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Arato, más agradable (para nosotros)—, antes bien estuvo en el efecto que producía
sobre el público lector para el cual se escribía (en el caso de Arato los lectores en
Pela y Alejandría). Desde cierta perspectiva deben ser agrupados juntos con los
autores «científicos» de Alejandría, con su pasión por clasificar el cosmos y
presentarlo para el uso de una audiencia griega, como había hecho Heródoto. Son
obras de verdadero valor literario.
En efecto, un notable poeta didáctico del siglo III es Eratóstenes, que además
de sus trabajos científicos en prosa publicó algunas de sus ideas en verso, incluyendo
Hermes de 1.600 líneas que trata de la cosmología y las cinco zonas de la tierra, y las
elegías muy admiradas de su Erigonê, que relataban el mito de Dionisio para explicar
el origen de tres constelaciones.
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La combinación de literatura y ciencia comprende
las obras en prosa de Eratóstenes también. Sus investigaciones en la cronología
histórica desde la caída de Troya hasta su propia época fueron adaptadas por
Apolodoro (c. 180-después de 120; FGH 244), un ateniense de convicciones estoicas,
que trabajó en Alejandría hasta el destierro de los intelectuales (145), emigró a
Pérgamo, y finalmente regresó a Atenas en 138 o 133. Escribió cuatro libros perdidos
de Crónicas (Chroniká) en verso, que terminaron yuxtaponiéndose a la de
Eratóstenes. (La Biblioteca o Bibliotheke, un estudio de los mitos heroicos
ampliamente leído aún hoy en día, es una obra del siglo I o II d.C, atribuida
falsamente a éste). Apolodoro fue usado a su vez por el obispo cristiano Eusebio (c.
260-339 d.C.) para su exhaustiva historia universal; sus cuadros de fechas se
preservan en una traducción armenia y una versión latina de san Jerónimo, y forman
la base de la cronología antigua que usamos hoy (un ejemplo de la importancia
indirecta de la erudición helenística, aparte de lo que puede revelar sobre la sociedad
posterior a Alejandro). Sin embargo, incluso como escritura técnica, la obra de
Eratóstenes debe ser considerada como literatura, y literatura de un nuevo tipo.
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«Tradición» es otra de aquellas palabras significativas, a primera vista muy
claras pero que admiten complejas distinciones. A veces consideramos la tradición
como algo dado, un modelo al cual los individuos adaptan su conducta tan
estrictamente como pueden. Por otra parte, algunas tradiciones no parecen funcionar
así. Las navidades familiares son un ejemplo: casi no hay dos familias en Gran
Bretaña que celebren las fiestas de una manera exactamente igual (algunos abren los
regalos en la víspera, otros el día de Navidad; parten el bizcocho navideño en
momentos diferentes); pero la mayoría de ellos diría que realiza una celebración
tradicional. La tradición admite una variedad casi infinita de variaciones. Puede
permitir, incluso exigir, mucha libertad de inspiración. Considerar las referencias al
pasado de la literatura helenística como un intento artificial de mantener una
helenidad inalterada es una simplificación exagerada. La innovación no es
disolución; la cultura griega era inherentemente innovadora. La innovación era la
tradición. En contra de las sugerencias citadas al inicio de esta sección, la literatura
no estaba muerta, ni a la defensiva, tampoco era atemporal.
Desde otro punto de vista, particularmente en lo referente al orden social y la
importancia del mecenazgo, algunos tipos de literatura helenística representan un
abandono de las formas especializadas, centradas en la polis y públicamente
sancionadas de la Atenas clásica, en especial la tragedia y la comedia, y un regreso a
anteriores sedes de producción y representación tales como el soberano como
mecenas o el banquete privado de élite (symposion)
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¿Audiencias diferentes?
Algunos estudiosos consideran que los poetas de Alejandría escribían en una
torre de marfil. ¿Es esto exacto? ¿Para quiénes escribían?
Los hallazgos de papiros de Egipto indican que una amplia gama de poetas
fueron leídos en varias comunidades grecohablantes. Un corpus reciente contiene
más de mil fragmentos de papiro de los últimos cuatro siglos antes de nuestra era,
con obras de no menos de 151 poetas identificados y 285 cuya identidad es
desconocida (algunos de ellos pueden ser idénticos a los miembros del primer
grupo).
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Los papiros dan testimonio de la amplísima popularidad (no
necesariamente limitada a los que podían leer o comprar libros) de
La Ilíada y
La
Odisea de Hornero, probablemente las obras literarias más leídas en Egipto; también
muestran la estricta normalización de los textos homéricos hacia mediados del siglo
II, probablemente bajo la influencia de Aristarco de Samotracia.
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Un estudio de los
papiros romanos de Oxirrhinco y otros lugares sugiere que Heródoto también era
muy leído, particularmente las partes de sus obras que trataban de la historia antigua
de Grecia y la revuelta jonia.
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Nada se conoce sobre la organización del comercio
librero, pero tenemos derecho a suponer que la presencia de colonos griegos y
macedonios creó una demanda de material de lectura, no limitada a los textos que se
estaban convirtiendo ya en los «clásicos». Sin embargo, además de estas obras, había
productos literarios mejor y peor elaborados, y no es fácil evaluar dónde su público
lector podría haberse ubicado.
Quizá el poeta más «alusivo» y el único que sería posible descartar con más
presteza por pedante y académico, es Licofrón, a veces llamado «pseudo-Licofrón»
para distinguirlo del autor de un tratado sobre la comedia que organizó esa sección
de la biblioteca en los inicios del siglo III.
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Su único trabajo conocido, una de esas
raras obras alejandrinas preservadas en su totalidad, es la extraordinaria
Alexandra,
un tour de forcé de 1.500 líneas de enigmas mitológicos. La evidencia interna sugiere
que fue escrito poco después de 197, aunque una fecha alternativa de c. 275 (la
duración de la vida del autor bajo cuyo nombre el poema se ha conservado) no puede
excluirse. Pretende ser una profecía de la caída de Troya y de toda la historia que
siguió a partir de allí, pronunciada por Casandra (Alejandra) la profetisa troyana
destinada a no ser entendida nunca. Aquí profetiza los vagabundeos de Odiseo y sus
compañeros.
Y a quienes vagarán por la Sirte y libística planicie, y el tirrénico
canal y su angostura, y por las atalayas, para el nauta funestas de la mujer
feral a la que el Macisteo, pastor siempre de piel vestido, matara, y los
escollos en que los ruiseñores de patas de Harpía cantan, con hospitalidad
los acogería a todos el Hades, devorados cruelmente o desgarrados con
mil mutilaciones, dejando que uno sólo noticias de la muerte dé, el que
lleve el delfín como emblema, el ladrón de la diosa Fénica.
(Licofrón, Alexandra, 648-658)
«Libística» es otra forma de «libia»; el «tirrénico canal» es un circunloquio
por el estrecho de Messana. La «mujer feral» es Escila, el «Macisteo», Heracles que
la mató en Macisto en Elis. Prosiguen referencias a los establos de Augidas y al