270
Hades,
que todo lo arrebata, pondrá en ellos sus manos.
(Calimaco, Ant. pal. 7. 80)
El epigrama helenístico es a veces considerado, junto con otra literatura,
como un hito de las presuntas preocupaciones individualistas de la época; pero los
poemas habían sido (ostensiblemente) personales desde Arquiloco en el siglo VII.
Los nuevos rasgos serían el énfasis en los detalles íntimos y un aparente realismo;
este último es paralelo a la manifestación de empatia psicológica de los pastores de
Teócrito y Apolonio de Rodas. Resultaría particularmente precipitado por parte de
algunos estudiosos sacar de los nuevos modos de expresión (pese a que puedan
implicar una visión modificada del individuo) conclusiones excesivas referentes a la
desesperación colectiva, el escapismo como respuesta a una situación política
terrible, una época de egoísmo y cosas por el estilo.
50
Lo personal invade lo poético donde uno menos lo espera. La poesía épica del
estilo y la grandiosidad de Homero era tradicionalmente una medida para los poetas
griegos, aunque casi no queda épica posthomérica. Calimaco, pese a toda su
erudición, militaba contra los hinchados poemas heroicos: uno de sus epigramas
comienza efectivamente: «Detesto el poema cíclico», una referencia a la inicial épica
posthomérica; «Aborrezco el camino ordinario» (frag. 28 Pfeiffer).
51
Es muy
conocido su famoso dicho:
mega biblion mega kakon, «un libro grande es un gran
mal».
La musa de Calimaco era «esbelta» y agradaba a Filetas y Arato; le
disgustaba la épica en el estilo de la única obra preservada de este período, la
Argonáutica (
Viaje de Argos) de Apolonio de Rodas
(Apollonius Rhodius).
52
Pero es
Apolonio y no Calimaco quien es ampliamente leído hoy en día; y el carácter de su
poema es revelador. La Argonáutica relata nuevamente la leyenda de la expedición
de Jasón en su nave Argos y la búsqueda del vellocino de oro de Colquis. Su
originalidad consiste en amalgamar una sólida narración épica con elementos
pintorescos derivados de la filosofía contemporánea. Como todos los poetas griegos
que usaron las leyendas, Apolonio se apoya en el hecho de que la audiencia ya
conocía la historia, lo que le da margen para la innovación, parte de la cual consiste
en referir cosas maravillosas y extraordinarias. Muestra un gusto característicamente
alejandrino por lo curioso y lo extraño; los detalles etnográficos de lugares distantes
y fantásticos se emplean en un modo similar al de Heródoto. Es más llamativo, no
obstante, su interés por el carácter y la emoción individuales, que a veces bordea el
estudio psicológico, como en el caso de Medea. El examen de los signos de la
emoción no era nada nuevo —compárese, por ejemplo, el famoso fragmento de Safo
(31) del siglo VI, que explora los sentimientos de la cantante que observa a la joven
que ama—, pero en Apolonio está encuadrado en un discurso casi científico e
interesado en la causalidad. Combinado además con un sentido muy visual de lo
doméstico, ofrece una mezcla nueva y emocionante que tiene una fuerte tonalidad
homérica:
La noche luego trajo la oscuridad sobre la tierra. Los marineros
en el mar miraban desde sus naves a Hélice y a las estrellas de Orion, y
anhelaban también ya el sueño el caminante y el guardián de las puertas,
y a alguna madre que se le habían muerto los hijos la envolvía una
profunda somnolencia. No ladraban los perros ya por la ciudad, no había
sonoros ruidos sino que el silencio se adueñaba de las tinieblas, más
271
negras cada vez. Pero de Medea se apoderaba el dulce sueño, pues en su
amor por el Esónida la mantenían despierta mil cavilaciones, temerosa
del furor poderoso de los toros con los que él iba a sucumbir con un
destino indigno en el barbecho de Ares. Sin tregua, el corazón se le
agitaba dentro del pecho: cual brinca por la casa un rayo de sol que se
refleja desde el agua que se acaba de verter. Ya sea en un caldero, ya sea
en un jarro y se agita lanzándose aquí y allá por obra de los veloces
remolinos, así también el corazón de la muchacha bullía en su pecho.
(Apol. Rod. 3. 744-760)
El símil del reflejo en la pared quizá sea un poco rebuscado, y otros
elementos del pasaje probablemente equivalen a los de poetas anteriores (que a su
vez volvían a usar frases y figuras de sus predecesores), pero estos versos justamente
famosos ilustran la verdadera originalidad de la poesía alejandrina. El énfasis en el
sentimiento de la protagonista es particularmente notable, y está en sintonía con el
desarrollo en la filosofía. En cuanto a la audiencia del poema, sólo podemos suponer
igualmente que era una élite griega educada, el tipo de personas de quienes el poeta
podía esperar que reconocieran las alusiones y su originalidad. No es ya aceptable
caracterizar la Argonáutica como una pálida sombra de la antigua épica. Los
numerosos fragmentos de papiro sugieren que siguió siendo ampliamente leída por
los griegos educados durante muchas generaciones, y su alto nivel crítico está
confirmado por el extenso uso que hizo de ella Virgilio en la Eneida.
Otro poema que explora un estado psicológico es el Idilio 2 de Teócrito, el
Pharmakeutria o la
Hechicera, en que una campesina abandonada, Simaita, con la
ayuda de su sirvienta Téstilis, prepara un hechizo para hacer regresar a su amante.
Como Apolonio, Teócrito se centra en su agitación íntima al recordar el apasionado
romance con Delfis, y la descripción de la brujería es casi única en la literatura
contemporánea y anterior, así como el intento de explorar el estado emocional de una
mujer. El poema también ilustra la fascinación alejandrina con lo insólito y la
«patología de las ocasiones extraordinarias»,
53
como en estas líneas que describen el
frenesí báquico de la venganza:
Delfis me ha causado una pena, y yo por Delfis laurel quemo:
como el laurel crepita vivamente en el fuego y se consume
sin que ni siquiera veamos su ceniza,
así la carne de Delfis se deshaga en la llama.
Gira, rueda mágica, y trae a mi hombre a casa.
Ahora voy a quemar el salvado. Tú Artemis,
puedes quebrar el durísimo metal de las puertas del Hades,
y vencer toda resistencia ... ¡Testílide! Escucha,
las perras aullan en la ciudad. Ya está la diosa
en las encrucijadas. Haz enseguida resonar el bronce.
Gira, rueda mágica, y trae a mi hombre a casa.
Mira, calla el mar, callan los vientos;
pero dentro del pecho no calla mi pena;
toda me abraso por este hombre vano,
que ha hecho de mí (¡desgraciada!) en vez de esposa,
una mujer infeliz y deshonrada.
Gira, rueda mágica, y trae a mi hombre a casa.