rivales en el noroeste de Grecia, que debían vigilarse
entre sí; pero su gobernante cliente, Demetrio de Faros, trató de llevar agua para su
molino manteniendo estrechos vínculos con Iliria y Macedonia, y las tropas ilirias
ayudaron a Antígono Dosón a derrotar a Esparta en 222. En 220 Demetrio y otro jefe
ilirio, Skerdilaidas, atacó el Peloponeso, con la intención de hostigar a los etolios,
que estaban en guerra con Filipo y sus aliados, incluidos los aqueos en la «guerra
social» (220-217, del latín socii, «aliados»). Esto provocó que los romanos enviaran
otro ejército a los Balcanes, en la segunda guerra iliria (219). Demetrio huyó a
Macedonia (Polib. 3. 19), donde habría influido en el nuevo rey, Filipo V. Durante la
negociación de la paz de Naupacto en 217, a finales de la guerra social, Agelao de
Naupacto advirtió del peligro que representaba Roma, invitando a Filipo a
convertirse en el protector de los griegos:
La conferencia celebrada entonces enlazó por primera vez los
acontecimientos de Grecia, de Italia y aun de África, porque ni Filipo ni
los demás hombres de estado griegos, cuando se hicieron la guerra y
cuando pactaron la paz, tuvieron como punto de referencia la situación de
Grecia, sino que todos tenían la vista puesta en objetivos de Italia. Y muy
pronto ocurrió algo semejante con los isleños y los habitantes del Asia.
En efecto: los que estaban descontentos de Filipo y algunos que tenían
diferencias con Átalo ya no se giraron hacia Antíoco o hacia Ptolomeo, ni
hacia el sur ni hacia el norte, sino que desde entonces miraron a poniente;
unos enviaban legados a los cartagineses, y otros, a los romanos. Y los
romanos hicieron lo mismo con los griegos: temían la audacia de Filipo y
se previnieron ante un ataque suyo en las circunstancias en que se
encontraban.
(Polib. 5. 105.4-8, Austin 59)
A la luz de esto no resulta sorprendente que en 215 encontremos a Filipo
haciendo un pacto con Aníbal de Cartago, que había invadido Italia y derrotado a los
romanos en el campo de batalla. El tratado (Polib. 7. 9, Austin 61), que quizá no
habría sido siquiera ratificado en Cartago,
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no implicaba que Filipo abrigara
designios sobre Roma (pudo haber sido sólo para su propia seguridad), pero en tal
situación y recordando la invasión de Pirro sesenta años antes, los romanos
difícilmente podían ignorar el peligro potencial.
Así comenzó la primera guerra macedónica (214-205). La acción tuvo lugar
fuera de Macedonia, en regiones donde los etolios esperaban extender su poder.
Durante la guerra, en 212 o 211, los romanos hicieron un tratado con los etolios,
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que habían estado recientemente en guerra con Filipo y sus aliados incluidos los
aqueos en la guerra «social» de 220-217. El texto del tratado, sintetizado por Livio
(26. 24. 7-15, Austin 62 a) y parcialmente conservado en una inscripción de
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Thyrreion en Acarnania, ofrece datos importantes sobre el desarrollo del
imperialismo romano:
Y si los romanos toman por la fuerza alguna ciudad de estos
pueblos, se permitirá a los etolios poseer estas ciudades y sus territorios
en cuanto concierne a los romanos. Y [lo que] sea capturado por los
romanos fuera de la ciudad y su territorio, que se lo queden.
(Austin62 6, BD32)
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La especificación de cómo las recompensas de la acción militar conjunta se
repartirían es reveladora: los etolios, como los ilirios, eran asaltantes habituales, pero
en el caso presente no es el botín sino las ciudades lo que obtendrían. Se permitía
obtener a los romanos no sólo un botín material inerte sino viviente. La típica
conducta del ejército romano después de un sitio es descrita por Polibio, en su relato
sobre el saco de Nueva Cartago en España en 209:
Cuando Publio Escipión creyó que el número de los suyos que
había entrado era ya respetable, envió, según la costumbre de los
romanos, a la mayoría contra los de la ciudad, con la orden de matar a
todo el mundo que encontraran, sin perdonar a nadie; no podían lanzarse
a recoger botín hasta oír la señal correspondiente. Creo que la finalidad
de esto es sembrar el pánico. En las ciudades conquistadas por los
romanos se pueden ver con frecuencia no sólo las personas
descuartizadas, sino perros y otras bestias.
(Polib. 10. 15)
Nueva Cartago, por supuesto, era una ciudad de la que los romanos deseaban
hacer un ejemplo; en las guerras macedonias, a veces no mataban a la población de la
ciudad tomada sino que los esclavizaban, como en la Dime aquea alrededor de 208:
Los dimeos, recientemente hechos prisioneros y saqueados por el
ejército romano, habían sido rescatados de la esclavitud, cualquiera que
fuera su paradero por orden de Filipo, que les había devuelto la patria
además de la libertad...
(Livio, 32. 22. 10)
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El tratado con los etolios esclarece el modo en que el ejército romano se
aprestaba a aprovechar la guerra mientras evitaba compromisos a largo plazo y
aparentaba ser generoso con sus aliados. En otros aspectos, también, el tratado era
una continuación de la política inicial de no buscar conquistas directamente más allá
del Adriático; pero comprometió a los etolios para atacar a Filipo por tierra, y a los
romanos para apoyarlos con naves de guerra.
En la primera guerra macedónica varias ciudades griegas fueron liberadas por
Filipo, incluida Egina, la cual fue vendida a Pérgamo c. 210 y se convirtió en una
base naval atálida (Polib. 22. 8. 10; véase también Austin 209, OGIS 329, un decreto
de los eginenses en honor del gobernador atálida a mediados del siglo II). La lista de
aquellos interesados en el triunfo romano no estaba evidentemente limitada a Grecia.
Después de un tiempo los romanos dejaron la lucha principal a los etolios, por estar
concentrados en su propia guerra contra Cartago; pero en 206 los etolios, cansados