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motivos de Antígono eran una combinación de previsión estratégica y de deseo de
engrandecer su propia fama fundando una nueva ciudad más.
Las consecuencias militares del poder real eran a menudo desastrosas.
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Las
ciudades fueron saqueadas y arrasadas durante las guerras entre reyes enemigos. Los
reyes podían obligarlas a devolver a los exiliados políticos si esto encajaba en sus
propósitos. Las ciudades no estaban ya en posición de formar sus propios ejércitos de
ciudadanos como en la etapa clásica; sólo hay ejemplos puntuales de que ofrecieran
tropas de ciudadanos a un ejército real y el servicio mercenario era ahora la regla.
Los soberanos macedonios invadieron su independencia estableciendo guarniciones,
como hizo Filipo V después de haber arrebatado Samos a los Ptolomeos en el 200 sin
mediar provocación alguna;
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en tales casos la mayor parte del costo recaía
posiblemente en la ciudad ocupada, y la presencia de los soldados producía los
trastornos y las interferencia habituales en la vida normal. Se puede concluir que las
guarniciones y el acantonamiento de tropas generaban resentimiento, pues: «Los
tasios manifestaron a Metródoro, general de Filipo [V], que estaban dispuestos a
entregar la ciudad a condición de vivir sin guarnición, de que no se les impusieran
tributos ni fuerzas de ocupación y pudieran regirse por sus leyes» (Polibio 15. 24).
Este caso muestra, por cierto, que una ciudad-estado fuerte tenía alguna esperanza de
sacar ventajas al negociar con un rey.
A veces eran impuestos gobernadores (epistatai). Podían ser ciudadanos
locales nombrados para gobernar su propia ciudad; se menciona a Douris de Samos
como el «tirano» de su ciudad. Era probable, efectivamente, que un epistates fuera
un intermediario, que negociara con el rey en nombre de la ciudad; su papel no era
forzosamente represivo por completo, pues podría haber conseguido una reducción
de los impuestos reales o del acantonamiento de tropas.
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Con todo, la excepción prueba la regla: las ciudades normalmente esperaban
que el rey exigiría
phoros, el tributo. Entre las excepciones se cuenta Eritrea en
Jonia; la inscripción pertinente sugiere que no se podía suponer que una garantía de
exención hecha por un rey sería respetada por su sucesor, y que para asegurarse lo
mejor para una ciudad era volver a solicitarla:
El rey Antíoco [I o II] saluda a la boulé y al pueblo de Eritrea.
Tarsuno, Pytes y Botas, vuestros enviados, me entregaron vuestro decreto
según el cual habéis votado las honras y trajeron la corona con la que nos
han coronado, a la vez que el oro para los presentes de hospitalidad, y
ellos han hablado de los buenos deseos que en todo tiempo tenéis para
nuestra casa ... y además de la estima de que gozaba la ciudad durante los
reyes anteriores ... Después de que por Tarsuno, Pytes y Botas quedó
patente que, durante los reinados de Alejandro y Antígono, vuesta ciudad
permaneció autónoma y libre de tributos ... os conservaremos la
autonomía y la exención no sólo de todos los tributos, sino de todas las
contribuciones a la Galática ... Os invitamos ... a recordar [a aquellos de
quienes] habéis recibido beneficios...
(Austin 183, BD 22, Burstein 23, RC 15, OGIS 223)
Las menciones pasajeras de impuestos regulares y especiales y de cupos
monetarios son reveladoras, pues el hecho es que la ciudad, irónicamente, tenía que
comprar su exención fiscal; es presumible que se considerara que había un ahorro
neto, y que la institución pueda ser explicada por la preferencia del rey de tener una
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fuente segura de metálico antes que arrendar la recaudación de impuestos a un
empresario cada año. El donativo de coronas (con frecuencia de oro, un costo mayor
para la ciudad) es otra característica común de los tratos de las ciudades con los
reyes.
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Los acompañantes y los consejeros
El aura que rodeaba a los reyes se veía realzada por la presencia de
acompañantes y soldados. La palabra que se usa en castellano para referirse al
círculo de oficiales y partidarios de un rey es «corte» que, sin duda, es exacta para
denominar al grupo de adeptos no vinculados a un lugar fijo que suelen viajar con el
rey. Aunque esto evoca a la monarquía persa, egipcia y medieval más que algo
específicamente griego, también se parece al entorno culto y elegante de los antiguos
aristócratas griegos, en particular de los tiranos del período arcaico. Hay diferencias:
la «corte» abarca una compleja gama de administradores que a menudo estaban a
cargo de grandes territorios, lo cual no era un rasgo de las antiguas tiranías. Con
todo, la semejanza es importante, pues nos recuerda que aunque el poder real era, en
teoría, absoluto o ilimitado, dependía de un apoyo robusto y leal.
Además de los ayudantes más o menos funcionales, el rey estaba acompañado
por «amigos» (philoi), a veces de origen macedonio, pero a menudo de otras
ciudades, que le eran leales. Eran escogidos por él, y su sucesor podía no retenerlos.
La tradición tenía su origen en la monarquía macedonia, pero era útil para
administrar los nuevos territorios y satrapías. Aquellos que eran reclutados entre la
élite de una polis tenían un papel mediador importante entre el rey y la ciudad, como
cuando ésta tenía que hacer una demanda.
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Los atenienses en esta situación fueron
Filipides de Cefale y probablemente el político Democares. La investigación reciente
ha demostrado que, con el tiempo, los atenienses hacia mediados del siglo III
llegaron a ver a los amigos de los reyes que eran ciudadanos atenienses como
personas bien situadas no sólo para garantizar la buena voluntad del rey hacia
Atenas, sino para ejercer una influencia positiva sobre él para satisfacer los deseos de
los atenienses.
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A veces los amigos actuaban como una junta de consejeros que
podía reunirse formalmente; cuando Polibio dice que el
synedrion de Antíoco III se
reunió para debatir sobre la revuelta de Molón (5.41; Austin 147), probablemente se
está refiriendo a ellos. Después de un servicio distinguido un amigo podía ser
premiado, por ejemplo, con un cargo sacerdotal en las ciudades controladas por el
rey (véase Austin 175, BD 132, RC 44, OGIS 244; Austin 176, RC 45, ambos
referidos a Seleucia de Pieria).
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A veces la relación era informal, como en el caso de Demetrio de Faros, el
consejero con quien Filipo V evaluó cómo reaccionar ante la victoria de Aníbal sobre
los romanos en 217 (Polibio 5. 101). Algunos consejeros se ganaron una tenebrosa
reputación. Se dice que Agatocles de Samos y, especialmente, el tutor del rey Sosibio
ejercieron una siniestra influencia sobre Ptolomeo V debido a su inmadurez (Polibio
15, 34-35). Polibio, quien de hecho se oponía a los reyes, advierte que pocos reyes
escogían a sus consejeros con cuidado (7. 14. 6).
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Sin embargo, la influencia de los
amigos, podía ser presentada de modo benigno, como en un documento que
transcribe las deliberaciones de Átalo, hermano de Eumenes II de Pérgamo, junto